Jan Švankmajer

Jan Švankmajer

   Al pequeño Jan Švankmajer le encantaban las marionetas y los títeres. Una osbesión que con el paso de los años se acentuó y refinó. En los años sesenta emprende sus primeros coqueteos cinematográficos con marionetas. Fruto de estos experimentos son las obras primerizas El último truco del Sr. Schwarcewallde y del Sr. Edgar o Juego con piedras. Lo cierto es que al joven Švankmajer seguían gustándole las marionetas pero además empezó a frecuentar al grupo surrealista checo, al que se afilió en los años 70, junto con su mujer, la pintora surrealista Eva Švankmajerová. Por esta época conoce a muchas de sus constantes referencias: Max Ernst, Dalí, Joan Miró, Duchamp o Man Ray. Fruto de ese interés surrealista es, sobre todo, su película Los conspiradores del placer, que es una sátira del poder en el mundo actual, dominado sobre todo por el erotismo.

   A esta lista de artistas habría que añadir otras obsesiones para Švankmajer: en pintura El Bosco, Magritte, y sobre todo Arcimboldo; y en literatura a Goethe, el Marqués de Sade, Edgar Allan Poe, Lewis Carroll y la novela gótica en general. A muchos de estos artistas les dedicó algunos de sus trabajos. Sobre la novela gótica dedica uno de sus cortometrajes a El castillo de Otranto de Horace Walpole. Además filma otros dos cortos como homenaje a Arcimboldo ‒Dimensiones del diálogo y Flora–, dos más usando personajes de Caroll ‒Jabberwocky y Alice–. Hace adaptaciones muy personales de La caída de la casa Usher y de El péndulo y el pozo ‒añadiendo la esperanza, aunque Poe también está presente, junto con el marqués de Sade, en su largometraje Insania. Todo ello aderezado con algunas gotitas de Freud, que dan una dimensión onírica a sus fantasías. Una mezcla que, desde luego, resulta explosiva.

   La animación le dio el punto que le faltaba. Comienza a experimentar con el stop-motion y Švankmajer descubre que con esta técnica no hay nada que no pueda hacer. Su imaginación es como un torbellino que no parece tener límites. Cualquier cosa puede ser posible en sus películas: hombres convertidos en máquinas dispensadoras, objetos cotidianos como una silla o un tenedor que adquieren vida propia ‒a veces no es fácil distinguir a los humanos de los objetos y viceversa–, seres que se van reconstruyendo a trozos, muñecas que se descomponen o que toman el té, criaturas monstruosas que parecen sacadas de las más oscuras pesadillas. Como se ve predomina el pesimismo, el horror, la transgresión, la repugnancia y la provocación, aunque Švankmajer no rechaza la sátira y la ironía, lo que desemboca en una suerte de humor negro con algunos toques de erotismo y de trascendentalismo filosófico, en un estilo muy particular que ha ido empapándose con el tiempo de lo underground.

   Sin embargo, la más increíble criatura de cuantas ha creado Švankmajer es el propio Švankmajer. Se enclaustró en un castillo que compró con su mujer a las afueras de Praga, donde se dedicó a esculpir sus invenciones. La censura del régimen comunista interrumpió su producción cinematográfica hasta en dos ocasiones, pero la imaginación de Švankmajer es imparable. En realidad nunca ha dejado de crear. Su influencia ha sido decisiva en la obra de algunos de los cineastas menos convencionales, como Tim Burton o Terry Gillian.

   Dejo aquí algunas sorprendentes imágenes de su obra y varias de sus películas. Surrealismo puro.


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