Mario Vargas Llosa, junto a Dora, su madre

Mario Vargas Llosa, junto a Dora, su madre

   Los escritores, como el resto de los mortales, tienen padre y madre. Y como el resto de los mortales pueden llevarse mejor o peor con ellos. Con la diferencia de que a veces, cuando la relación es muy intensa, puede verse reflejado o tener repercusiones en su obra. Me parece muy acertada la teoría que la crítica literaria Nora Catelli plantea al decir que la familia del escritor prácticamente no hace acto de presencia hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX. Muy poco sabemos sobre los padres de nuestros escritores barrocos, no mucho más que un puñado de datos biográficos, pero a partir del XIX aparece con fuerza la figura del padre, muchas veces tirano y despótico; sin embargo, habrá que esperar hasta el siglo XX para que la madre se vuelva también un presencia recurrente. Buenas o malas, en ocasiones se revelan con una intensidad que rayan en lo insano y lo traumático. Algunas de estas relaciones las recopila el periodista Blas Matamoro plantea en su ensayo Novela familiar. El universo privado del escritor, publicado en Páginas de Espuma.

   La relación de Balzac con su madre estuvo viciada desde un primer momento. Su hermano mayor había muerto siendo bebé y su madre, muy afectada por la pérdida, entrega al recién nacido Honoré a una nodriza, que es la que lo cría hasta los cuatro años. A los ocho años es enviado a un colegio interno que corta drásticamente la relación con sus protegitores. Su madre tuvo un nuevo hijo, Henry, fruto del adulterio con un amigo de la familia. La madre de Balzac no solo lo reconoció sino que se desvivió por él. Esto llevaría a Balzac a afirmar «nunca tuve madre… Mi madre es la causa de todo el mal de mi vida».

   Algo parecido ocurrió con Baudelaire, que también fue criado por una sirvienta de la familia. Cuando tiene seis años su padre muere y su madre vuelve a casarse, lo que produce un fuerte impacto en Baudelaire, que lo interpretará como un abandono y que marcará un fuerte sentimiento de rechazo hacia su padrastro, que además tiene un carácter rígido y puritano que no tarda en contagiar a su madre. Evidentemente, los coqueteos de Baudelaire con la bohemia parisina no mejoraron la relación. El 6 de mayo de 1861 Baudelaire envía una preciosa carta a su madre que demuestra que más que odio lo que sentía era un desamparo infinito.

   Tampoco Galdós tuvo buenas relaciones con su madre, una autoritaria mujer con la que no volvió a tener trato después de que se marchara a Madrid a estudiar la carrera de Derecho. Scott Fitzgerald, en cambio, detestaba a su padre y a su madre a partes iguales, pero solo la segunda tuvo el dudoso honor de protagonizar un cuento donde era asesinada. También su esposa Zelda la detestaba. La relación de Truman Capote con su madre tampoco fue maravillosa, y es que la mujer no se sentía precisamente orgullosa de tener un hijo físicamente estrafalario y de gestos afeminados. Más comprensible es el odio de Marguerite Duras por su madre, viendo el retrato que hace de ella en El amante. En esta novela la madre de Duras aparece descrita como una mujer despiadada, que no duda en hacer cualquier cosa por prosperar en unas tierras anegadas que había comprado a la administración colonial en Indochina, incluso en prostituir a su hija, a la que además maltrataba.

Lucie Reccaldi, madre de Michel Houellebecq

Lucie Reccaldi, madre de Michel Houellebecq

   La infancia y juventud de Vargas Llosa tampoco fue nada fácil. Los padres de Mario se separaron y su madre le hizo creer que su padre había fallecido, una mentira que el niño creyó hasta los diez años. De todos modos, la relación con su madre no fue buena, porque menospreciaba el oficio de escritor, y Mario tuvo que buscar consuelo en la tía Julia, con quien se sacaría a los diecinueve años como cuenta en la novela La tía julia y el escribidor. A veces la literatura puede convertirse en un cauce a través del cual expresar esas malas relaciones. La novela de David Vann, Tierra, publicada en Mondadori, es un reflejo de la rabia que el autor siente hacia su madre.

   Si Michel Houellebecq es polémico en su obra, en su vida personal no lo es menos. La conflictiva relación que tiene con su madre, de la que escribió que era «una triste y vieja fulana», es bastante conocida porque ha sido recogida por los medios. De hecho, en Las partículas elementales, una de sus obras más conocidas, hace un retrato bastante despiadado de su madre. En 2008 la madre de Houellebecq, Lucie Reccaldi, escribió un ajuste de cuentas titulado El inocente, donde dice que no hablará con su hijo hasta que aparezca en un lugar público con Las partículas elementales, le pida perdón públicamente y confiese que es un un mentiroso y un impostor.

Borges con Leonor Acevedo, su ,madre

Borges con Leonor Acevedo, su ,madre

    En el extremo contrario están las relaciones excesivamente intensas. La palma se la lleva Borges, que vivió durante años junto a su madre en un pequeño piso de 70 metros cuadrados. Al quedarse Borges ciego su madre, Leonor Acevedo, de carácter altivo y dominante, se convirtió prácticamente en su sombra. Le ayudaba en sus quehaceres habituales, que incluían lectura, escritura o traducciones, le acompañaba siempre en sus viajes, y no era extraño verlos paseando por las calles de Buenos Aires cogidos del brazo, como una pareja de novios. Y cuando no estaban juntos Borges la llamaba a todas horas para decirle dónde estaba, con quién iba o a qué hora volvería a casa. Probablemente Leonor fue la causa de que Borges no tuviera apenas relaciones con mujeres ni se planteara tener hijos. Al casarse con Elsa Astete, en la misma noche de bodas, una discusión hizo que Borges se quedara a dormir con su madre y Elsa se fuera al apartamento de ambos a dormir sola. María Kodama pareció recoger el testigo de su madre tras su muerte en 1975. No se casaron hasta 1986, pocos meses antes de la muerte del escritor argentino.

Jeanne Weil, la madre de Marcel Proust

Jeanne Weil, la madre de Marcel Proust

   Algo parecido ocurre con Marcel Proust, que dependía tanto de su madre que le servía casi como secretaria, organizándole la agenda hasta el más mínimo detalle. La relación se conoce al detalle porque existe una gran cantidad de correspondencia entre ambos como testimonio. Proust, que también dictaba su obras a su madre, escribe su gran novela En busca del tiempo perdido después de la muerte de esta, como una especie de catarsis. Por su parte, Antonio Machado también compartió gran parte de su vida con su madre. Al final de sus días, ambos cruzaron la frontera a Francia para huir de la España que se derrumbaba, e incluso muere con ella en Collioure, con solo tres días de diferencia. Las últimas dos palabras de Machado están dedicadas a ella: «Adiós, madre». Un dato más: permanecen enterrados en la misma tumba.

Thelma Toole, madre de John Kennedy Toole

Thelma Toole, madre de John Kennedy Toole

   La madre de José Lezama Lina era muy autoritaria, tanto que incluso le dijo a su hijo con quién tenía que casarse, a pesar de ser homosexual. A pesar de todo Lezama Lima se sentía muy unido a ella. Estando moribunda le pidió que escribiera la historia de la familia, y fruto de esta petición es, en cierto modo, Paradiso. Más asfixiante todavía era Thelma Toole, la madre de John Kennedy Toole ‒por cierto, aquí le dedico un relato que puedes leer si te interesa el tema‒, que se empeñaba en tratar a su hijo como a un crío. Algo de esta relación podemos ver en La conjura de los necios. Sin embargo, tras la muerte de Toole, si el escritor consiguió alcanzar el reconocimiento mundial fue gracias al empeño de su madre, que no paró hasta conseguir publicar la gran novela de su hijo.

   Pero al margen de lo insano, las madres también han inspirado obras de una belleza indiscutible. El escritor Richard Ford escribió Mi madre, in memorian ‒reeeditado en Anagrama‒ como evocación póstuma de la figura de su madre, un retrato breve y sencillo, sin excesivos sentimentalismos, pero lleno de amor. Esther Tusquets, por su parte, titula a su último libro de relatos Carta a mi madre y cuentos completos ‒publicado en Menoscuarto‒, como remedo de la famosa Carta al padre de Kafka. Por último, hay que mencionar el hermoso libro de Gustavo Martín Garzo, Todas las madres del mundo, publicado en Lumen. Cincuenta relatos muy breves pero llenos de poesía, donde Garzo hace un repaso por todos los tipos de madres que existen. Por cierto, este último libro es un fantástico regalo para el día de la madre.

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