La relación entre el lenguaje y la realidad ha preocupado a los filósofos desde siempre. Platón ya se la cuestiona en uno de sus diálogos, el Crátilo. Aunque Borges en su poema El Golem afirme que Platón sí defiende la existencia de un vínculo entre palabra y realidad, cuando dice aquello de «Si (como afirma el griego en el Crátilo) / el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo», lo cierto es que el filósofo griego plantea las dos posibilidades y no llega a posicionarse completamente por ninguna de ellas.
Unas de las reflexiones más interesantes en cuanto al tema la hace Willard van Orman Quine en un ensayo publicado en 1968 con el título de La relatividad ontológica. Quine plantea la siguiente situación: imaginemos que estamos con varios nativos con los que no compartimos idioma y que al pasar un conejo uno de ellos lo señala y grita «gavagai». Después de que este hecho se haya repetido varias veces llegaremos a la conclusión de que la palabra «gavagai» significa «conejo». Sin embargo, Quine señala lo imprecisa que es esta relación, porque en lugar de «conejo» «gavagai» bien podría tener otros significados como «comida», «plaga», «mascota» o incluso «suave».
Sería necesario hacer más pruebas para confirmar que «gavagai» significa exactamente «conejo», como por ejemplo señalar otras cosas que puedan comerse, que se usen como mascota o que sean suaves y comprobar si los nativos asienten o niegan. Pero incluso aunque confirmáramos que efectivamente «gavagai» se refiere a los conejos no podríamos aventurarnos a decir que la traducción sea completamente fiable. Porque «gavagai» quizá podría referirse a un tipo de conejo en concreto, usarse indistintamente para hablar de conejos o de liebres, designar el conjunto de partes que forman el conejo o simplemente ser una fórmula ritualizada y vacía de significado que se grita cada vez que se ve un conejo. Es como, por ejemplo, si al señalar un coche dijéramos «rueda» y llegáramos a la conclusión de que la palabra «rueda» designa a todo el coche.
La única solución posible para determinar con exactitud el significado de la misteriosa palabra «gavagai» parece que sea aprender el idioma de los nativos. Pero al intentarlo nos damos cuenta de que el problema que antes se nos presentaba con una sola palabra ahora se nos plantea con todo el idioma. Es lo que Quine llama «indeterminación de la traducción». La forma más fiable de aprender el significado de la palabra «gavagai» parece que sea conocer todos los contextos en los que se usa el vocablo.
Por lo tanto, el vínculo entre la palabra «gavagai» y el conejo como objeto de la realidad es puramente social, porque depende exclusivamente de un patrón de comportamiento que se aprende y que es el resultado de todas las situaciones en las que se ha empleado esa palabra. Cuando el niño adquiere la lengua nativa las palabras van aquiriendo sentido porque se va acostumbrando al modo en que la emplean primero quienes le rodean y después el resto de hablantes de su idioma. Así, se puede deducir que lo que le da significado al lenguaje es únicamente su empleo social.
En este sentido Daniel Dennett, alumno de Quine, fue todavía más lejos al afirmar en La conciencia explicada que una experiencia interior solo puede comprenderse como un acto social porque solo existe en tanto en cuanto es comunicable.
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