El arte es algo tremendamente frágil. Uno de los objetivos de los museos, Sancta sanctorum del arte, es preservar el legado que los grandes genios de la Humanidad nos han dejado. Pero meter una obra de arte en un museo no es como meterla en una cámara acorazada. Solo unas pocas obras se consideran lo suficientemente valiosas como para estar protegidas por cristales antibalas y otros sofisticados sistemas de seguridad. La mayor parte de las obras están expuestas libremente, no demasiado lejos del alcance de cualquier demente que pase por delante y decida atentar contra la obra en nombre de la política, del arte o simplemente llevado por la locura. A continuación un repaso por algunas obras de arte dañadas por descuido, negligencia o locura. Y no, no se incluye el Cristo de Borja.
Que una obra de las características del jarrón Portland sobreviva 2000 años ya es una curiosidad en el mundo del arte. La vasija hace acto de presencia oficial en 1778, cuando es adquirida por Villiam Hamilton, embajador británico en Nápoles. A finales del siglo XVIII pasa a manos de los Duques de Portland, que lo depositan 1810 en el Museo Británico para preservarlo de posibles daños. No se podían imaginar que el 7 de febrero de 1845 un hombre llamado William Lloyd acudiría al museo en pleno estado de embriaguez. Caminaba borracho por la sala cuando tropezó con una estatua que tiró sobre el jarrón. Ambas obras se cayeron al suelo haciéndose pedazos. La restauración de la vasija se llevó a cabo entre junio de 1988 y octubre de 1989. Curiosamente, además de montar todas las piezas rotas se pudieron colocar también treinta y siete fragmentos que llevaban extraviados hacía más de un siglo y que el primer encargado de restaurar el jarrón en 1845 no sabía dónde colocar y metió en una cajita que permaneció olvidada.
La Piedad de Miguel Ángel es una de las atracciones principales de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Durante sus 500 años de historia ha sufrido sus más y sus menos, pero nada comparable al episodio acontecido en 1972 cuando el geólogo australiano Laszlo Toth se acercó corriendo a la escultura con un martillo en la mano y gritando «Soy Jesucristo resucitado de entre los muertos». Antes de ser reducido logró darle a la Piedad quince martillazos con los que dañó seriamente a la Virgen arrancándole un brazo desde el codo, una nariz y un párpado. Algunos de los trozos fueron recogidos por algunos testigos y nunca más volvieron a verse. Fue lo que pasó con la nariz, que tuvo que ser restaurada con materiales de la espalda. Hoy en día la obra está protegida por un cristal a prueba de balas. Amparado en una supuesta locura no se presentaron cargos contra Toth y fue deportado a Austria, donde todavía vive.
Pocas obras pueden presumir de estar tan bien protegidas como La Gioconda de Leonardo da Vinci. Pero la decisión de proteger el cuadro con tanto esmero no es fruto de un capricho o de la manía persecutoria. Dejando a un lado el tema de los robos, que podría dar para otro buen artículo, la obra ha sido objeto de numerosos ataques. Solo en 1956 protagonizó dos sustos, cuando un hombre le arrojó ácido y un artista venezolano llamado Ugo Uganza le tiró una piedra consiguiendo dañar el cuadro a la altura del codo izquierdo. En 1874 una mujer usó contra el cuadro un spray de pintura roja mientras estaba expuesto en el Museo Nacional de Tokio. A partir de ese momento se tomó la decisión de que la obra no volvería a salir más del Louvre. A pesar de que estaba protegida por un cristal blindado antibalas una mujer rusa le arrojó una taza de té en 2009 furiosa por no haber conseguido la nacionalidad francesa.
Uno de los episodios más surrealistas fue protagonizado por La Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan el Bautista, un dibujo también de Leonardo da Vinci valorado en 35 millones de dólares que se encuentra en la National Gallery de Londres. En 1987, cuando faltaban cinco minutos para el cierre, Robert Cambridge, un parado de 37 años, irrumpió en el museo londinense y disparó contra la obra de da Vinci en una protesta por la situación política, social y económica del Reino Unido. Afortunadamente el dibujo se encontraba protegido por un cristal especial, después de que 1962 un pintor alemán, considerado posteriormente como demente, arrojara un bote de pintura contra la obra. La explosión destrozó el cristal y dañó un área de unos 15 centímetros de la túnica de la Virgen, además de fragmentos de vidrio por toda la obra que pudieron eliminarse en la restauración. A raíz del incidente un portavoz del museo emitió un comunicado en el que comentaba una gran verdad: «Cada año recibimos unos tres millones de visitantes y es imposible registrarlos a todos. Si alguien quiere causar daño puede hacerlo».
Algunos de los cuadros de Rembrandt han sido tan maltratados que es realmente sorprendente que haya llegado de una pieza hasta nuestros días. Una de las obras de Rembrandt que más mala suerte ha tenido es La ronda de la noche, un cuadro exhibido en el Rijksmuseum de Amsterdam que estaba ya tan deteriorado en el siglo XIX que se le puso este nombre porque la suciedad y la oxidación del barniz impedían distinguir que la escena transcurría de día. En 1911 un marino cocinero desempleado intentó sin éxito cortarla con un cuchillo. Algo que sí se consiguió un maestro de escuela en 1975, propinándole varios cortes en zig-zag. Se determinó que tenía un trastorno mental y acabó suicidándose. En 1985 un visitante roció la pintura con un spray de ácido que llevaba oculto. Por suerte la rápida intervención de los guardias de seguridad y el agua que fue pulverizada sobre la obra neutralizaron el ácido y solo dañó el barniz pero no llegó al lienzo. La obra pudo ser restaurada. Ese mismo año de 1985 un visitante desquiciado entró en el Museo del Hermitage en San Petersburgo blandiendo un cuchillo. Se dirigió al cuadro de Dánae, también de Rembrandt, y le rajó parte del estómago y del muslo. Acto seguido arrojó ácido sulfúrico sobre el lienzo. Aunque parezca increíble, el cuadro pudo ser restaurado después de 12 años de trabajo y actualmente vuelve a exhibirse en la sala.
La famosa pintura de Velázquez La Venus del espejo también fue mutilada en 1914 en la National Gallery por la sufragista Mary Richardson. Como protesta por la detención de la también sufragista Emmeline Pankhurst, Richardson entró en el museo con un cuchillo y propinó siete puñaladas al cuadro sobre la espalda y los hombros de Venus. Por ello fue condenada a seis meses de prisión, la pena máxima por la destrucción de una obra de arte. Más tarde Richardson declararía que había intentado destruir el cuadro porque representaba la imagen más bella en la historia de la mitología y porque no le gustaba la manera en la que los hombres permanecían frente al cuadro observándolo.
En un artículo en el que hablaba de por qué el arte es tan caro comentaba una anécdota protagonizada por el multimillonario dueño de casinos y coleccionista de arte Steve Wynn y el cuadro de El sueño en que el Picasso retrata a su amante Marie-Thérèse Walter. Wynn compró el cuadro en 1997 por 48 millones de dólares y en 2006 accedió a vendérselo a Steve Cohen por 139 millones. Sin embargo, la venta del cuadro no llegó a producirse porque Wynn le dio un codazo al lienzo y le hizo un agujero. Justo en ese momento Wynn comentó: «Menos mal que he sido yo». Reparar el cuadro costó 90.000 dólares y finalmente accedió a vendérselo a Cohen por 155 millones. Otra de las célebres obras dañadas de Picasso fue El actor, valorada en 130 millones de dólares. En 2010 durante una de las muchas clases que se dan en el Museo Metropolitan de Nueva York perdió el equilibrio y cayó sobre el cuadro, un lienzo de dos metros de alto y más de un metro de ancho. El incidente se saldó con una brecha de unos 15 centímetros en la esquina inferior izquierda. Evidentemente, al tratarse de un accidente, no se presentaron cargos contra la pobre mujer.
Duchamp consiguió por obra de arte y magia ‒no sé si más por magia que por arte‒, que un simple urinario acabara expuesto en museos de todo el mundo o que fuera valorado en 3,6 millones de dólares. Pierre Pinoncelli es un artista bastante ignorado que desde la década de los 60 realiza acciones provocadoras, muchas de ellas en contra del establishment artístico. La idea de hacer arte destrozando arte ya consagrado es mucho más antigua. La semilla está en el propio Duchamp y en el bigote que le puso a la Mona Lisa, aunque eso sí, no fue sobre la original. En la década de los 50 Rauschenberg fue al taller de Willem de Kooning y le pidió un dibujo al maestro para borrarlo. El resultado final fue la obra titulada De Kooning borrado por Rauschenberg. Del mismo modo, Pinoncelli quiso atentar sobre la obra de Duchamp y se hizo famoso por eso. Sobre todo por destrozar dos de los ocho urinarios de Duchamp. El primero fue en 1993 en el Carré d´Art de Nîmes cuando Pinoncelli se orinó en la fuente y después la emprendió a martillazos con ella. No contento con haber hecho una vez, en enero de 2006 volvió a repetir la performance en el Centro Pompidou. Su intención era, según declaró después, extraer el urinario del académico mundo de museos donde se encuentra desde hace años.
La sirenita es uno de los símbolos más representativos de Copenhague y aunque es verdad que en este caso no estamos hablando de una obra conservada en un museo sí merece ser mencionada porque posiblemente es una de las obras de arte más atacadas del mundo. Desde que Edvard Eriksen la concluyera en 1913 y fuera instalada esta pequeña escultura ha sido víctima de innumerables atentados, a menudo por motivos políticos. Ha sido manchada con pintura, su cabeza y sus brazos han sido cortados, robados y reemplazados e incluso se ha llegado a dinamitar su base.
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