Kairos en un fresco de Francesco Salviati

Kairos en un fresco de Francesco Salviati

   Con esta afirmación me refiero, por supuesto, al tiempo como percepción más que como magnitud física. Pero empecemos por la compleja concepción del tiempo que tenía la mitología griega. Es bien sabido que el dios del tiempo era Cronos, rey de los Titanes y padre de Zeus. Según el mito recogido por Hesíodo en su Teogonía, era hijo de Gea y de Urano, o lo que es lo mismo, el tiempo nació justo en el momento en que el cielo y la tierra se separaron. Para comprender la naturaleza de esta deidad basta con recordar el cuadro de Goya titulado Saturno devorando a un hijo ‒en donde Saturno es la versión romana de Cronos‒. Este dios es el tiempo lineal e irreversible que todo lo devora. Aquel, seguramente, con el que estamos más familiarizados. El tiempo de los relojes, de lo finito y, en definitiva, de la muerte.

   Lo que que no es tan conocido es que en su origen existía otro dios del tiempo distinto al anterior llamado Chronos o también conocido como Aión. La propia cultura helenística llegó a confundirlos, por lo que no es extraño que hoy en día se consideren como el mismo dios. Aión era un ser incorpóreo ‒representado como anciano y como niño‒ que dio origen al universo, que lo rodeaba permanentemente y cuyo poder estaba más allá del alcance de los mismísimos dioses. Este ser no nace, siempre existe y no devora nada. Es el tiempo circular ‒también representado con una serpiente que se muerde la cola‒, que recuerda al eterno retorno de Nietzsche. Una de las imágenes más características de esta divinidad son las estaciones, que se repiten regularmente cada año. Es el tiempo de la vida.

   Pero situado entre el tiempo de la vida y el de la muerte, combinación perfecta de ambos, existe un tercer dios del tiempo, el del tiempo humano. Curiosamente, a pesar de ser el más interesante de todos, se considera como un dios menor, más un diosecillo, un duende o un daimon o demonio, como dirían los griegos. Es hijo de Zeus, que acabó con la tiranía de Cronos, y de Tijé, que es la diosa de la suerte y de la fortuna. Se llama Kairos, y se representa como un joven con los pies alados, completamente calvo salvo por un mechón de pelo y con una balanza desequilibrada en su mano izquierda. El significado literal de su nombre es el de «momento adecuado u oportuno» y representa al tiempo en el que sucede algo especialmente importante, el tiempo de los grandes acontecimientos. En principio puede parecer un dios benigno, pero la balanza desequilibrada nos indica que es un dios caprichoso, que a veces nos favorece y otras nos perjudica. De cualquier manera, es el tiempo subjetivo, el tiempo que no es medible porque tiene su propia medida, el tiempo que explica por qué sentimos un instante como si fuera una eternidad o al contrario, el tiempo que nos hace interminable la espera del autobús y que hace que una buena película se nos pase volando, el tiempo, normalmente, que sentimos cuando trabajamos o cuando estamos enamorados.

   Si tienes a Kairos de tu parte puedes vivir plenamente, con los cinco sentidos, al menos durante el instante en que esté presente. Hay personas que viven permanentemente buscándolo o esperándolo. Otros lo invocan como filosofía de vida, que es lo que ocurre con el movimiento slow. Sobre Kairos Alejandro Corletti Estrada escribió que es «el tiempo de nuestros momentos trascendentes, de los hechos que marcan fuerte el camino personal de cada uno de nosotros, eso que algunos denominan destino, y que en determinados momentos nos hizo tomar decisiones importantes». En definitiva, tiempo relativo.

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