Silencio, por favor

Silencio, por favor

   Tal vez sean las obsesiones de un bibliófilo incurable, pero una biblioteca siempre me ha parecido una cosa maravillosa. Hace poco comentaba la descripción que hizo de ellas Isaac Asimov como la nave espacial que te llevará a los rincones más lejanos del universo. Por mi parte, alcanzo a verlas como un espacio con unas características y unas normas que lo convierten en una suerte de microcosmos. Borges, que pasó buena parte de su vida en ellas, soñó que sus largos pasillos formados por anaqueles llenos de volúmenes tenían la forma de laberinto, aunque seguramente la metáfora se remonta a la primera gran biblioteca, la de Alejandría.

   Pues bien, este Sancta Sanctorum del conocimiento y del silencio ha sido usado a veces en publicidad para promocionar determinados productos que poco tienen que ver con los libros o con la lectura: coches, comida, bebida, productos de higiene, etc. A continuación dejo algunos de estos anuncios. En ellos, las bibliotecas no son simplemente un decorado fruto de los caprichos de un creativo amante de los libros, son un elemento tan importante que la idea no podría haberse desarrollado en ningún otro espacio. Puede parecer un detalle insignificante, pero lo cierto es que el modo en que las bibliotecas aparecen en la publicidad dice mucho de la visión que tiene de ellas la sociedad.

   No me parece que sea casualidad la conexión que hay entre todos los anuncios. Lo que la publicidad destaca sí o sí, por encima de todo lo demás, es la norma de mantener silencio. Y es que esa es, en definitiva, la idea más habitual que tenemos de las bibliotecas en el imaginario colectivo. Esa imposición se resolverá en cada anuncio de una manera distinta. Frecuentemente a través del humor, aunque también mediante la creación de nuevas formas de comunicación que no necesiten el uso de la palabra.





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