Hace tiempo incluí El príncipe de Maquiavelo en una lista de los libros que más daño han hecho a la Humanidad. Un lector, indignado, me dijo que aquello partía de una lectura simplista y errónea del libro. Es cierto que entonces resumí la obra en una sola frase, así que sí, realmente era simplista. Pero si incluí a Maquiavelo en aquella lista fue porque, independientemente de que su contenido haya sido interpretado correcta o incorrectamente, fue una fuente de inspiración para personajes como Napoleón I, Stalin, Hitler o Mussolini. Ahora bien, ¿hasta qué punto tenía razón mi lector? ¿De verdad fue Maquiavelo un personaje maquiavélico? Es decir, astuto y taimado.
Muchos estudios y biografías han tratado de romper con los tópicos y con la leyenda negra creada en torno al pensamiento de Maquiavelo. Trabajos como Maquiavelo. Los tiempos de la política de Corrado Vivanti en Paidós o el más reciente Maquilavelo. Una biografía de Miles J. Unger en Edhasa. Unger defiende una lectura de El príncipe desde el punto de vista de los datos biográficos de Maquiavelo. Para él este tratado no sería más que un intento por parte del autor florentino de congraciarse con los Medici. Pero el hecho de que Maquiavelo describa, analice y clasifique las prácticas poco ejemplares de los gobernantes de su tiempo no significa que las comparta. Si se mira el conjunto de su producción, que es mucho más que El príncipe, se verá al autor como el gran humanista que fue. De hecho, en uno sus libros anteriores titulado Discursos sobre la primera década de Tito Livio ponderó la república como el mejor de los sistemas políticos.
En Las cenizas de Maquiavelo, publicado por Comares, el escritor granadino José Abad muestra también al autor florentino desde un punto de vista muy distinto al que habitualmente se tiene: como uno de los primeros en soñar con una Italia unida y el primero en aplicar el concepto de Estado tal y como se conoce hoy. Para José Abad su defensa de la figura del príncipe hay que enmarcarla en el contexto histórico que le tocó vivir. En el siglo XVI Italia estaba formada por un conjunto de ciudades‒estado, algunas de las cuales veía su libertad seriamente amenazada ‒España controlaba Sicilia y Francia pretendía hacer lo mismo con Milán‒. Lo que Maquiavelo, antiguo funcionario de la república, ensalza en su tratado es el liderazgo de una persona que consiga unir a todo el país y hacer frente común ante el enemigo. Por encima de sus convicciones republicanas, pensaba que un gobierno del pueblo no era lo que Italia necesitaba en ese momento.
El problema fue que Maquiavelo, que despreciaba la estructura eclesiástica, propuso la separación entre Estado e Iglesia. Esto motivó que esta última, con los jesuitas a la cabeza, incluyera todas sus obras en el Índice de Libros Prohibidos e iniciara una campaña de desprestigio que prácticamente llega hasta nuestros días. Fueron los jesuitas los que atribuyeron falsamente a Maquiavelo el epigrama «el fin justifica los medios».
Sin embargo, eso no significa que no se hayan cometido grandes atrocidades amparadas en el libro, por mucho que se hayan hecho desde interpretaciones erróneas. Seguramente muchos dirán lo mismo respecto a la Biblia. Lo que está claro es que a estas alturas ni todos los estudios del mundo podrán hacer ya que el adjetivo «maquiavélico» se despoje de sus connotaciones negativas. Lo único que queda por hacer es intentar que el mundo deje de ver a Maquiavelo como una figura maquiavélica.
Efectivamente, Maquiavelo no era tan maquiavelico, está bastante mal interpretado, descontextualizado.