Hans Holbein el Joven. Grabado: La danza de la muerte. La abadesa

Hans Holbein el Joven. Grabado: La danza de la muerte. La abadesa

   Encontrar una alabanza literaria al siglo XV en medio de un periódico demuestra que algunos diarios todavía no han perdido su capacidad para sorprender, así que mi agradecimiento para Juan Goytisolo y su artículo «Elogio literario del siglo XV». Es este un siglo, como el XVIII, del que uno no se espera que alguien venga a celebrarlo, a no ser que te llames Francisco Rico y seas miembro de la Real Academia Española.

   Ahora bien, parece que Goytisolo podría haber jugado mejor su papel de abogado defensor. Flaco favor hace al siglo XV presentarlo como el preludio del XVI, como un quiero y no puedo, que es lo que son los sonetos hechos al itálico modo del Marqués de Santillana en relación a Garcilaso de la Vega o El laberinto de la fortuna de Juan de Mena con respecto a Las soledades de Góngora. Además, El Corbacho, que es la obra elegida sobre la que basa su elogio, reconozcámoslo, no es la más acertada. Su farragoso sermoneo contra el amor mundano y la lujuria y su feroz invectiva contra las mujeres, hijas del pecado y causa de todos los males del mundo, están muy lejos de conectar con el lector actual, por mucho que esconda «un inapreciable tesoro léxico».

   Aun a riesgo de no parecer tan original como Goytisolo, ¿por qué no decantarse por las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique? A fin de cuentas, el poema ha provocado admiración en grandísimos poetas de todos los tiempos, incluyendo a Antonio Machado, que lo describió como «palabra en el tiempo» y que nombró a Manrique el poeta más grande de la literatura castellana. Que no ha perdido actualidad lo demuestra la innumerable cantidad de versiones del texto que han hecho poetas actuales, desde la actualización de Luis García Montero a poemas basados en el tópico del Ubi sunt?, caso de Luis Alberto de Cuenca, Carlos Marzal, Vicente García o Miguel D´ors. Por no hablar de las versiones musicales del poema, entre las que destacan la que Paco Ibáñez hizo en los años sesenta y la que Amancio Prada rehizo muy recientemente, en el 2010. Por algo será.

   ¿O por qué ni una sola mención al romancero viejo que nos ha dejado joyas como el Romance de Abenámar o el Romance del enamorado y la muerte, entre otros, y sin los que no podríamos comprender la recuperación que hace de la veta popular una buena parte de la poesía del siglo XX? O, puestos a nombrar al Marqués de Santillana, ¿por qué no elegir sus serranillas en lugar de sus machacones endecasílabos? Cierto es que no alcanzan a las de Juan Ruiz, pero menos da una piedra. De la Celestina, sin embargo, no diré nada, porque aunque fue publicada en la significativa fecha de 1499, es una obra inclasificable, hija maravillosa de un tiempo que muere y otro que nace.

   En fin, el abismo que separa los siglos XV y XXI es enorme. Superficialmente parece que sea lingüístico, porque entender a Juan de Mena es endiabladamente difícil, pero incluso Góngora es traducible a un castellano asequible, como demostró Dámaso Alonso. No, la incomprensión no es lingüística, sino ideológica, que es el mayor de los obstáculos con que puede trabarse la comunicación. Por eso, mi elogio literario del siglo XV es muy distinto del de Goytisolo. No es el elogio de un erudito amante de palabras con solera, como «alatares», «alguaquida» o «coamante». No, es el elogio de alguien plenamente convencido de que una obra solo puede convertirse en un clásico cuando supera todas las barreras ideológicas del mundo y da el paso para convertirse en universal.

Comentarios

comentarios