En la primavera de 1846, antes de completar sus estudios en el seminario, y cuando todavía no tenía veinte años de edad, el joven Emmanuel Domenech abandonó Francia y se dirigió a Texas en calidad de misionero católico. Durante muchos años viajó por México y por el suroeste de Estados Unidos antes de regresar a Francia en 1852, con la salud bastante deteriorada, y ser nombrado canónigo de Montpellier.
En 1860 uno de los trabajadores de la Bibliotheque de l’Arsenal de París encontró un desconcertante documento que parecía tener más de un siglo. La obra tenía cientos de páginas con extrañas figuras, muchas de ellas con un marcado carácter sexual: aparecían con los genitales descubiertos, a veces desproporcionadamente hinchados, otras veces copulando o dándose azotes entre ellos. Así que el bibliotecario decidió ponerse en contacto con Domenech, cuya fama como erudito le precedía.
El antiguo misionero examinó con detenimiento el documento y llegó a la conclusión de que se trataba de un importante manuscrito elaborado por nativos americanos que revelaba información hasta entonces desconocida sobre su cultura. Lo bautizó como Libro de los salvajes y consiguió que el gobierno francés subvencionara una edición facsímil con una larga introducción escrita por él mismo donde analizaba e interpretaba los símbolos. En su estudio Domenech admitía que símbolos como aquellos jamás se habían visto antes en inscripciones indígenas, pero eso no le impidió interpretar en aquellos símbolos desde figuras de poder o religiosas, como hechiceros, caciques o espíritus, hasta cultos fálicos, pasando por la introducción del cristianismo en la cultura indígena. Sin embargo, junto a los símbolos más fácilmente interpretables aparecían otros, muy parecidos a las letras del alfabeto romano, que desconcertaron a Domenech.
Todo se complicó para Domenech cuando su trabajo trascendió las fronteras francesas y llegó hasta Alemania. Para una persona que tuviera conocimientos del alemán ‒y Domenech no los tenía‒ no resultaba demasiado difícil interpretar los símbolos latinos como palabras del propio idioma. Quizá aquellos símbolos eran palabras mal escritas, pero no había duda de que se trataba de alemán. Muchos diarios se hicieron eco de la noticia, especialmente el berlinés Vossiche Zeitung. La teoría era que el manuscrito, en lugar de ser obra de los nativos americanos, era en realidad el cuaderno de garabatos de un niño alemán que por alguna sorprendente casualidad había llegado a la biblioteca parisina.
La prensa alemana no tardó en desmontar la teoría de Domenech comparando los símbolos del supuesto manuscrito con palabras alemanas. Por ejemplo, el símbolo que Domenech interpretaba como «el emblema del rayo» o «la ira divina» son un montón de rayas sobre la palabra «Wurst», que significa «salchicha». Aunque el verdadero autor de los símbolos sigue siendo desconocido, hoy en día se ha descartado por completo la posibilidad de que el manuscrito pueda ser realmente indígena.
De todos modos, los dibujitos son bastante geniales, ¿no? Pero a mí no me parecen las obras de un niño — ¡tal vez son un ejemplo de art brut del siglo XVIII!
La conclusión final a la que se llegó en la época es que eran infantiles, pero por supuesto su origen real continúa y continuará siendo un misterio. Desde luego, la estética encaja perfectamente con el art brut.