Donoso escrutinio

Donoso escrutinio

   Puede parecer increíble, pero no todas las quemas de libros han hecho daño a la humanidad. O por lo menos daño en el sentido físico de destruir el legado transmitido a través de los libros o de otros materiales escritos. De algunas, incluso, se podría decir que han sido necesarias o beneficiosas. Puede parecer contradictorio, pero eso es lo que tiene quemar un libro dentro de otro libro. Es decir, reproducir en un libro un episodio en el que se queman libros. Pura contradicción, oiga.

   El más célebre es el conocido como «donoso escrutinio» que encontramos en el capítulo sexto del Quijote. El cura, el barbero y el ama de llaves entran a hurtadillas en la biblioteca del ilustre hidalgo y, en una especie de auto de fe, someten a un escrupuloso juicio a los libros de caballería que han vuelto loco al señor Alonso Quijano. Se queman casi todos, aunque hay algunas excepciones como el Amadís de Gaula o Tirant lo Blanc. En realidad el proceso tiene mucho de crítica literaria simbólica: los comentarios que van haciendo los personajes no hacen sino expresar los gustos literarios de Cervantes.

   No deja de tener su simbolismo también el incendio final de la biblioteca del monasterio en El nombre de la rosa. No solo por lo que supone la pérdida del libro de Aristóteles dedicado a la comedia, que también, sino sobre todo porque marca el final de una época y el comienzo de otra nueva.

   Aunque si hay que pensar en libros que arden dentro de un libro la novela por excelencia es Fahrenheit 451. Bradbury, que se sintió horrorizado ante las quemas nazis de libros, declaró que escribió la novela como una forma de expresar su disconformidad con la caza de brujas del senador McCarthy, el aumento de la censura y la amenaza de quema de libros en EEUU. Con independencia de lo original de la trama, Fahrenheit 451 contiene algunos de los textos más brillantes sobre la peligrosidad de los libros que se hayan escrito. La idea ya estaba presente en 1984, donde George Orwell emplea el eufemismo «agujero de la memoria» para referirse a la destrucción total de todos los libros publicados antes de 1960.

   Pero si nos remontamos todavía más lejos en el pasado podemos encontrar un antecedente en el relato «Earth’s Holocaust» que Nathaniel Hawthorne publica dentro de su libro Mosses from an Old Manse. Es curioso que el último libro que se queme en él sea la Biblia. Christopher Marlowe ya había quemado una copia del Corán en su drama Tamerlán el Grande.

   Particularmente significativo por varios motivos es el caso de Mijaíl Bulgákov y su novela El maestro y Margarita. Ese maestro, uno de los protagonistas del libro, termina quemando su manuscrito para ocultarlo a las autoridades soviéticas stalinistas. Más adelante el propio Satanás, convertido en un misterioso personaje, le devuelve la obra destruida diciéndole algo que acabó convirtiéndose en una frase hecha en ruso: «Los manuscritos no arden». El propio Bulgákov tuvo que quemar una primera versión de esta novela exactamente por las mismas razones que su personaje y más tarde tuvo que reescribirla de memoria.

   Hay más libros donde se mencionan o relatan quemas de libros. En Viaje al centro de la Tierra el profesor Otto Lidenbrock decide emprender su aventura por un pergamino de Arne Saknussemm, cuyas obras fueron quemadas. En El sueño de Escipión Iain Pears engarza tres momentos críticos de en la historia de la civilización occidental con quemas de libros. Por otra parte, el bibliófilo que protagoniza Acto de fe de Elías Canetti se termina inmolando en su propia biblioteca. También se incendia una biblioteca en la novela Titus Groan de Mervyn Peake, autor poco conocido, contemporáneo de Tolkien, con el que suele compararse, aunque más surrealista.

   Si algo hay que agradecerles a estas quemas, además del hecho de que no hayan maltratado ningún libro real, es su invitación a reflexionar sobre la propia materialidad del libro y su función en la sociedad. Tras ellas no pocas veces se esconde una crítica abierta al fanatismo ideológico que por motivos morales, religiosos o políticos ven los libros como peligrosas armas del pensamiento que hay que destruir a toda costa. En casos como estos quemar libros dentro de libros no solo es un ejercicio sano sino necesario.

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