Hemingway y Hadley

Hemingway y Hadley

   En diciembre de 1922 Ernest Hemingway se encontraba en Suiza cubriendo el Tratado de Paz de Lausana como corresponsal del Toronto Daily Star. Allí se puso en contacto con el periodista y editor Lincoln Steffens. Este quedó impresionado con el trabajo de Hemingway y le dijo que estaba interesado en leer más. En ese momento todos los manuscritos de Hemingway los tenía su esposa, Elizabeth Hadley Richardson, en París, que era donde vivía el matrimonio. Hemingway avisó a su mujer y esta metió todos los papeles que encontró en una maleta y se dispuso a viajar con ellos a Suiza. Hadley se encontraba en la estación de París-Lyon, donde iba a tomar el correspondiente tren, cuando dejó la maleta un momento para ir a comprar una botella de agua. Al volver la maleta ya no estaba y no apareció por ninguna parte.

   ¿Qué había con exactitud dentro de la maleta? Es difícil saberlo, pero parece ser que contenía casi todo lo que Hemingway había escrito hasta la fecha: decenas de relatos, notas y el bosquejo argumental más algunos capítulos de una novela sobre sus propias experiencias en la Primera Guerra Mundial. Solo una pequeña parte de la obra de Hemingway sobrevivió al desastre. Básicamente un par de relatos: «Mi viejo», que ya había sido publicado en una revista, y «Up in Michigan», que estaba escondido en un cajón porque Gertrude Stein le había dicho que era imposible de publicar y que más tarde publicaría en su primer libro Tres relatos y diez poemas. En enero de 1923 Hemingway le escribió una carta a Ezra Pound para informarle de la pérdida. En ella Hemingway declara que solo han sobrevivido tres borradores de un poema desechado, algún texto periodístico y algo de correspondencia.

   En La biblioteca de los libros perdidos Stuart Kelly sostiene una curiosa teoría sobre el valor de esta desaparición en la obra de Hemingway. Según Kelly si Hemingway hubiera recibido aquella maleta seguramente hubiera dedicado la siguiente década a perfeccionar aquellos inmaduros textos juveniles y nunca hubiera llegado a escribir las novelas que escribió ni a desarrollar su peculiar estilo.

   Por otra parte, pensar en el momento del robo y en el destino de esa maleta es algo demasiado tentador. ¿Qué pasaría por la cabeza del ladrón cuando la abrió y no encontró nada de valor, nada salvo los garabatos de un escritor desconocido? ¿Qué haría con ella? Tal vez tirarla al Sena o quizá esconderla en algún ático sin saber que años después aquellos papeles emborronados valdrían su peso en oro. En la novela La maleta de Hemingway el escritor MacDonald Harris fantasea con la reaparición de la maleta en la actualidad. Yo mismo escribí hace tiempo un relato policíaco sobre el tema, situando el hallazgo en una librería de viejos de Barcelona y convirtiéndolo en el detonante de un crimen entre bibliófilos.

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