Autorretrato de Van Gogh sin oreja de 1889

Autorretrato de Van Gogh sin oreja de 1889

   Qué difícil es cumplir a rajatabla la máxima que Jorge Guillén formuló en 1921: «Contemplad la obra, olvidad al hombre». Porque, si bien es verdad que una vida extravagante o peculiar por sí sola no es garantía de éxito para un artista si no se acompaña de una obra que dé la talla, no es menos cierto que sí puede suponer un importante empujón. En el caso de Vicent Van Gogh se da la perfecta combinación de ambos elementos. Pero aunque su vida esté llena de curiosas anécdotas que darían para escribir largo y tendido ‒y mucho hay escrito sobre ello‒ ahora quisiera centrarme en uno de sus episodios más conocidos y repetidos: el del corte de su oreja.

   Van Gogh había animado a Gauguin a viajar a Arlés, donde él se encontraba, para formar una comunidad de artistas, la Casa Amarilla. Durante dos meses tuvieron un período muy fructífero, pero todo indicaba que aquello no podía acabar bien. Van Gogh era psicológicamente inestable y bebía mucha absenta; Gaugin, por su parte, tenía un carácter muy fuerte y voluble. El 23 de diciembre de 1888 se produjo una violenta discusión entre ambos. El incidente es confuso y la versión oficial es la que Gauguin recogió en sus memorias. Van Gogh le amenazó y persiguió con una navaja de afeitar y más tarde se automutiló el lóbulo de la oreja izquierda, lo envolvió en un paño, fue a un burdel y se lo regaló a una prostituta llamada Rachel. A la mañana siguiente la policía lo encontró inconsciente y fue trasladado al hospital Hôtel-Dieu de Arlés.

   Ahora bien, en 2009 dos historiadores alemanes, Hans Kaufmann y Rita Wildegans, publicaron un estudio titulado La Oreja de Van Gogh: Paul Gauguin y el Pacto de silencio donde defienden que Van Gogh no se automutiló y que fue Gauguin quien le cortó la oreja con una espada de esgrima. Posteriormente decidieron hacer ese pacto de silencio por el que Van Gogh encubriría a Gauguin para evitar que este fuera a la cárcel.

   Sea como fuera, ahora nos trasladamos al MoMA de Nueva York en 1935. Ese año el museo organizó una exposición sobre Van Gogh que fue un auténtico bombazo. Muchos de los cuadros que se exponían era la primera vez que se traían a Estados Unidos y tanto la cobertura mediática como la asistencia de público fueron muy amplias. En ese contexto aparece el pintor Hugh Troy, uno de esos artistas que sí ha terminado alcanzando más notoriedad por las anécdotas que han protagonizado a lo largo de su vida que por su obra. Según contó el periodista Harry Allen Smith en 1953, Troy estaba convencido de que la mayor parte de personas que acudían a la exposición lo hacían más por el morbo que genera la biografía y la figura de Van Gogh que por su obra y para demostrarlo llevó a cabo un experimento muy sencillo.

Autorretrato de Caricatura de Hugh Troy

Autorretrato de Caricatura de Hugh Troy

   Cogió un pedazo de carne y lo metió en una cajita de terciopelo. Después se coló en el museo con la caja escondida y consiguió colocarla en un lugar bastante visible de la exposición. Junto a la caja colocó un letrero que decía lo siguiente: «Este es el oído que Vincent Van Gogh se cortó y regaló a una prostituta francesa el 24 de diciembre de 1888». Según Troy, antes de que las autoridades del museo se percataran y lo retiraran, una gran multitud se arremolinó en torno al trozo de carne falso, ignorando por completo los cuadros de Van Gogh.

   En 1992 el periodista Neil Steinberg publicó un libro donde ponía en duda muchas de las anécdotas que se le atribuyen a Hugh Troy. De cualquier modo, más que el hecho en sí de la anécdota, creo que lo interesante de todo el asunto es la puerta que deja abierta a la reflexión. ¿Es posible que en algunos casos estemos más interesados por la oreja de Van Gogh que por sus pinturas? Entendiendo, claro está, la oreja como un símbolo del dato biográfico morboso. Y, sobre todo, ¿hacia dónde nos lleva que eso sea así?

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