Plagio

Plagio

   Fue el original Pablo Picasso quien dijo: «Los grandes artistas copian, los genios roban». Desde luego, el plagio, entendido no necesariamente como copia literal sino como glosa o paráfrasis de un texto original, es un concepto que ha existido en la historia de la literatura desde sus comienzos. Una de las primeras referencias aparece en el siglo I d. C. en uno de los epigramas del poeta Marcial. Así mismo, el poeta Ausonio había censurado a Virgilio por haber copiado a Homero, algo que desde una perspectiva actual estaría lejos de considerarse plagio. Sin embargo, el término «plagio» no aparece con un significado similar al que tiene hoy en día aproximadamente hasta el siglo XVI. Si bien es cierto que la concepción jurídica del plagio no cuajará hasta los siglos XVIII y XIX con la creación de la Propiedad Intelectual.

   Una vez hechas estas salvedades, haré un repaso por algunos de los escritores hispánicos que han cometido o que han sido acusados de cometer plagio ‒sería prácticamente imposible mencionarlos a todos‒. Que conste que yo no acuso a nadie, simplemente me limito a recoger acusaciones vertidas sobre ellos por otros. Una gran parte de la información con la que he elaborado este artículo está tomada de El plagio literario, un portal dedicado a estudiar todo tipo de cuestiones acerca de la propiedad intelectual, sus límites y el concepto de plagio. Si te interesa el tema te recomiendo especialmente que visites la página porque no tiene desperdicio.

   En los primeros momentos de la literatura castellana nos movemos por tierras movedizas en lo que respecta al concepto de autoría, lo cual complica aún más la consideración de plagio. Gonzalo de Berceo, que se considera oficialmente como el primer escritor de la literatura castellana, también se puede considerar en el sentido estricto del término el primer plagiario de nuestra literatura. Todas sus obras están basadas en temas y en modelos latinos y Berceo no solo no oculta sus fuentes sino que además es él mismo el que las señala. Del mismo modo, el Arcipreste de Hita bebe de las fuentes más diversas ‒o incluso las copia directamente‒ para elaborar ese pastiche que es su Libro del Buen Amor. El bueno de Juan Ruiz da un paso más, invitando a sus lectores a plagiarle y a alterar su obra con total libertad.

Don Juan Manuel

Don Juan Manuel

   De Don Juan Manuel suele decirse, en cambio, que es el primer escritor moderno de nuestras letras, porque en él aparece ya una conciencia clara de autoría, ese deseo de conservar sus obras ‒como hizo en el monasterio de Peñafiel‒, la obsesión por la integridad de sus textos y la ambición de que su nombre pasara a la posteridad. Como todos los autores de su época, don Juan Manuel maneja muchas fuentes para elaborar sus obras, como puede verse, por ejemplo, en las historias que Patronio cuenta al conde Lucanor. La gran novedad es que en este caso el autor pretende ya que la reelaboración quede exclusivamente bajo su nombre.

   Algunos plagios han tenido tanta importancia en la historia de la literatura que sin ellos nada hubiera sido igual en nuestras letras. Garcilaso lo hace con Ovidio, con Sannazaro o con Petrarca y Cervantes lo practica en todas sus obras. De hecho, el Quijote es una amalgama de elementos tomados de todos los géneros existentes en la época, aunque con una novedad que es lo que convierte la obra en la primera novela moderna: transforma el idealismo original en realismo puro y duro a través de la parodia. Hay que decir que varios estudiosos, entre ellos Martín de Riquer, señalan que la imitación cervantina no siempre sigue una intención paródica. El propio Quijote será víctima de plagio en una segunda parte apócrifa, la del misterioso Avellaneda. Cervantes no solo denuncia la falsedad de este fingido Quijote sino que aprovecha algunos de sus elementos para introducirlo en su continuación y hace, mediante los personajes, crítica de la novela dentro de la novela.

Leopoldo Alas Clarín

Leopoldo Alas Clarín

   Si damos un salto ya al siglo XIX podremos empezar a hablar de plagio con más propiedad. A Leopoldo Alas Clarín se le acusó en más de una ocasión de haber copiado a Flaubert. Parece que Madame Bovary no solo sirvió de inspiración para La Regenta: se dice que Clarín copió las primeras páginas de la novela de Flaubert para escribir su relato Zurita. Ante semejantes acusaciones Clarín se encendía de indignación y contestaba airado a quienes le sugerían la posibilidad de tal plagio. De todos modos, ni siquiera Flaubert se libró de semejante acusación. Según Balzac, Madame Bovary era una copia de su Médico rural.

Valle-Inclán

Valle-Inclán

   Es difícil dudar de la originalidad de Valle-Inclán, escritor singular como pocos. Sin embargo, lo cierto es que este bicho raro de las letras hispanas llevaba el plagio en las venas. Además de su alegría para apropiarse de versos ajenos de poetas simbolistas, parece que en sus Sonatas hay algunas páginas de Casanova o de D´Annunzio y que además tenía previsto hacer una novela con fragmentos de Baroja. Tan aficionado era al plagio que incluso se autoplagiaba, reelaborando obras antiguas o presentándolas como nuevas.

Pablo Neruda

Pablo Neruda

   Una de las enemistades entre poetas más conocidas y bien documentada de las letras hispanas es la que tuvo lugar entre Vicente Huidobro y Pablo Neruda. Huidobro acusó a Neruda de que el poema XVI de sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada era la traducción de un poema de Rabindranath Tagore realizada en 1917 por Zenobia Camprubí. La sombra del plagio, ya sea de Tagore o de otros autores, ha planeado sobre Neruda a raíz de otros textos. El librero Álvaro Castillo Granada publicó un pequeño ensayo con el significativo título De cuando Pablo Neruda plagió a Miguel Ángel Macau, donde rastrea de forma casi policial los indicios que pudieran llevar a pensar que el grandísimo Neruda plagiara a un poeta cubano menor, casi un desconocido.

Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez

   Por seguir en la línea de la literatura hispanoamericana, algunos autores del boom se han visto salpicados por las sospechas del plagio. No es de extrañar teniendo en cuenta el pero que tiene la generación perdida sobre el boom, aunque tiene tanto sentido como afirmar que Gabriel García Márquez copiara a Capote o Carlos Fuentes a Faulkner. Miguel Ángel Asturias, que no sentía precisamente aprecio hacia García Márquez, acusó al escritor colombiano de haber copiado un personaje de la Búsqueda del infinito de Balzac en Cien años de soledad, unas acusaciones que fueron retomadas por el escritor Fernando Vallejo en 2002. Además, en 2005 el escritor Gregorio Morán declaró en un artículo titulado «La sorda vejez de un escritor» que Memoria de mis putas tristes era una copia de La casa de las doncellas dormidas de Kawabata. Lo cierto es que García Márquez nunca negó la influencia de Kawabata.

Carlos Fuentes

Carlos Fuentes

   Algo más de fundamento parecen tener las acusaciones que el escritor mexicano Víctor Celorio lanzó en 1995 contra Carlos Fuentes. Además de personajes muy parecidos, Celorio encontró después de un pormenorizado estudio 110 coincidencias textuales entre su novela El unicornio azul y Diana o la cazadora solitaria de Fuentes. El crítico Julio Ortega resta crédito a esta acusación y hoy en día ya parece no tenerse en cuenta, aunque no será esta la única acusación de plagio. El propio Cabrera Infante señaló que la novela de Fuentes Cumpleaños parecía inspirada en una suya, a lo que Fuentes contestó que «no hay libro que no descienda de otro libro».

   Una lista de ilustres plagiarios hispánicos no podría estar completa sin Alfredo Bryce Echenique, acusado de haber copiado textos ajenos sobre todo en artículos de opinión publicados en La vanguardia y en el diario peruano El comercio. En total existen unas 40 acusaciones de plagio, 16 de las cuales han sido confirmadas y han acabado en condenas judiciales que suman multas por valor de unos 42.000 euros. La credibilidad del autor peruano como escritor ha sido puesta en entredicho por una buena parte del mundillo literario a raíz de prácticas de dudosa catadura moral que incluyen la apropiación de textos de escritores que le habrían mandado sus borradores para conocer la opinión del autor consagrado. De hecho, doce intelectuales mexicanos protestaron por la concesión a Echenique del Premio FIL de Literatura 2012. Aunque esos 42.000 euros de multa pueden parecer una minucia frente a la indemnización de 210.000 euros que la Audiencia Nacional impuso a Pérez Reverte por haberle plagiado el guión de la película Gitano al cineasta Antonio González-Vigil.

Camilo José Cela

Camilo José Cela

   Tampoco podía faltar Camilo José Cela, que fue acusado de plagio en 1995 por la escritora María del Carmen Formoso. Según la demandante había coincidencias en temas, personajes y frases textuales entre su novela Carmen, Carmela. Carmiña y La Cruz de San Andrés de Cela. Curiosamente, Formoso presentó esta novela al Premio Planeta y finalmente lo acabó ganando la de Cela. Aunque había ciertas sospechas que parecían confirmar que Cela había tenido acceso a la obra de Formoso, el veredicto final absolvió al escritor gallego. A pesar de todo, la sentencia se basaba en unas premisas más que dudosas: el hecho de que Cela había demostrado su calidad como escritor servía como garantía suficiente para exonerarlo de la acusación de plagio. Parece que las sospechas de plagio se disipan cuando has sido académico de la Real Academia Española o cuando se te ha concedido el Premio Nobel. De cualquier modo, el Premio Planeta vio dañada su imagen.

Lucía Etxebarría

Lucía Etxebarría

   La existencia de las nuevas tecnologías, con programas capaces de hacer análisis textuales comparativos en cuestión de segundos, aparentemente dificultan el plagio, pero aún así continúan apareciendo casos polémicos. El periodista José Calabuig señaló en un reportaje de Interviú la abundancia de versos ajenos en Estación de Infierno de Lucía Etxebarría, sobre todo de William Blake, de Pere Gimferrer, de Alejandra Pizarnik y de Antonio Colinas. Etxebarría negó que existiera el plagio, desacreditó al periodista, que nunca había escrito ningún estudio crítico sobre poesía ni nada parecido, y exigió que se hiciera un estudio comparativo serio. Al mismo tiempo, se defendió amparándose en la intertextualidad, declarando su admiración por Colinas y sus préstamos como homenajes. En 2005 fue acusada de nuevo por plagio a raíz de su obra Ya no sufro por amor, que según parece contiene párrafos enteros del artículo «Dependencia emocional y violencia doméstica» del psicólogo Jorge Castelló. En esta ocasión Etxberarría en lugar de negar la polémica declaró simplemente que esperaba que el escándalo aumentara las ventas del libro.

Agustín Fernández Mallo

Agustín Fernández Mallo

   El experimento intertextual extremo lo llevó a cabo Agustín Fernández Mallo en su obra El hacedor (de Borges), Remake, donde el autor se apropia, también a modo de homenaje, de textos borgianos para descolocarlos y cargarlos de nuevos significados, en una especie de juego que tenía muy presente el relato «Pierre Menard, autor del Quijote», en el que Borges hacía precisamente eso con Cervantes. Pero María Kodama, viuda de Borges y celosa guardiana de sus derechos de autor, interpretó este juego como un plagio y demandó a la editorial, Alfaguara, que se vio obligada a retirar el libro del mercado.

   Sin embargo, esa intertextualidad, que podría explicar las copias en obras literarias, no parece ser apropiado para otro tipo de textos como traducciones, obras divulgativas o artículos periodísticos. Vázquez Montalbán fue acusado judicialmente de apropiarse de la traducción que M. A. Pujante hizo del Julio César de Shakespeare y de presentarla como suya propia. El caso levantó una gran polémica y la traducción fue retirada. Luis Racionero, por su parte, copió párrafos y fragmentos del Legado de Grecia de Gilbert Murray para elaborar su libro La Atenas de Pericles. En su momento Racionero acudió a la socorrida intertextualidad y avisaba de que casi todas sus obras están escritas de la misma forma. También se ha hablado de plagio en algunos artículos periodísticos de Quim Monzó aparecidos en el Magazine de La Vanguardia. Parece que en ocasiones Monzó en lugar de reelaborar sus fuentes se limitaba a seleccionarlas y traducirlas, aunque en casos como este no parece tan evidente la frontera entre lo que es y lo que no es plagio.

   No quisiera acabar sin dedicarle por lo menos unas palabras a un par de autores que más de uno pondría en duda si incluirlos en una lista de escritores pero que no quiero dejar de mencionar por lo peregrino de sus excusas. El primer caso es el de Ana Rosa Quintana y de su Sabor a hiel, que contenía párrafos y páginas enteras de numerosas novelas, entre ellas Mujeres de ojos grandes de Ángeles Mastretta, El pájaro canta hasta morir de Colleen MacCullogh o Álbum de familia de Danielle Steele. Acorralada, Ana Rosa Quintana antes de declararse plagiaria prefirió admitir que había usado algún «colaborador» y echó todas las culpas sobre su negro literario, que por supuesto quedó siempre en el anonimato. El otro plagiario es Jorge Bucay, que admitió que en su libro Shimriti había copiado unas sesenta páginas de La sabiduría recobrada de la filósofa y profesora de la Complutense Mónica Caballé. La excusa fue que se le había pasado por alto colocar las comillas en el lugar adecuado y no quedaba claro que aquello fuera una cita.

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