Para rebatir la validez del Test de Turing en 1955 el filósofo John Searle propuso un experimento mental conocido como «experimento de la habitación china». Searle empieza imaginando una máquina capaz de comprender el idioma chino. Un nativo introduce un mensaje en chino en la máquina y esta le responde con otro mensaje tan coherente y bien construido que se puede llegar a la conclusión de que el artefacto conoce perfectamente el idioma. Esta hipotética máquina superaría el Test de Turing demostrando que tiene inteligencia.
Ahora bien, supongamos que dentro de la máquina está el propio Searle, que no tiene ni idea de chino pero cuenta con una serie de manuales y diccionarios que le permiten escribir mensajes en dicho idioma. El mismo chino que pensaba que la máquina conocía su idioma vuelve a introducir un mensaje, que ahora recoge Searle. El filósofo utiliza de forma inconsciente y sistemática toda la información de que dispone dentro del habitáculo y consigue componer un texto que bien podría pasar por respuesta del mensaje inicial. De esta manera, Searle logra hacer creer al observador externo que conoce el idioma, aunque nunca lo haya hablado o leído. Pero lo cierto es que Searle no entiende el chino, solo simula entenderlo.
Ya que es evidente que con este experimento Searle no ha aprendido a hablar chino, ¿se podría decir que ha sido la habitación la que ha aprendido el nuevo idioma? Entiéndase por la habitación todo lo que hay dentro de ella: Searle, junto con sus manuales, sus diccionarios y las respuestas que ofrece. ¿O solo se trata de un simulacro más?
Las conclusiones de este experimento ponen en un aprieto a los defensores de la inteligencia artificial que afirman que un programa de ordenador muy avanzado podría llegar a comprender el lenguaje y a tener ciertas cualidades humanas en lugar de simularlas. O admiten que la habitación completa ha conseguido aprender chino o reconocen la insuficiencia del Test de Turing para confirmar que una máquina posee inteligencia.
En este experimento subyace la idea de que la mecanización del pensamiento es imposible, o que la inteligencia no puede ser reducida a un algoritmo. Dennet sacó el experimento mental opuesto, el ‘zombi’, un robot -que puede ser orgánico- que reacciona exactamente igual que tú en todas las circunstancias pero que en realidad no tiene consciencia. ¿Es factible un zombie? ¿Es factible constuir una habitación como la que indica Searle sin, realmente, construir una inteligencia?
¿Seguro que te refieres a Dennet? Me parece que el zombi es de David Chalmers. Te lo digo porque ya tenía previsto escribir un artículo sobre esto y tu comentario me ha dejado confuso. Creo que la clave está en construir una inteligencia o en construir algo que da la ilusión de tener una inteligencia.
Yo lo había leído en un libro e Dennett, pero veo que sí, que no es el inventor. El núcleo de la paradoja, creo yo, es si la simulación de una inteligencia es o no una inteligencia. Es decir, si construimos algo que responde exactamente igual que una inteligencia, ¿hasta que punto podemos decir que es una simulación?
Llevado hasta el extremo, podríamos llegar a una especie de solipsismo: consciente soy yo, el resto son sólo simulaciones (y en ocasiones no muy buenas)
Bueno, en realidad es el punto de partida para muchas teorías de la filosofía de la mente, aunque siempre desde un punto de vista teórico, ya que es casi indemostrable. Por eso para los filósofos pragmáticos esto es perder el tiempo. Llevado al extremo puede convertirse en solipsismo, lo que viene a ser algo así como un callejón sin salida. Pero con el desarrollo de la inteligencia artificial es una cuestión que no es tan intrascendental como muchos la suponen.
Pero que es la conciencia?, será acaso la libertad de responder de acuerdo a una decisión tomada por la facultad del libre albeldrío?, pero el libre albeldrío no existe, esta demostrado que nuestra mente responde de acuerdo a todo el conocimiento que ha ido acumulando por años, simulando los matices del entorno que la ha rodeado, esto lo podemos ver claramente en diferentes ambitos culturales, en donde dos personas de diferentes culturas o paises, responden de manera diferente a una misma situación.