La tuberculosis, antiguamente conocida como tisis, es una enfermedad infecciosa cuyos orígenes se pierden en la historia. De hecho, su primera descripción se la debemos a Hipócrates. Entre los siglos XVII y XVIII este mal se convierte en un verdadero problema de salud para los occidentales, debido sobre todo a los desplazamientos masivos de campesinos a las ciudades. A partir del siglo XIX la necesidad de mano de obra llevó a cientos de miles de personas a poblar los núcleos urbanos alcanzándose, en muchos casos, penosas condiciones de vida, con hacinamiento y falta de higiene, lo que supuso un caldo de cultivo perfecto para que la enfermedad se desarrollara, se propagara y se cobrara millones de vidas.
Al mismo tiempo la Europa romántica mitifica la enfermedad, relacionándola con la sensibilidad, la creatividad y la vida bohemia. Thoreau, que tenía tuberculosis, escribió en 1852: «La muerte y la enfermedad suelen ser hermosas, como la fiebre tísica de la consumación». Tanto prestigio llegó a tener la enfermedad que se la conoció como «el mal de los poetas» y se concibió como una variante de la enfermedad del amor y una característica de las heroínas. Keats consolaba a Shelley ‒ambos enfermos de tuberculosis‒ diciéndole: «esta consumación es una enfermedad particularmente amiga de gente que escribe versos tan buenos como los tuyos». Se dice que Lord Byron se miraba al espejo y exclamaba: «Estoy pálido, me gustaría morir consumido porque todas las damas dirían “miren al pobre Byron qué interesante parece al morir”».
Sería prolijo nombrar a todos los escritores ‒y artistas en general‒ que la padecieron en el siglo XIX, entre ellos Edgar Allan Poe, Balzac, Maupassant, Emerson, o Sir Walter Scott, por mencionar a algunos. Muchos de ellos incluso llegaron a morir a causa de ella, como es el caso de Novalis, de Schiller, de John Keats, de Bécquer, de Chéjov, de Walt Whitman o de Alfred Jarry. La enfermedad fue particularmente desoladora con las tres hermanas Brontë, que murieron a causa de ella en un lapso de siete años, entre 1848 y 1855.
Esa mitificación empezó a desaparecer en 1882, cuando Robert Koch descubrió el bacilo que causaba la infección. A partir de ese momento se asoció la enfermedad con su causa real: condiciones de pobreza y de insalubridad. No solo desapareció su aura romántica sino que, ya en el siglo XX, llegó a estigmatizarse y evitarse el pronunciar su nombre. Aunque ya antes encontramos algunos ejemplos de esto. En 1827 Stendhal publica Armance, una novela en la que la madre del protagonista evita pronunciar el nombre de la enfermedad por temor a que ese gesto acelere la enfermedad.
Muchos escritores la siguen padeciendo a lo largo de del siglo XX: Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Dylan Thomas, Miguel Delibes, Camilo J. Cela, Eugene O’Neill, Ángel González o Rosa Montero. También provocó algunas muertes. Miguel Hernández murió de tuberculosis en prisión, Kafka en el sanatorio de Wiener Wald, cerca de Viena, y D. H. Lawrence, que también había pasado por un sanatorio, lo hizo en Villa Robermond, en Vence, Francia. También sucumbió a la enfermedad George Orwell, que pasó los últimos años de su vida entre hospitales y murió con 46 años.
¿Qué es entonces lo que la tuberculosis ha hecho por la literatura? En principio parece que ha matado a unos cuantos escritores y, en el mejor de los casos, les ha causado sufrimiento y dolor. Pero para Leopoldo Cortejoso la enfermedad también tiene una cara positiva, como explica en su libro La enfermera en la lucha antituberculosa: «la intoxicación tuberculosa excita la actividad intelectual del enfermo y se estimulan las facultades creadoras; surge el afán de convertir en obra tangible lo que era incorpóreo e irreal, el deseo de transformar en belleza viva y palpitante lo que era imagen y pensamiento, y de este modo la tuberculosis, enfermedad de la materia, contribuye a lograr el triunfo del espíritu». En muchos casos la tuberculosis ha obligado a algunos escritores a tomarse periodos de descanso que aprovecharon para crear sus obras. Muchas de sus obras fueron realizadas en momentos en que la enfermedad se manifestaba con mayor virulencia. En otros, les ha dotado de una experiencia vital que les ha servido de material para su obra. Un ejemplo claro es el ensayo autobiográfico que Stevenson publicó en 1874 titulado Ordered South, donde describe las etapas por las que pasa el tuberculoso.
En La enfermedad y sus metáforas Susan Sontag hace un análisis de de la influencia de la tuberculosis en la literatura del siglo XIX. En palabras suyas, esta época «está plagada de tuberculosos que mueren casi sin síntomas, sin miedo, beatíficos, especialmente gente joven –como Little Eva en La cabaña del tío Tom, el hijo de Dombey, en Dombey e hijo, y Smike en Nicholas Nickleby, en donde Dickens describe la tuberculosis como la aterradora enfermedad que refina la muerte quitándole sus aspectos groseros en que la batalla entre el alma y el cuerpo es tan gradual, tranquila y solemne, y el resultado tan seguro, que día a día y grano a grano, la parte moral se consume y se marchita, de modo que el espíritu se aligera y se llena de esperanzas por su peso menguante».
La tuberculosis aparece con frecuencia en la literatura, incluso en obras de autores que no la padecieron. Está presente en el personaje de Margarita Gautier de La dama de las camelias escrito por Alejandro Dumas hijo y en el de Fantine, la joven prostituta de Los miserables de Víctor Hugo. El sanatorio tuberculoso es un componente esencial en la novela de Thomas Mann La montaña mágica, pero también aparece, desde un punto de vista más autobiográfico, en la obra de Cela Pabellón de reposo y en un relato de Roberto Arlt titulado Ester Primavera. En El jardinero fiel John Le Carré desarrolla una trama alrededor de las pruebas para un fármaco antituberculoso realizadas por una multinacional farmacéutica en África. Las referencias se van repitiendo una y otra vez, demostrando que la herencia que la tuberculosis ha dejado en la literatura es alargada y fructífera.
Había notado que esa enfermedad estaba muy presente en muchos escritores y personajes, pero desconocía su mitificación. Me llama la atención que tantos escritores la padecieran, cuando muchos de ellos, según creo, pertenecían a clases acomodadas.
Un saludo
Ten en cuenta que en el siglo XIX se puso de moda entre los escritores la vida bohemia, en muchos casos tuvieran o no dinero. Por otra parte, la tuberculosis era una enfermedad tremendamente comun, incluso entre las personas más adineradas. Hasta que se descubrió que se producía por falta de higiene no se tenía conciencia del problema. Un saludo.
[…] que continuó ocurriendo, ya con la dolencia desmitificada, durante buena parte del siglo XX. En un artículo publicado hace tiempo hablaba de ello y mencionaba de pasada el caso de George Orwell, que pasó […]