Arthur C. Danto

Arthur C. Danto

   El pasado 25 de octubre murió el filósofo y crítico de arte Arthur C. Danto, conocido sobre todo a raíz de su teoría sobre la muerte del arte. Aparte de esto ha sido, posiblemente, el filósofo analítico más importante en cuestiones de estética en los últimos años. Personalmente iría incluso más lejos: gracias a Danto cambió mi visión del arte y empecé a comprender y a amar el arte contemporáneo. Para mí ha sido como un maestro. Independientemente de que haya hecho más o menos referencias explícitas a él, siempre lo he tenido presente en todos los artículos que he escrito sobre arte. Como homenaje, The American Scholar ha publicado un artículo que Danto escribió en 2012 como si fuera una carta a la posteridad. Se trata de un texto que me ha conmovido profundamente y que es, hay que admitirlo, una magnífica síntesis de su pensamiento, Danto en estado puro. Por ese motivo he aventurado una traducción completamente libre de los puntos que me han resultado más interesantes, aunque recomiendo, por supuesto, leer el original.

   «El término filósofo empezó a ser utilizado en la antigüedad como una consecuencia de la modestia. Sócrates no se consideraba tanto un hombre sabio como un amante de la sabiduría, de donde se deriva el término filósofo. No sé si, aparte de en su etimología, la sabiduría forma parte del concepto de filosofía, al menos entre los filósofos, algunos de los cuales, bajo mi punto de vista, quieren ser llamados sabios o dicen amar la sabiduría. Lo que los filósofos aman es la inteligencia, la agudeza, la originalidad de argumentos o el ingenio. Al menos, desde la profesionalización de la disciplina en el siglo XX, esto es lo que los filósofos admiran de otros filósofos. Ellos se divierten con cualquier idea, aunque sea escandalosa, siempre y cuando pueda defenderse. Mi teoría del fin del arte puso al mundo del arte entre la espada y la pared, pero fue bien recibida entre los filósofos: «Está bien, así que el arte ha terminado. ¿Por qué?». Por lo menos, su apertura de mente completa lo que les falta de sabiduría […]

   »El movimiento pop me interesó mucho, pero como un romántico, yo no tenía ningún interés en ser un artista pop. Lo que me enseñó dedicarme al pop art fue a escribir filosóficamente sobre el arte. Nunca me había interesado la conexión entre la filosofía y el arte, pero con el pop empecé a vislumbrar las bases de una filosofía del arte seria. Al mismo tiempo, me pareció que la técnica artística de mediados de los 60 ‒el pop art y el minimalismo‒ era filosóficamente fascinante. Pero sus protagonistas eran casi desconocidos para la mayor parte de los filósofos del arte, incluso entre los pocos especialistas en arte moderno. Escribí mi primer artículo sobre la filosofía del arte en 1964, en un momento en que mi capacidad de invención filosófica estaba en su máximo apogeo.

Las Brillo Box

Las Brillo Box

»Me había convertido en un entusiasta del pop art después de ver una pintura de Lichtenstein reproducida en la revista ARTnews. Se llamaba El beso y parecía sacada de una historieta de Steve Canyon. Me quedé asombrado. No me podía creer que un cómic se mostrara en una galería de arte actual como Leo Castelli. Al principio me rebelé porque creía en los ideales de la alta pintura. Pero quería ver la obra. Mi vida cambió fundamentalmente por esta pintura, y cuando volví a Nueva York busqué las galerías donde se exponía el pop art. En 1964 me quedé asombrado por las cajas de Andy Warhol ‒las Brillo Box‒, expuestas en grandes montones como en el almacén de un supermercado. Al instante las acepté como arte, pero luego me pregunté, si eran arte, qué las diferenciaba de las cajas ordinarias del supermercado. Eso, pensé, era un problema filosófico […]

   »Las obras de arte tienen una serie de derechos y privilegios de los que carecen los objetos ordinarios: se respetan, son valiosos, están protegidos, se estudian y contemplan con asombro. ¿Cómo se dio ese salto con las Brillo Box? No podía ser algo perceptual, ya que los dos tipos de objetos eran perceptivamente indistinguibles. Eso significaba que las diferencias entre ellos ‒y por tanto entre obras de arte y objetos comunes‒ tenían que ser invisibles. Entonces, ¿qué convirtió a las Brillo Box en arte? Pensé que los dos objetos tenían distintos contextos. Las Brillo Box ordinarias tenían un contexto práctico: se enviaban de las fábricas a los almacenes y de allí a los supermercados donde eran puestas en estantes con objeto de ser vendidas. Las Brillo Box de Warhol, en cambio, eran el resultado del desarrollo de una teoría y una historia del arte. Para verlas como obras de arte uno tenía que conocerlas. La condición de obra de arte era producto de la historia y de la teoría. […]

   »En cierto modo, las Brillo Box plantean un problema parecido al que se da en religión: distinguir entre un dios con forma humana y un ser humano ordinario. La humanidad evidente de Jesús reside en el hecho de que sangrara, pero ¿dónde estaba su divinidad? Eso tenía que ser algo invisible, que es lo que hace que el cristianismo sea una religión tan filosófica. Siempre he estado convencido de la afirmación de Hegel de que la filosofía, el arte y la religión no son más que diferentes momentos de lo que él llamó Espíritu Absoluto […]

Busto de Sócrates

Busto de Sócrates

  »Nací el 1 de enero de 1924 en Ann Arbor, Michigan. Mi cumpleaños tal vez explique mi optimismo indefendible. Cada año se abre en una nueva página, para mí y para el mundo. Siempre he disfrutado de la edad que he tenido. Me gusta tener 88 años, a pesar de no haber alcanzado la sabiduría […] No tengo ninguna clase de remordimiento. Mi sistema filosófico está sin terminar, pero no porque sea perezoso. Más bien es porque he estado distraído con todo lo que brinda la filosofía. Puse todo mi sistema en un libro de 1989, Connections to the World, cuyos últimos capítulos van más allá de la filosofía, porque me he pasado mucho tiempo escribiendo sobre arte, sobre todo después de haber tenido la suerte de haber sido nombrado crítico de arte de la revista liberal The Nation. Eso le ha dado un papel relevante en mi vida.[…]

   »No me gusta la idea de morir, ya que disfruto de la vida, siempre y cuando se viva de verdad. Pero la muerte es un regalo de los dioses, una manera de escapar de la vida cuando se vuelve intolerable. Aunque he construido un sistema filosófico, este no contiene una filosofía de vida. Si tengo una filosofía de vida es sencillamente seguir viviendo hasta que se acabe. Por lo que parece, tengo un gran parecido con Sócrates, icono de la fealdad. Algunos amigos me envían postales con bustos de Sócrates, impresionados por nuestra semejanza. Un artista que se dedica a hacer retratos de personajes del mundo del arte como obras de arte famosas pintó un retrato de mí como un busto de Sócrates y le añadió la siguiente inscripción: ΑΡΘΟΥΡΟΣ ΔΑΝΤΟ ΦΙΛΟΣΟΦΟΣ ΔΗΜΟΤΗΣ ΝΕΑΣ ΥΟΡΚΗΣ».

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