En un sentido bastante amplio podría decirse que uno de los cometidos de la filosofía es reflexionar sobre cuestiones de entrada insolubles, del estilo de «¿cuál es el significado de la vida?», «¿de dónde venimos?» o «¿qué es la realidad?», unas preguntas para las que ‒afortunadamente‒ jamás se hallará una respuesta definitiva. Otros problemas filosóficos, en cambio, sí se han terminado resolviendo con el paso de los siglos, generalmente de forma poco convincente. En cualquier caso, no hay que olvidar que cuando muchos de esos problemas se plantearon por primera vez el conocimiento que se tenía del mundo era más limitado. Sin embargo, hoy en día el conocimiento que la ciencia nos ofrece es cada vez más exhaustivo, tanto que incluso ha podido aportar algo de luz a cuestiones filosóficas que en un principio parecían indescifrables. Un ejemplo sería la cuestión formulada por el filósofo William Molyneux al también filósofo John Locke.
El 2 de marzo de 1693 Molyneux envió una carta a Locke, recogida un año después en su obra Ensayo sobre el entendimiento humano, en la que le planteaba la siguiente situación: imaginemos a una persona que sea ciega de nacimiento y que haya aprendido a reconocer mediante el tacto un cubo y una esfera. En un momento determinado de su vida consigue adquirir el sentido de la vista y se le pone por delante un cubo y una esfera. Molyneux se pregunta si esa persona podría llegar a reconocer cuál es el cubo y cuál la esfera simplemente mirándolos o si antes sería necesario que los tocara. Según Molyneux esa persona no podría decir con total certeza cuál es cada figura geométrica sin tocarlas primero, una solución con la que Locke se mostraba de acuerdo.
Lo que Molyneux pretendía con este problema es dilucidar si el conocimiento que tenemos del espacio es empírico o a priori, algo que llamó la atención de filósofos como George Berkeley, Gottfried Leibniz, Diderot o Voltaire, entre otros, y que de alguna manera guarda relación con el concepto más moderno de zombi filosófico.
Pero en 1728 la ciencia hizo posible lo que parecía imposible: William Cheselden, un médico londinense, operó con éxito de cataratas a un joven de 14 años, consiguiendo que alguien ciego de nacimiento adquiriera el sentido de la vista. Cheselden sometió al chico a la prueba de Molyneux y los resultados parecían darle la razón al filósofo. Desde principios del siglo XIX hasta prácticamente la actualidad se han venido repitiendo experiencias parecidas a las de Cheselden y, aunque no siempre se han hecho en condiciones fiables, los resultados parecen confirmar la tesis de Molyneux. La experiencia definitiva tuvo lugar en 2011, a raíz de un estudio llamado Proyecto Prakash realizado por el MIT con niños ciegos de la India que pudieron recuperar la vista gracias a la cirugía. Los resultados demostraron que los niños en un primer momento no eran capaces de asociar lo que ya reconocían mediante el tacto con la información sensorial nueva que les llegaba a través de la vista, por lo la ciencia finalmente parecía confirmar la intuición del filósofo.
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