En el ensayo El instinto del arte Denis Dutton afirma que estamos programados genéticamente para percibir la belleza del arte. Hay que tener en cuenta que Dutton entiende la experiencia de la belleza como el placer de admirar algo bien hecho, lo que supone una concepción del arte fundamentalmente sensorial. Esto, que puede ser válido para la mayor parte de la historia del arte, deja de serlo en sentido estricto a partir del siglo XX, época en que el arte se llena de una importante carga filosófica, convirtiéndose la experiencia estética en un proceso intelectual. El último gran momento de esa belleza sensorial a la que nos remite Dutton es el Romanticismo, con sus teorías acerca de lo sublime, desarrolladas por filósofos como Schiller o Schopenhauer. Existe en lo sublime romántico un sobrecogimiento del observador y un reconocimiento de su propia insignificancia que puede incluso llegar a poner en peligro su integridad física, como ocurre en el caso extremo del síndrome de Stendhal.
Pero a partir del siglo XX el arte empieza a llenarse de obras que cuestionan el concepto que tradicionalmente se venía teniendo de la belleza. Al mismo tiempo, la consideración de lo sublime pierde gran parte de su transcendentalidad, hasta el punto de crearse conceptos como el de lo «sublime de bolsillo». Como dije en un artículo, en su obra Después del fin del arte Arthur C. Danto afirma que «si nos encontramos ante dos objetos completamente iguales y uno es una obra de arte y el otro no es porque existe un contexto que le ha otorgado un estatus diferente a cada uno de los objetos, haciendo que solo uno de los dos sea arte. La diferencia entre una caja Brillo normal y una obra de arte la marca ese contexto, que incluye una historia y una teoría del arte, que es lo que George Dickie llamó institución del arte».
Para demostrar lo importante que es ese contexto el diario The Washington Post realizó un experimento el 12 de enero del 2007. Ese día, a la hora punta, el violinista Joshua Bell, considerado como uno de los mejores intérpretes del mundo, fue con su Stradivarius de 1713 a una estación de metro de Washington y estuvo tocando piezas maestras durante 43 minutos, como si se tratara de un artista callejero cualquiera. La idea era comprobar si la gente que pasaba frente al artista era capaz de reconocer lo sublime de su música. Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de EEUU, estaba convencido de que se acabaría formando un corrillo alrededor del violinista y que conseguiría sacarse un buen sobresueldo. Sin embargo, lo que ocurrió fue muy distinto: no hubo corrillos ni aplausos, casi nadie se paró y lo recaudado ascendía a 32 dólares. Lo que se demostró con esta experiencia es que el apresurado contexto de una estación de metro no es el más adecuado para reconocer la belleza. Tres días antes Bell había interpretado esa misma música en el Symphony Hall de Boston y la sala de conciertos se había llenado, a pesar de que el precio por butaca rondaba los 100 euros. Puedes ver el vídeo que documenta la experiencia aquí y leer la crónica completa aquí.
Otro experimento parecido fue protagonizado por el polémico Banksy. Es verdad que este caso no es exactamente igual que el anterior porque en la obra de Banksy entran en juego otros elementos además de la belleza, pero igualmente sirve para señalar la importancia del contexto en la percepción del arte. A medio camino entre la performance y la burla, el artista instaló en Nueva York en octubre de 2013 un puesto callejero con pinturas originales sobre lienzos y le pidió a uno de sus asistentes que lo atendiera. Por supuesto, en ningún sitio se decía que fueran obras originales. Es más, cada pieza costaba solo 60 dólares y el vendedor incluso accedió a regatear el precio con algunos compradores. Después de 7 horas el puesto se levantó, con un total de 8 ventas y un saldo final de 420 dólares. Un contexto diferente hubiera hecho que las pinturas tuvieran un precio muy distinto. Si se hubieran reconocido como obras verdaderas cada una de las piezas hubiera llegado a costar unos 30.000 dólares. El acontecimiento fue documentado en vídeo y difundido por el propio artista. Puedes verlo aquí.
No está de más recordar que lo que ponen a prueba estos experimentos no es la percepción del arte sino de la belleza del arte, que no es lo mismo. No se trata de cuestionarse si la música de Joshua Bell o las pinturas de Banksy son arte o no, sino si su belleza es percibida como tal. Si, como demuestran estos ejemplos, para ser conscientes de esa belleza hay que echar mano del contexto no queda más remedio que reconocer que la experiencia estética se basa en buena medida en una convención social. Lo que cabría preguntarse es si esa percepción romántica de lo sublime, la del síndrome de Stendhal, no será también una convención social.
Personalmente creo que lo que es una convención social es el precio del arte, y que la capacidad de apreciar la belleza va más allá de la convención. Otra cosa es que seamos todos capaces de apreciar toda obra de arte o no. Hoy pongo en mi web un ejemplo que puede ser lo contrario de lo que expones aquí; una persona sin ningún tipo de formación extasiada ante una obra de arte antigua.
Amo este blog y me encanta este tema 🙂
El artículo del WaPo que relata el experimento con Joshua Bell está increíblemente bien escrito y se ganó un Pulitzer. Si leen inglés, vale la pena, aunque sea un poco largo. Se llama «Pearls Before Breakfast», aquí está el link: http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2007/04/04/AR2007040401721.html
Solo una corrección, Alex: no es Bansky, sino «Banksy».
¡Muchas gracias por tu aportación, Ari! He leído la crónica completa y me ha encantado. Y gracias por el apunte del nombre de Banksy, había sido un lapsus, pero importante. Un saludo.
Es como leí una vez, el arte no es un proceso democrático, sino «monárquico». Se necesita un proceso de adaptación y aprendizaje de las «costumbres y maneras» del arte para poder comprenderlo en su totalidad. ¿Qué opinas?
Saludos!
Desde luego para comprenderlo en su totalidad sí. ¿Sería la misma la respuesta si fuera para tener una cierta percepción o intuición de lo que es el arte? Es difícil saberlo. Para los seres humanos la cultura es una piel, si nos despojaran de ella sería difícil imaginar qué pasaría. En realidad, todo lo que nos rodea nos exige ese aprendizaje de costumbres y maneras. Creo que en esto el arte no deja de ser una manifestación más de la cultura, y como he dicho en el artículo, sí creo que tiene mucho de convención social, y desde luego sobre todo a partir del siglo XX.