Viñeta humorística de ciencia ficción

Viñeta humorística de ciencia ficción

   El rayo de la muerte, esa arma capaz de disparar un haz de partículas que destruye todo lo que se le pone por delante, ha sido siempre uno de los ingredientes preferidos de la literatura de ciencia ficción, sobre todo en su versión más moderna de pistola de rayos láser. Sin embargo, sus orígenes son muy anteriores al género. De hecho, el primer rayo de la muerte del que se tiene noticia se remonta al siglo III a de C., concretamente al matemático griego Arquímedes. Según varias fuentes, entre las que encontramos al médico Galeno o al historiador Luciano de Samosata, Arquímedes construyó durante el sitio de Siracusa un artefacto con un sistema de espejos ustorios capaz de concentrar la luz del solar e incendiar cualquier cosa sobre la que se dirigiera su rayo. Se cuenta que el aparato, conocido como «el rayo de calor de Arquímedes», se utilizó contra los barcos enemigos.

   Pero dejando a un lado este primitivo rayo de la muerte, a partir de finales del siglo XIX y principios del XX empezamos a encontrar ya referencias ‒cada vez más frecuentes‒ a aparatos que funcionan con electricidad. Uno de los testimonios más curiosos lo encontramos a partir de 1976. En febrero de ese mismo año un científico de Nueva Orleans llamado James C. Wingard anunció que había creado una poderosa máquina capaz de destruir un buque en pocos segundos. Meses después de su anuncio preparó en el lago Pontchartrain una exhibición a la que invitó a un reducido grupo de selectos ciudadanos. Situado en una pequeña barca, Wingard apuntó el arma hacia un enorme barco que estaba a lo lejos y disparó. En un primer momento no ocurrió nada, pero de repente se produjo una explosión en el barco y no este tardó en hundirse. La prueba había sido un completo éxito.

   Animado por este triunfo Wingard se trasladó a Boston y formó una sociedad anónima para conseguir fondos que le permitiesen continuar desarrollando su arma. No tardó en conseguir el necesario apoyo económico, pero los nuevos inversores querían una demostración para ver con sus propios ojos cómo funcionaba el arma. Así que Wingard preparó una segunda exhibición en el puerto de Boston. Esta vez controlaría su máquina desde un pequeño barco de vapor. Pero antes de que pusiera en funcionamiento el arma se produjo una gran explosión en el agua. En medio de la confusión apareció flotando en el agua los restos de una barca y dos cuerpos sin vida. Wingard parecía muy consternado y dijo que la prueba no podía realizarse en ese momento. Días más tarde, consumido por los remordimientos, confesó a los inversores que todo había sido un montaje, que las explosiones que supuestamente producía el rayo se provocaban con dinamita y que en la última prueba sus dos cómplices habían muerto accidentalmente mientras transportaban la carga. Nunca más se supo de Wingard ni de su rayo de la muerte.

Recorte de prensa sobre Antonio Longoria

Recorte de prensa sobre Antonio Longoria

   A partir de 1914, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico anunció un premio de 25.000 libras para aquel que pudiera crear un arma contra zepelines. Parece que la ambición aguzó el ingenio de numerosos inventores y entre 1920 y 1930 el rayo de la muerte fue inventado supuestamente de forma independiente por varias personas al mismo tiempo, entre ellos Edwin R. Scott, Harry Grindell Matthews, Nikola Tesla e incluso un español, Antonio Longoria. Al igual que la invención de Wingard, algunos de estos supuestos rayos generaron importantes dudas, como ocurre con el aparato inventado en 1923 por Harry Grindell Matthews. Este se negó a demostrar el arma en funcionamiento en incontables ocasiones y finalmente afirmó que lo había vendido en EEUU sin dar demasiados detalles.

   Distinto es el caso de Tesla, científico de reconocido prestigio, con más de 700 inventos patentados y uno de los más grandes promotores del nacimiento de la electricidad comercial. Tesla, que afirmó que la Primera Guerra Mundial era «la última guerra en que la pólvora y los explosivos decidirán la lucha» y que «la guerra futura se hará por medio de la electricidad», dijo haber ideado un arma llamada telefuerza que lanzaba un rayo de partículas con 60 millones de voltios, capaz de desintegrar un avión a más de 330 kilómetros de distancia y de exterminar un ejército de un millón de hombres. Quizá parezca la obra de de un genio de mal, pero Tesla estaba convencido de las bondades de su arma. Tanto es así que paradójicamente bautizó a su máquina como «rayo de la paz», porque gracias a ella las guerras se terminarían para siempre. Sin embargo, cuando en 1943 murió inesperadamente de un ataque al corazón casi todos los datos del proyecto se perdieron porque la mayor parte de planos y esquemas estaban en su cabeza. Y lo poco que quedaba fue confiscado por el FBI.

   Todavía habría que mencionar algunos proyectos nazis durante la Segunda Guerra Mundial para fabricar la codiciada arma. Uno de ellos fue el desarrollado por el Dr. Rolf Wideroe en la ciudad de Dresde. Parece que la máquina logró sobrevivir al bombardeo de 1945 y el 14 de abril de ese mismo año fue entregada, cómo no, al ejército estadounidense que, cómo no, la puso a buen recaudo, engrosando aún más la lista de mitos urbanos.

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