Según Oscar Wilde «la vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida». Tan estrecha es la relación entre ambos que a veces literatura y realidad pueden llegar a confundirse e intercambiarse. Algo así le ocurrió a Arthur Conan Doyle, que a partir de 1890 comenzó a recibir una enorme cantidad de cartas a nombre de Sherlock Holmes solicitándole sus servicios ‒algo que a día de hoy todavía sigue ocurriendo‒. Las cartas en principio iban dirigidas al 221b de Baker Street, lugar de residencia del conocido detective y de su ayudante y amigo el doctor Watson, pero como esa dirección no existía el servicio de correos londinense las enviaba a Conan Doyle.
Cabe preguntarse qué hubiera pasado si hubiera aceptado alguno de esos casos. ¿Habría demostrado tener un poder de deducción a la altura de su personaje? De cualquiera manera, su nombre estaba ya tan asociado al mundo del crimen y de los detectives que su sola palabra, sin más pruebas, era un argumento lo suficientemente sólido para condenar o absolver a un sospechoso. Y, de hecho, así ocurrió al menos en dos ocasiones.
Una de las cartas que recibió era de un joven llamado George Edalji y no estaba dirigida a Sherlock Holmes, sino al propio Conan Doyle. Edalji provenía de una familia un tanto peculiar. Su padre, un hombre de origen hindú, parsi, se casó con una inglesa, se nacionalizó, se convirtió al cristianismo y acabó siendo párroco en un pequeño pueblo inglés. Algunos de sus vecinos, movidos por un sentimiento de xenofobia, intentaron hacerle la vida imposible a Edalji y a su familia, entre otras cosas haciendo pintadas en las paredes de su casa, enviándoles anónimos ofensivos y amenazas o publicando burlas sobre ellos en los periódicos locales. Con el paso de los años Edalji se convirtió en un prestigioso abogado, pero esto no hizo sino acentuar el acoso que padecía. Todo acabó por explotar en 1903, cuando empezó a aparecer ganado mutilado por toda la zona. A raíz de estos incidentes las autoridades recibieron cartas anónimas en las que se acusaba a Edalji, que por entonces tenía 27 años, de los crímenes. La policía, condicionada a creer en la culpabilidad de Edalji, investigó los crímenes muy superficialmente y arrestó al joven basándose en varias pruebas poco concluyentes. El 20 de octubre de 1903 fue juzgado, declarado culpable y condenado a siete años de cárcel.
El caso llegó hasta Conan Doyle en un momento delicado para el escritor porque su esposa acababa de fallecer. Desde el primer momento estuvo convencido de la inocencia del joven y no dudó ni un segundo en demostrarlo. Lo que más llama la atención fue su manera de trabajar en ello, muy en la línea de Sherlock Holmes. Escribió en un papel todos los detalles que pudieran arrojar algo de luz sobre el suceso y después los analizó con mucho cuidado: la maquinilla de afeitar recogida como prueba por la policía no tenía rastro de sangre y el barro encontrado en los pantalones de Edalji era diferente al que había en el lugar del crimen. Conan Doyle acordó una reunión con Edalji en un hotel para cambiar impresiones. Cuando llegó al hotel Edalji le esperaba en el vestíbulo leyendo un diario. Al observar que lo sostenía a pocos centímetros de la cara Conan Doyle dedujo que el joven no tenía tan buena vista como para matar a un animal en la oscuridad de la noche.
Conan Doyle presentó los resultados de sus investigaciones en el diario The Daily Telegraph el 9 de enero de 1907. Tenía pruebas que demostraban que los crímenes que se imputaban a Edalji en realidad había sido cometidos por el hijo de un carnicero local. En esa carta el padre de Sherlock Holmes decía: «Solo un llamamiento a la opinión pública puede poner fin a una injusticia y una persecución que se ha convertido, como voy a demostrar, en un escándalo nacional». Y, desde luego, Conan Doyle consiguió que se convirtiera en escándalo nacional. Unas 10.000 personas firmaron peticiones exigiendo que el caso fuera revisado. Después de cumplir tres años de condena el caso fue revisado y se encontraron graves errores, así que Edalji salió en libertad. El papel que jugó Conan Doyle había sido un factor clave.
El segundo caso en el que Conan Doyle actuó como Sherlock Holmes fue protagonizado por un escocés llamado Oscar Joseph Slater, que no era precisamente un tipo ejemplar y ya había tenido varios encuentros con la justicia. En 1908 fue acusado de robo y asesinato y condenado a muerte, una sentencia que iba a aplicarse antes de acabar el mes. Sin embargo, los abogados de Slater consiguieron, con una petición de 20.000 firmas, que la pena fuera conmutada por cadena perpetua. Al año siguiente, el abogado escocés y criminólogo aficionado William Roughead publicó un libro llamado Ensayo de Oscar Slater, en el que analiza todos los fallos cometidos en la acusación. Este libro llegó a las manos de Arthur Conan Doyle, que en 1912 publicó El caso de Oscar Slater, un alegato en favor de una perdón completo para Slater. En esta ocasión el acusado tuvo que esperar muchos años antes de que se reconociera su inocencia. En julio de 1918 la condena de Slater fue anulada, basándose en que el juez no había dado instrucciones al jurado de que la conducta anterior de Slater era irrelevante. Como compensación Slater recibió 6.000 libras, lo que hoy en día equivale a unas 270.000 libras. Una vez más, la opinión de Conan Doyle, convertido en Sherlock Holmes, había sido determinante.
Esta anécdota me encanta. En general, cualquier vaso comunicante entre realidad y novela (espontáneo, claro)
Alex, mil gracias por otro buen rato de lectura 🙂
Pobre Sr. Slater, en verdad tuvo que esperar mucho tiempo para ser liberado. No me imagino cómo se sentirá estar preso durante mil años (hasta el 2918) xD
Mi dedo también cree fervientemente en el principio de autodeterminación de los pueblos (lo digo por eso de marcar la tecla que le da la gana).
Gracias a ti Ari por indicarme el error, ya lo he arreglado. Como dices, a veces las teclas se marcan como quieren. Un saludo. 🙂
[…] De las tres historias que protagonizó Dupin ‒a las mencionadas habría que añadir «La carta robada»‒, «El misterio de Marie Rogêt» se suele considerar como la menos brillante. A pesar de ello al año siguiente Poe, que vio cómo la jugada le había beneficiado, volvió a basar uno de sus relatos, «La caja oblonga», en un asesinato real, el de Samuel Adams. No sería esa la última vez que ficción y realidad se cruzaban en la novela policíaca. Hay que decir que si Poe saltó de un crimen real a uno literario sin conseguir resolverlo, otro maestro del género de detectives, Arthur Conan Doyle, hizo exactamente lo contrario y consiguió resolver varios crímenes reales convirtiéndose a sí mismo en una especie de doble de Sherlock Holmes. […]