He vuelto a Julio Cortázar, como el que vuelve a fumar después de meses sin olerlo. No me fascina su obra completa (de hecho, no la he leído toda) pero tiene textos que a mí me han marcado mi propia realidad. Últimamente, en mi entorno más cercano (trabajo, amigos, compañeros…) hablamos mucho de literatura, de ciencias, de arte, de música, de inquietudes, de sentir querer hacer cosas que antes no hacíamos, o que no compartimos con nuestros amigos más íntimos, porque son necesidades que nacen paralelamente de las personas, y no a todos nos nacen las mismas.
La cosa es que hace relativamente poco que me inicié de forma más personal en el mundo del arte, intentando saciar una parte de mí que está y ha estado siempre pero que no ha sabido avanzar porque necesita una técnica con instrucciones. Y en ello estamos. En el camino descubro, observo y aprendo, muy lentamente porque el mundo del arte plástico es muy amplio, y aunque sé reconocer cuando algo me gusta o me emociona, y aprecio detalles que antes pasaban desapercibidos, no tengo una base experta para hacer ninguna crítica, solo me tengo a mí, y a mis sensaciones.
Cortázar relata en este breve y maravilloso texto la capacidad para fascinarse con cosas cotidianas o con cosas extraordinarias, sin ningún fundamento más que su propio entusiasmo. Y es lo que él denomina ser idiota, porque siempre hay alguien que te dice que te bajes de la nube, que eso no es para tanto o que no vale nada, porque ellos saben de lo que hablan, y que es una inmadurez emocionarse con algo que no es artísticamente reconocido. El texto es realmente exquisito, recomiendo su breve lectura encarecidamente. Me siento como él últimamente más que nunca.
«Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua».
Parece un argumento fácil, pero prefiero emocionarme viendo un dibujo de mi sobrino o un óleo de Antonio López sin saber que es de Antonio López, que adorarlo y prestigiarlo porque conozco al autor, que es lo que sucede en muchas ocasiones con el arte, la música o la literatura.
–Qué bonito, ¿es de un autor prestigioso?
–No, es de un pintor del metro de Madrid.
–Ah…vaya.
–Es una maravilla, ¿verdad?
–Sí, bueno…
No funciono así. Como dice Cortázar, la gente entendida en materia seguramente tendrá cuantiosas razones para criticar el entusiasmo de alguien ante una «nimiedad», pero cuando la belleza aparece ante los ojos de alguien, cuando se remueve algo por dentro y sabemos explicar qué emociones nos produce lo que vemos, es porque tenemos un criterio idiota que nace de las entrañas. Cuando se va descubriendo a autores que van en consonancia con las preferencias artísticas, musicales o literarias, es normal que se siga indagando en esa línea, pero el entusiasmo por cosas nuevas o «poco valoradas» por la sociedad en general me parece una virtud, lejos de ser una idiotez.
Siguiendo los términos de Julio Cortázar: me gusta ser idiota.
Coincido plenamente; me gustan muchas cosas de gente desconocida y casi lo prefiero, así no estás condicionado por la fama previa.
Como además de idiota soy ignorante me he podido acercar sin prejuicios a las obras de grandes maestros porque no los conocía.
Gracias por el comentario Palimp. A veces los idiotas ignorantes sabemos sacar mucho partido de nuestra circunstancia. Los prejuicios son dañinos…una mente receptiva siempre es más feliz, tiene más papeletas. Se puede empapar de todos lados y cribar a su gusto sin el pretexto del prestigio.
Umm… Te noto distinta, ¿te has hecho algo en el pelo? 😛
Bueno, pongamos el texto al que haces referencia, ¿no? http://www.literaberinto.com/cortazar/haqueserealmenteidiota.htm
Me ha gustado mucho la entrada (raro, siendo tuya). El diálogo que reproduces tiene mucho de real, hay tanto de esnobismo en la «cultura»… Y si no, recordemos a Joshua Bell tocando un «Stradivarius» en el metro sin que se parara a escucharlo ni el tato, o a Bansky, vendiendo por cuatro dólares sus dibujos en un puesto de Nueva York, y la peña pasando de él: http://www.larepublica.pe/14-10-2013/obras-de-famoso-grafitero-banksy-se-vendieron-por-60-dolares
También pasa mucho al revés: que a la gente le guste algo porque nos digan que nos tiene que gustar. Sólo así se explica el éxito de Miley Cyrus, ese callo.
Tanto tu entrada como el comentario de Palimp me ha recordado cierto artículo «del» Reverte. Aquí os lo dejo (y ya paro con los enlaces): http://arturoperez-reverte.blogspot.com.es/2010/09/el-enves-de-la-trama.html
Un saludo también para el anfitrión, que he pasado sin decir nada 😉
Salva, curiosamente esos dos casos que comentas los uní en un mismo artículo (http://www.lapiedradesisifo.com/2013/12/18/la-belleza-del-arte-es-una-convenci%C3%B3n-social/)
No me identifico plenamente con el artículo de María, pero hay que reconocer que ha dicho verdades como puños. El esnobismo de la cultura hace que muchas cosas nos gusten simplemente porque alguien dijo que tenían que gustarnos.
Un saludo.
Salva tu indignación por mail ante mi falta de respuesta hace que vuelva hasta aquí para contestarte, ¡no me llegan las respuestas! Supongo que le llegarán a Alejandro, así que shhhhhh 😀
Me gustan tus enlaces, sabes perfectamente que absorbo de todo lo que compartes conmigo. Eres un sabio desaliñado. ¡De lo mejor!
#4 Voy a leerlo…
…
Muy bueno, Alejandro. Y qué casualidad.
Pues otra cosa que he pensado a veces y que viene a cuento con este sitio (aunque no con esta entrada en concreto, así que perdón por salirme del tema), es que Sísifo y Penélope podían haber formado una buena pareja. ¿No habrás escrito también algo al respecto? Empezaría a preocuparme… 😉
#5 «Indignación», dice. Mi naturaleza me impide indignarme con mujeres que aúnan inteligencia y belleza. Me intimidáis 😛