De entrada la intuición nos lleva a pensar que no, porque escribir y leer no parece que sean la misma actividad intelectual. Sin embargo, ¿hasta qué punto las vicisitudes de un personaje pueden llegar a conmover por igual a lectores y a su creador? Se cuenta que cuando Flaubert narraba en Madame Bovary el suicidio de la heroína llegó a sentir en la boca el sabor del arsénico y acabó vomitando. Sin embargo, si en el siglo XIX la figura del autor tiene un peso específico, en el XX Roland Barthes no duda en matarlo, convirtiéndolo en su ensayo La muerte del autor en una invención de la sociedad actual. No importa si lo que dice un texto de verdad lo cree o lo siente el autor o si lo está diciendo él o uno de sus personajes: el texto pertenece al lector, que es quien tiene que interpretarlo y dotarlo de sentido. Por eso escribió Barthes que «el nacimiento del lector se paga con la muerte del autor». Con otras palabras el novelista Michael Dorris diría: «Mi objetivo como escritor es desaparecer dentro de la voz de mi historia, convertirme en esa voz».
En cualquier caso, con las propuestas de Barthes o de Foucault nos movemos más en un plano filosófico que científico. Ahora bien, desde un punto de vista neuronal, ¿es posible saber con exactitud si un autor siente al escribir su novela lo mismo que un lector al leerla? Pues bien, un experimento que se está llevando a cabo en los Países Bajos podría arrojar algo de luz a esta cuestión. El proyecto, desarrollado por Ysbrand van der Werf del Instituto Holandés de Neurociencia y la VU University Medical Centre en Amsterdam en colaboración con Jan van Erp de la Organización Holandesa para la Investigación Científica Aplicada (TNO) y Christian Vermorken de EagleScience, consiste en medir la actividad cerebral, emociones y sentimientos, de un escritor mientras crea un nuevo libro. El autor elegido para el estudio es Arnón Grunberg, un peso pesado de las letras holandesas, galardonado con un sinfín de premios literarios y con libros traducidos a 26 idiomas.
Para ello, cada vez Grunberg trabaja en su novela, siempre bajo la atenta mirada de una cámara, debe colocarse decenas de sensores que van conectados tanto a la cabeza ‒mediante un gorro‒ como a las manos, y que sirven para controlar y medir sus ondas cerebrales, su ritmo cardíaco, la conductividad de su piel y sus expresiones faciales. Es por eso que Grunberg no dudo en describir el proyecto como la «desmitificación» de la escritura y de la vida privada. Además, para que el experimento sea más exacto el novelista debe intentar mantener una emoción dominante en cada fragmento.
Una vez que el libro esté terminado y publicado 50 personas lo leerán conectados a sensores en circunstancias similares a las de su autor durante la redacción de la obra. A continuación contrastarán los datos con los obtenidos de Grunberg para comprobar si las emociones de los lectores son similares a las del autor mientras escribía o si la lectura es un proceso completamente diferente. Una vez realizada esta parte del estudio, el objetivo final es medir las reacciones de miles de lectores mediante el uso de una aplicación especial para leerlo en forma de libro electrónico.
No es, por cierto, la primera vez que se realiza un experimento de este tipo. El año pasado investigadores de la Universidad de Stanford midieron la actividad cerebral de varios sujetos mientras leían capítulos de Mansfield Park de Jane Austen, pidiendo que alternaran una lectura completamente relajada con otra más atenta. El estudio demostró que existían diferencias significativas a nivel neuronal entre los dos tipos de lectura.
Los investigadores esperan encontrar usando a Grunberg como conejillo de indias ciertos patrones que permitan comprender cómo se crea y se disfruta el arte y si hay vínculos entre ambas experiencias, al tiempo que, posiblemente, iluminen la naturaleza de la creatividad misma y el misterioso acto de leer una novela.
¡Ojalá el lector sintiera lo que siente el escritor! Desde mi experiencia de escritora, pienso que llega un punto en la historia en el que el propio escritor es un mero espectador de todo lo que sucede porque los personajes toman el mando y (parece que) deciden su propio destino. Yo he llegado a emocionarme en algún capítulo, ¡y eso que me lo había inventado yo! Es una experiencia maravillosa.
Yo tengo mis dudas con respecto a este experimento, pero eso no significa que no tenga su gracia. Precisamente se suele recomendar para revisar un texto dejar pasar un tiempo después de haberlos escrito de manera que se tome cierta distancia, porque parece que en caliente no es lo mismo que leerlo después en frío, que es algo más parecido a la experiencia que tendría el lector.
El experimento tiene su gracia, pero me atrevería a adelantar que concluirán que no siente lo mismo el autor que el lector. Me sorprendería de no ser así.
Los personajes y las situaciones que plasmas en el papel provienen de experiencias pasadas: personas que conociste, libros que leíste, situaciones que viviste, etc. Tu creación evoca tu experiencia -o, al menos, a mi me sucede-, que puede ser radicalmente distinta de la experiencia del lector, y de ahí que ambos no sentirán lo mismo casi con total seguridad.
Aunque por otro lado, esa relación creación/experiencia puede ser justo la forma en que se disfruta el arte que andan buscando.
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