Al hablar de algún tema relacionado con la filosofía, una de las ideas con que suelo encontrarme más a menudo es sobre su dificultad. Una creencia que se basa más en un juicio preconcebido que en una realidad: del Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein a El mundo de Sofía de Jostein Gaarder existe un amplio abanico de posibilidades, por supuesto, salvando las distancias entre una y otra obra. Sin embargo, no se puede negar que la dificultad suele ir aparejada con un plus de prestigio, como si los filósofos más herméticos fueran más profundos, y al mismo tiempo de rechazo, interpretándose la disciplina como una reflexión abstracta, puramente teórica e inútil, alejada del mundo real y dirigida solo a unos pocos entendidos.
Desde la década de los 90 muchos filósofos e intelectuales ‒Alain de Botton, A.C. Grayling o el propio Gaarder, entre otros‒ se han preocupado por acercar las grandes y complejas ideas filosóficas al público en general, con resúmenes de los principales pensadores y con trabajos divulgativos tan curiosos como el de traducir la filosofía en palabras de una sola sílaba. Lo que ocurre es que a fuerza de allanar el camino se termina a veces por empobrecer las ideas originales o por tergiversarlas haciéndolas pasar por el tamiz de la autoayuda. La pregunta, entonces, es: ¿hasta qué punto debería ser accesible la filosofía a todo el mundo?
Si nos planteáramos esta misma cuestión con alguna de las ciencias experimentales, por ejemplo, con la física tal vez no habría lugar tantas dudas. A pesar de todo, el físico Ernest Rutherford dijo aquello de que «debería ser posible explicar las leyes de la física a una camarera», una cita que también se atribuye a Einstein. Todo el mundo reconoce la física como discurso especializado y nadie espera comprenderla en profundidad de buenas a primeras, sin hacer un esfuerzo intelectual. Pero la filosofía es una ciencia humana, o como decía Wilhelm Dilthey del espíritu, que además reflexiona sobre cuestiones básicas y universales que cualquier ser humano, desde el sabio al analfabeto, puede hacerse en un momento determinado. ¿Cómo va a estar, entonces, vetada a la Humanidad?
Aunque la filosofía, a diferencia de la física, no sea una ciencia, eso no significa que carezca por completo de un método o de un lenguaje técnico. Como el estudiante de física, el de filosofía necesita trabajar durante años antes de conocer y dominar su disciplina. Esa, y no otra, es su dificultad. Si un lector no iniciado trata de leer los textos originales es muy posible que se encuentre con problemas de comprensión, pero eso no significa que la filosofía le esté vetada o que sea una materia completamente inútil ‒aquí doy algunos ejemplos de la utilidad de la filosofía‒. Es ahí donde las obras divulgativas juegan un importante papel, tan necesario en la filosofía como en la física. Ahora bien, el filósofo Simon Blackburn, defensor de una filosofía accesible a todo el mundo, advierte que en lugar de simplificarla habría que intentar poner al lector profano a su nivel.
En mi (no tan humilde parecer, lo admito) una pedazo importante de buena parte de la filosofía es «dificil» a propósito en pos de aparentar que se esta haciendo algo importante.
Muchas cosas al desmenuzarlas solo queda aire.