La madrugada del 19 de mayo de 1922 Marcel Proust y James Joyce se conocieron en una cena que tuvo lugar en una habitación privada del Hotel Majestic, en País, y en la que también coincidieron Pablo Picasso e Ígor Stravinsky. La velada, descrita por Craig Brown en su libro Hello Goodbye Hello, había sido organizada por el matrimonio de mecenas británicos Sydney y Violet Schiff para celebrar el estreno de la ópera ballet Renard, con música del propio Stravinsky, en el Teatro de la Ópera. Los Schiff, que llevaban ya algún tiempo planeando reunir a los que ellos consideraban como los mayores artistas vivos en distintos ámbitos, tuvieron que ser especialmente cuidadosos para lograr la asistencia de Proust, porque el escritor francés, que en aquel momento acababa de publicar Sodoma y Gomorra, era poco dado a este tipo de celebraciones.
Mientras que Picasso y Stravinsky estuvieron presentes desde el primer momento, Joyce llegó después del café y venía completamente borracho y demasiado cansado como para mantener una animada charla. A las dos y media de la mañana hizo acto de presencia Proust, que se sentó entre Ígor Stravinsky y Sydney Schiff. Para romper el hielo Proust trató de elogiar a Stravinsky comparándole con Beethoven, a lo que el compositor ruso contestó que detestaba a Beethoven. Tampoco tuvo más suerte con Picasso, que se negó a pintarle un retrato.
En ese momento Joyce, que se encontraba dormitando, dio un fuerte ronquido y se despertó de un sobresalto. Proust aprovechó para presentarse. A partir de ese momento existen al menos unas siete versiones distintas sobre la conversación que Proust y Joyce mantuvieron, aunque todas ellas coinciden en que fue una charla insípida y trivial. Según William Carlos Williams el tema principal de conversación fue un tedioso intercambio de dolencias. Joyce, al referir la conversación tiempo después, rememoraba cómo Proust le había hecho varias preguntas y él había contestado una y otra vez a todas ellas con un seco y cortante «no». Lo que sí parece seguro es que cada uno de los dos escritores admitió no haber leído nada del trabajo del otro, aunque hay quien dice que es posible que Joyce podría haber fingido no haber leído nada de Proust.
Cuando ya era evidente que la reunión había sido un desastre y parecía que la noche había dado de sí todo lo que se podía ‒recordando el encuentro Joyce calificó la situación de «insoportable»‒ hubo una desbandada. Proust invitó al matrimonio Schiff a su apartamento, pero sorprendentemente parece que Joyce se sumó a los planes en el último momento. En el trayecto en taxi que separaba el Majestic del número 44 de la rue Hamelin, donde vivía Proust, este no dejó de hablar pero no le dirigió ni una sola palabra a Joyce. Se sentía incómodo porque era asmático y Joyce no paraba de fumar. Al llegar al apartamento Proust no tuvo ningún miramiento en quitarse a Joyce de encima diciéndole: «Deje que mi taxi lo lleve a casa».
Lo que la reunión del Majestic demuestra es la realidad no tiene reparos en desmitificar la figura del escritor. Nos hace reflexionar sobre la necesidad de separar a la obra de su autor. Por muy genial que sea la primera, el segundo no deja de ser una persona más, un ser humano que en muchas ocasiones es alguien común y corriente y que, en el peor de los casos, puede llegar a ser desagradable, maleducado o simplemente aburrido.
[…] sino que ni siquiera hay nada digno de relatar. Ocurrió la madrugada del 19 de mayo de 1922, en una cena en la que se conocieron Marcel Proust y James Joyce y a la que además asistían Pablo Picasso e Ígor Stravinsky. Fue un verdadero desastre del que no […]