Spritz

Spritz

   La tecnología y, sobre todo, Internet han revolucionado nuestras vidas y cambiado la forma en la que hacemos muchas cosas. Ha cambiado la manera en la que se consume cultura y ocio y, se quiera o no, también lo ha hecho con la forma de leer y de escribir. La era digital ha puesto patas arriba la lectura en su sentido más amplio porque cada soporte ‒ la pantalla de un ordenador, un lector de ebooks o un smartphone‒ y cada tipo de texto ‒un libro digitalizado, una página web, un blog, un periódico digital, wikipedia o una red social‒ suponen un modo radicalmente distinto de leer. Como dije en una ocasión, «el nuevo soporte está saturado de asechanzas, invitaciones y distracciones de todo tipo. Lees un fragmento, un hipervínculo llama tu atención y te lanzas a un nuevo fragmento, ad infinitum. La focalización del papel se dispersa como la tela de araña que es Internet». Aunque, como contrapartida, existe también una lectura más compleja, la que se hace de la literatura ergódica.

   Desde hace poco se ha empezado a hablar mucho de aplicaciones como Spritz o Velocity, haciendo sobre todo hincapié en su capacidad para aumentar la velocidad de lectura, desde 600 a 1.000 palabras por minuto. Tanto el modo de presentación visual del texto, con palabras que aparecen sucesivamente de una en una, como la velocidad en que se suceden hacen que el lector deje de repetir mentalmente lo que va leyendo, focalice la atención en una única palabra y agilice la mirada al evitar tener que seguir la línea. Cualquiera que lo haya probado se habrá dado cuenta de que, más que leer, el texto se absorbe. Además, la lectura siempre avanza hacia delante, nunca se puede releer, no hay segundas oportunidades, si parpadeas demasiado puedes perder una parte de la información.

   No parece el tipo de lectura adecuada para textos con los que se quiera disfrutar ni para los que sean especialmente difíciles. ¿Para qué sirven entonces estas aplicaciones? Como explicó Frank Waldman, co-fundador y director ejecutivo de Spritz: «correos electrónicos, mensajes de texto, flujos de medios sociales, mapas o contenido de la web que se pueda integrar en cualquier dispositivo móvil». Es decir, precisamente para una buena parte de esa lectura digital, esa que nos dispersa, que hacemos con prisas y desde el móvil, la que llevó a Nicholas Carr a afirmar en su ensayo Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? que tiende a formatear nuestro cerebro como si fuera un disco duro, haciendo que perdamos por completo la capacidad de concentración.

   Pero lo que más me ha llamado la atención no ha sido el incremento de la velocidad lectora ‒que a fin de cuentas puede regularse‒ sino algo más básico. Aplicaciones como estas implican dejar atrás el tradicional sistema de lectura occidental de izquierda a derecha, algo que si se hubiera planteado hace solo unos años hubiera parecido inimaginable. Después de una revolución de este tamaño, no comparable siquiera a lo que supuso la imprenta, ¿quién sabe hacia dónde se encamina el proceso de lectura en las próximas décadas?

Comentarios

comentarios