En 1934 Ezra Pound publica El ABC de la lectura, un ensayo centrado fundamentalmente en la poesía en el que condensa su teoría estética. En él distingue seis tipos de escritores:
1. Los inventores: Son aquellos que rompen con la convención y encuentran un nuevo camino o cuyo trabajo da pie a que otros que vengan justo detrás puedan abrirse paso por nuevos caminos. Muchas veces lo hacen por intuición y de forma incompleta, de manera que necesitan que otros escritores terminen lo que ellos han empezado.
2. Los maestros: Si los anteriores inventan una técnica, un movimiento o un estilo estos son capaces de llevarlo a su más alta realización. Se puede considerar como un siguiente paso a los inventores, pero la historia de la literatura demuestra que no siempre coinciden.
3. Los epígonos: Son los que siguen a los dos tipos de escritores anteriores. El nuevo tipo de escritura ya ha alcanzado su punto más climático y si no innovan se ven obligados a repetir. Las características se van diluyendo poco a poco hasta que aparezcan nuevos inventores.
4. Los buenos escritores sin grandes cualidades: Tienen la suerte de nacer cuando la literatura del momento ‒o alguna de sus ramas‒ se encuentra en un estado saludable. Pound pone como ejemplo a los hombres que escribieron poesía en la época de Dante o de Shakespeare o que escribieron novelas después de Flaubert. Lo hicieron después de que otros escritores les mostraran el camino para hacerlo.
5. Los escritores de belles-lettres: Estos escritores no inventan nada aunque consiguen dominar una cierta técnica literaria especializándose en algún tipo de escritura. Sin embargo, no pueden llegar a considerarse ni grandes hombres ni expresan verdades universales ni consiguen reflejar el espíritu de su época.
6. Los amantes de las modas: Sin palabras.
Según Pound, mientras el lector no sepa distinguir los dos primeros tipos de escritores del resto los árboles no le dejarán ver el bosque cuando se encuentre ante un texto literario. El único criterio que tendrá es saber qué le gusta y qué no le gusta, pero no será capaz de valorar la calidad de un libro en relación con otros libros y, en definitiva, de decidir si merece la pena o no, más allá de lo que digan especialistas y críticos. En relación con esto, Pound todavía ofrece en ese mismo ensayo algunos consejos para decidir si hacer caso a los críticos. Lo más importante, dice Pound, es ignorar a aquellos críticos que no hayan sido capaces de producir ningún trabajo destacable. Aunque supongo que esto nos complica más que nos ayuda, porque nos obliga a hacer crítica de la crítica.
Buena reflexión. La dificultad que yo veo es que para poder discernir tanto se debería haber leído mucho de cada una de las categorías y abstraerse de los gustos personales, que condicionarían la objetividad. Ni siquiera los críticos se ponen siempre de acuerdo a la hora de calificar un libro o un autor. Después de todo es fácil teorizar pero no tanto llevarlo a la práctica… pero esto es algo habitual, ¿verdad? Y no me refiero solo a lo literario.
Es verdad que como categorías son algo imprecisas. Todos tenemos la intuición de que un escritor entra aquí o allí, pero algunas de las categorías se describen muy someramente e incluir a uno u otro escritor puede ser una cuestión un tanto subjetiva. Aunque desde un punto de vista teórico sí me parece una distinción curiosa.
Esas categorías que refiere Ezra Pound siempre las he intuido, pero él las detalla muy bien. A veces, echo en falta las dos primeras (los inventores y los maestros), sobre todo, en publicaciones españolas. Supongo que la mayoría de los editores van a lo seguro y apuestan por escritos poco arriesgados. Pienso que se subestima al lector, pero ese es otro asunto y no el tema de su entrada.
Las cinco categorías (obviaremos la sexta) podrían interpretarse, también, como los niveles de aprendizaje de un escritor.
Aunque talentoso, lo normal es que empiece su aventura de a pocos, recogiendo el testigo de sus maestros (la tercera, los epígono); para después, más afianzado, dar un salto hacia la experimentación (la primera, los inventores); y, si le da tiempo, alcanzar la perfección (la segunda, los maestros). Como ejemplo, pondría a Julio Cortázar que escribió una primera novela «normalita»; se lanzó al vacío con «Rayuela» y siguió buceando en su estilo con sus Cuentos.
Si el novel solo apunta maneras, se quedará subiendo y bajando peldaños de la quinta a la tercera, aunque puede lograr el éxito y dormirse en los laureles o en el rellano.
Quizá la frontera entre epígonos, buenos escritores sin grandes cualidades y escritores de «belles-lettres» no siempre esté perfectamente delimitada, y por eso dependa de criterios estéticos, a veces, o incluso del cristal de nuestros lentes.
Muy buena la aportación Laura, complementa muy bien mi artículo.
Probablemente uno de los elementos críticos de este artículo es poder ubicarnos en cierta categoría según Ezra Pound. Traté de localizarme en uno de ellos, y el más cercano a mi personalidad es el número de dos: maestro.
Es una técnica que me llama mucho la atención y con la que me siento muy cómodo: poder llegar al perfeccionamiento de una técnica a través de la práctica constante y la adición de nuevos elementos propios de otros métodos y estilos.
Muchas gracias por este interesante artículo.
[…] Por ejemplo, frente a Rubén Darío, Vallejo asume una postura primero de asimilación, luego de separación y después de innovación. Un proceso que se evidencia en cada una de sus obras, logrando así una propia trinchera. Hay una influencia que apaga a otro, otra que rebela un lazo, otra que permite observar una mejora. Es lo que planteaba alguien como Pound sobre los diferentes tipos de poetas. […]