En la noche del 17 de abril de 1955, Albert Einstein fue ingresado en el Hospital de Princeton en Nueva Jersey aquejado de fuertes dolores en el pecho causados por una hemorragia interna producida por la ruptura de un aneurisma de la aorta abdominal. «Quiero irme cuando quiero. Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. He hecho mi parte, es hora de irse. Yo lo haré con elegancia», afirmó Einstein rechazando cualquier posibilidad de cirugía. Así pues, el18 de abril de 1955, a primera hora de la mañana, fallecía con 76 años de edad. Según sus deseos su cuerpo debía ser incinerado ese mismo día sin ningún tipo de ceremonia oficial.
Lo que no sabía la docena de personas que estaban presentes durante la incineración es que el cuerpo de Einstein no estaba completo. La cabeza de uno de los mayores científicos de todos los tiempos estaba vacía. Tan solo 1 hora y 30 minutos después de su muerte su cerebro había sido extraído sin el permiso de la familia por el doctor Thomas Stoltz Harvey. Este patólogo estaba seguro de que la clave de la genialidad de Einstein se encontraba en su cerebro y tuvo ningún reparo en robarlo ‒más tarde obtuvo el permiso de Hans Albert, el hijo de Einstein‒. Lo primero que hizo Harvey con el cerebro de Einstein fue dividirlo en 240 partes y encapsularlas en probetas que guardó en su propia casa. Harvey no estaba especializado en cerebros, así que si hizo algún tipo de análisis no publicó las conclusiones en ninguna revista científica. Lo que sí hizo fue regalar trozos del cerebro a varios investigadores.
Uno de esos investigadores fue la neurocientífica Marian Diamond, de la Universidad de California en Berkeley, que en 1985 encontró un número significativamente mayor de células gliales ‒las que nutren a las neuronas‒ en la región parietal en comparación con otros hombres muertos a la misma edad. Esto indica que sus neuronas utilizaban más energía y se relaciona con la capacidad de razonamiento matemático, más grande que en otros cerebros.
Después de que Harvey guardara el cerebro durante 20 años finalmente lo devolvió a los laboratorios de Princeton. Otro de sus patólogos, el doctor Elliot Krauss, junto con científicos de la Universidad McMaster de Canadá, descubrieron algunas anomalías más en 1999. El cerebro de Einstein era un 15% mayor que el promedio porque sus regiones parietales inferiores en ambos hemisferios estaban más desarrollados que el promedio, lo que explicaría sus poderosas habilidades de visualización, cognición y pensamiento matemático.
En 2010 los herederos de Harvey donan todas las partes que todavía estaban en su poder al sus Museo Nacional de la Salud y Medicina. Actualmente una gran parte del cerebro de Einstein sigue dentro de frascos de formol en el Hospital de Princeton, a la espera de un estudio más profunda. Otras partes de su cerebro están en manos de particulares. Recientemente 46 partes fueron adquiridas por el Museo Mütter en Filadelfia.
Qué vergüenza y qué cutrez más grande. Qué grandísima falta de respeto, a los deseos de un ser humano excepcional. Qué absurdo, buscar el genio dentro de un cerebro diseccionado. La genialidad ya había volado. Eso no se puede guardar en frascos de formol.