Ilustración del hombre petrificado de Twain

Ilustración del hombre petrificado de Twain

   En 1861 un joven llamado Samuel Langhorne Clemens se trasladó a Nevada con la intención de trabajar como minero y hacerse rico rápidamente. Sin embargo, al no lograr su objetivo, al año siguiente decidió presentar varios artículos para el diario Territorial Enterprise de Virginia City y este le ofreció trabajo de inmediato. Allí fue donde Clemens utilizaría por primera vez el sinónimo que le daría fama universal: Mark Twain.

   Un par de semanas después de que Twain empezara a trabajar en el periódico aparecía bajo su firma una noticia titulada «El hombre de piedra», donde se informaba sobre la aparición de un hombre petrificado de unos cien años de edad. Según Twain, el hombre, que se encontraba en perfecto estado de conservación, estaba sentado y una de sus piernas era de madera. Su artículo decía que hubo voluntarios que se ofrecieron para enterrar al pobre desgraciado, pero cuando intentaron hacerlo descubrieron que se encontraba pegado a la piedra sobre la que estaba sentado. Twain también informa de que un juez de paz llamado Sewell, o quizá Sowell, acudió al lugar de los hechos para llevar a cabo una investigación y determinar las causas de la muerte del misterioso hombre petrificado.

   No es difícil imaginar, sabiendo lo conocido que es Mark Twain por su sentido del humor, que todo se trataba de una broma. Siguiendo la estela de otros bromistas como Jonathan Swift o Edgar Allan Poe ‒que lo repitió varias veces a través de sus artículos‒, Twain consiguió engañar a la inmensa mayoría de sus lectores. El que se acabaría convirtiendo en uno de los padres de la literatura norteamericana inventó esta mentira por dos buenas razones.

   En primer lugar, quería ridiculizar las historias acerca de hombres de piedra que se habían puesto muy de moda en la prensa de la costa oeste de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. Quizá parezca una moda un poco extraña, pero hay que pensar que se trata de un momento en el que los diarios no tienen ningún reparo en inventar toda clase de historias extravagantes para entretener a sus lectores, superar a la competencia, vender más periódicos y rellenar espacio. «Difícilmente se podría abrir un periódico sin encontrar en él uno o dos descubrimientos de este tipo. La costumbre se estaba volviendo un poco ridícula», escribió más tarde Twain.

   Además, Twain aprovechó su broma para dejar en ridículo a un político local, el juez Sewall. En la historia aparece retratado como un tonto que acude al lugar de los hechos para saber por qué ha muerto un hombre que ha estado muerto y petrificado durante cien años. Twain se negó incluso a escribir su nombre correctamente.

   Aunque la intención de Twain era claramente satírica, la mayor parte de los lectores creyeron la historia al pie de la letra, ignorando las pistas que indicaban que había que leer el texto en clave de humor, como la posición de las manos del hombre petrificado en gesto de burla. A lo largo de unos once meses el engaño, confirmado como verdadero, fue circulando primero por todos los periódicos de los alrededores y después por todo el mundo. El escritor se mostró muy sorprendido de que el público hubiese creído su broma, pero al mismo tiempo se sentía muy satisfecho con esa reacción general. Twain aprovechó para enviar maliciosamente una copia de todos los periódicos que caían en sus manos al señor Sewall.

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