Fuente de agua de Elliot Erwitt

Fuente de agua de Elliot Erwitt

   Antiguamente la sociedad estaba llena de prejuicios irracionales, nos dividíamos en categorías sin tener una explicación convincente, las razas no se podían entremezclar, el color de la piel y la religión que practicaban eran las variables que se tenían en cuenta para decidir el rango o la posición de una persona en la escala jerárquica, las mujeres sólo eran una herramienta que se utilizaba para mantener en orden las pertenencias de los hombres y engendrar sus futuros hijos. Todos eran de la misma especie, no tendría por qué haber existido desde un principio este tipo de diferenciación, pero para aquellos que estaban en el poder la igualdad era un enemigo que había que erradicar porque era algo que podía arrebatar los privilegios que obtenían por el simple hecho de ser quienes eran.

   Afortunadamente a lo largo de nuestra historia ha habido una larga e intensa lucha contra este tipo de injusticias, las personas han defendido sus derechos y gracias a ellos hemos conseguido llegar a donde estamos ahora.

   El término de igualdad se nos enseña en el mismo momento en el que nos adentramos en el mundo de la educación, puede que incluso antes; nos dicen en reiteradas ocasiones que todos somos iguales, que no importa de qué sexo seamos o de dónde procedamos, a todos se les tiene que tratar exactamente igual.

   En la actualidad crecemos con esto en la cabeza, sabemos que si pensamos de diferente modo seremos juzgados por la gente que nos rodea y se nos marginará. Sin embargo muchos no son conscientes de que, en realidad, piensan así. El racismo moderno o pasivo es el que existe en estos momentos; las personas saben cómo tienen que comportarse cuando se encuentran con alguien que no es como ellos, en su mente se repiten constantemente que no puede darle un trato especial. La teoría la tienen pero llevarlo a la práctica les cuesta más.

   Nos sentimos más cómodos con gente que tiene rasgos parecidos a los nuestros y por ello siempre tendemos a juntarnos entre nosotros. Esto provoca la exclusión de aquellos que son diferentes en nuestros grupos, aunque en la mayor parte de los casos se hace de manera inconsciente. Cuando nos encontramos con gente que no comparte nuestras mismas creencias o simplemente nuestro color de piel solemos notar cierta incomodidad; tendemos a desconfiar más de ellos y en muchas ocasiones se les juzga sin motivo; pero, por supuesto, no somos capaces de admitirlo porque eso quiere decir que hay algo mal en nuestro interior.

   Con las mujeres pasa exactamente lo mismo; hemos luchado fervientemente por la igualdad entre los dos sexos y es cierto que se ha avanzado bastante en este caso, pero sigue habiendo todavía mucha desigualdad. Algunos nos ven más débiles, vulnerables y dependientes, nos miran con desconfianza cuando tratamos de realizar ciertas actividades que en el pasado no creían que pudiésemos hacer, incluso existen empresas que contratan a un determinado número de mujeres para quedar bien ante los demás. Cada vez hay menos casos pero la realidad es esta, ante algunos ojos seguimos siendo inferiores a ellos.

   Indudablemente también nos podemos encontrar o personas más extremistas que se oponen abiertamente a la igualdad o personas sin ningún tipo de prejuicio a las que, por ejemplo, no les importa que sus hijos salgan con alguien perteneciente a otra raza.

   Hay innumerables casos sobre este tema que podríamos tratar de manera individual, todos distintos entre sí, pero lo más importante es que la sociedad sigue luchando contra este problema. Es cierto que todavía existe y seguramente no desaparecerá en un futuro cercano, es algo normal; pero quién sabe, si continuamos por este camino puede que para alguna de las siguientes generaciones el término «racismo» carezca de significado.

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