Paradoja de la identidad

Paradoja de la identidad

   Imagina lo siguiente: dispones de un barco propio. Es un barco genial, a motor, con un dormitorio y cocina, y en la popa dispone de un entrante al mar junto a unas tumbonas de madera tratada. Te encanta tu barco.

   Te encanta lo suficiente como para cuidarlo con todo el esmero del mundo, reparando hasta el más pequeño defecto que tuviese. Por eso cuando se funde una bombilla la cambias en seguida, cuando un listón se levanta lo remplazas por uno nuevo, de manera que poco a poco vas renovando el barco, que siempre intentará darte trabajo averiándose de algún modo u otro.

   Con el transcurrir de los años más y más partes del barco fallan: ahora una pieza del motor, ahora la hélice,…y tú, como le tienes cariño, guardas todas y cada una de las piezas. Un día vas al almacén donde guardas todas esas piezas en mal estado y te das cuenta de lo siguiente: ¡casi podrías montar un barco con esas piezas viejas! De modo que comienzas la labor de construir un barco con piezas antiguas que habías extraído del barco que compraste. Poco a poco, y según va pasando el tiempo, vas construyendo partes diferentes del barco con piezas obsoletas. Obviamente no flotará, pero se ha convertido en un proyecto de suma importancia para ti.

    Tras varias décadas ocurre lo siguiente: tienes un deplorable barco totalmente nuevo y recién «terminado de fabricar» dentro de tu almacén, totalmente incapaz de flotar; y un antiguo barco en perfectas condiciones a flote en el agua. Ahora bien, ¿cuál de los dos es tu barco? ¿Con cuál has pasado inolvidables momentos? ¿Cuál de los dos es ese que te ha dado tanto? Ninguno de ellos, y ambos.

   Y ahora lee bien lo que viene a continuación, porque cada cinco años todos y cada uno de los átomos que te han formado han cambiado por otros que antes estaban en otro sitio. ¿Qué derecho tenemos a decir que seguimos siendo nosotros?

Comentarios

comentarios