Es el año 1996, Alice Newton, una niña de ocho años a la que le encantan los libros, pasa la tarde aburrida en su habitación. Ya no le queda nada interesante que leer, así que espera ansiosa la llegada de su padre a casa. El señor Cunningham, es un editor, pero un editor, para la suerte de Alice, de libros infantiles. La niña, como otras veces, espera que su padre traiga algo emocionante y entretenido para leer. Nadie espera, por supuesto, que esta niña cambiará muchas cosas después de este día.
Alice recibe a su padre con alegría, y, después de un beso, se queda a la espera de que él, Barry Cunningham, le de algo interesante para leer. Sin embargo, el hombre está cansado. Su editorial Bloomsbury lleva varios años en pie, en realidad sin malos resultados, pero ese día no había leído nada interesante ni bueno como para ser publicado. Alice sigue mirando a su padre, y este, sin querer decepcionar a su hija, recuerda el último manuscrito que le había enviado la agencia literaria Christopher Little. Era un manuscrito inusual en aquellos años, escrito en maquina de escribir, y no en ordenador, y no le había parecido demasiado interesante. Aún así, y como no tenía nada más satisfactorio con lo que obsequiar a su expectante hija, le entregó aquel texto del que ya no recordaba siquiera a su autor.
La pequeña Alice, llena de emoción, corrió de vuelta a su habitación con la mejor de sus sonrisas, y allí permaneció una hora leyendo el texto que le había dado su padre. De nuevo, nadie sospechaba que este gesto tan inocente; una niña leyendo un manuscrito, cambiaría el curso de muchas cosas los años siguientes. Tras la lectura, Alice bajó de nuevo corriendo las escaleras y, con total energía le comunicó a su padre: «¡Esto es mucho mejor que cualquier otra cosa que hayas traído antes, papá!». El señor Cunningham se asombró ante la inesperada ilusión de su hija, y esta le dijo que tenía que haber más. El editor, por supuesto, le prometió a su querida niña que conseguiría el resto. Y así lo hizo. El día siguiente llamó a la agencia Christopher Little y les ofreció un adelanto de mil quinientas libras esterlinas por el manuscrito completo. La agencia aceptó, y puso al corriente a la autora del texto —una mujer—.
Días más tarde, Barry Cunningham firmaba el contrato por el cual publicarían la novela de dicha autora. Sin querer desanimar a la mujer —que ya había recibido antes la negativa de doce editoriales—, Barry quiso que ella se diese cuenta de que debería buscar un trabajo del que vivir. Algo más aparte de la escritura. Ella tenía hijos, y no pensaba que pudiese vivir tan solo de libros, al fin y al cabo, publicar la novela no significaba un éxito de ventas asegurado. La mujer aceptó aquel sabio consejo en silencio, pero lo que ninguno de los dos sospechaba, es que en realidad, ella si que viviría de sus libros. Y en parte, esto se lo debería a la pequeña Alice, que había jugado el papel de editora sin darse cuenta.
Se hizo una tirada de mil ejemplares, quinientos para bibliotecas, y la otra mitad para comercializar. La gente vio algo en aquellos libros, algo parecido a lo que vio en su día Alice, y todos se vendieron. De hecho, ahora esos ejemplares se venden a un precio de entre dieciséis mil y veinticinco mil libras. La autora se ha hecho famosa, pero no solo eso, sino que también multimillonaria. Hasta la propia editorial Bloomsbury creció inmensamente. Como no podía ser de otra manera, sí, toda esta historia es la mágica anecdota que rodea a la publicación de Harry Potter y la piedra filosofal, el primer libro de seis más que vendrían después. La saga de magos más conocida del mundo. Luego llegaron películas, enormes éxitos, muchas traducciones, etcétera, etcétera… Y es que J. K. Rowling, la madre divorciada que vivía humildemente y escribía en cafeterías, inventó una de las historias más conocidas de los últimos años. Aquella mujer que un día se imaginó a un pequeño niño mago, de gafas y con una cicatriz en forma de rayo en la frente, logró que millones de niños se acostumbrasen a la lectura. A que todos ellos leyesen libros de más de 700 páginas con pasión y soltura.
Sin duda, uno de los éxitos más grandes de la literatura reciente. Con más de 450 millones de ventas en total, Harry Potter se ha convertido en un acontecimiento sin precedentes. Muchos le deben a aquella pequeña niña llamada Alice Newton, al menos, un segundo de su tiempo. Quién sabe si ahora nadie conocería la existencia de Harry Potter sin ella. Gracias Alice, gracias Rowling.
Conocí esta anécdota gracias a esa delicia de Posteguillo que es «La noche en que Frankenstein leyó el Quijote» y me encantó. Y es que también hay que escuchar a los niños.
Gracias 🙂
Es una buena historia… Lo cierto es que da qué pensar, sobre todo respecto al factor «suerte» (oportunidad), un instante, una circunstancia, lo inesperado… Me alegra que a Rowling se le presentara la posibilidad de mostrar su obra y que fuese tan grato el recibimiento por parte de sus lectores… (me incluyo, claro) Gracias. Es un buen artículo. Un saludo
Zazou, yo también lo leí allí, en algún lugar del blog subí una reseña de ese libro 🙂
Lo malo de ese razonamiento, Rachael, es que también puede darse en sentido contrario. Es decir, el factor suerte también puede hacer que grandes obras literarias caigan para siempre en el olvido, se guarden en un cajón o sean destruidas. Y esas, por desgracia, nunca las conoceremos.
Cierto, ese factor negativo siempre está presente… De hecho, son varios los factores, tanto positivos como negativos, los que terminan por decidir si un texto vive, se ignora, se destruye o muere… Soy consciente de ello, sólo que, en este caso, había centrado toda mi atención en Alice Newton, en su padre y en Rowling. Mi feliz comentario se ha tornado desolador al invertirlo en el tuyo. El derecho a ser una ensimismada feliz, al menos durante un breve instante de tiempo, aún existe, creo. Gracias. Un saludo
Zazou, exacto, yo también conocí la anécdota gracias al libro de Posteguillo. Lo leí hace poco y ya sabía algo de Alice Newton, pero no la historia completa. Me gustó tanto que quise compartirla.
En cuanto al «golpe de suerte» que puede ocurrir en estas ocasiones, es cierto, a veces conocemos obras geniales. Pero seguramente también nos perdemos montones de otras obras porque pasan desapercibidas, los autores se suicidan o esconden los manuscritos en secreto, o esos proyectos no tienen una Alice Newton que los hagan salir a flote. En fin… supongo que pasa como muchas otras cosas. A saber cuántas cosas maravillosas desconocemos. Solo espero que nos estemos perdiendo las mínimas posibles.
Excelente artículo. No conocía la historia. Magnífico!! Gracias ALice!!!
Este texto lo lei en La noche en que Frankenstein leyo el Quijote, no se quien copio a quien… lean ese libro, es muy bueno…
Esto es plagio, deben de poner la referencia
Debes citar el texto que es literal y poner la referencia a Santiago Posteguillo. Has copiado y pegado, has plagido.