Cuando era un crío pensaba que no había personas especiales. Creía que, más o menos, a todos se nos repartía la misma cantidad fija de ventajas y taras. Así, si alguien era muy guapo, listo o talentoso, necesariamente debía tener carencias graves por otro lado, que compensaran ese talento o belleza. O eran cobardes, o eran ruines o estaban como cabras.
Luego crecí y obviamente cambié esa extraña creencia por otras mucho más disparatadas, pero ese no es el tema. El tema es que más de una vez, cuando leo sobre escritores y sus vidas, me viene a la cabeza esa teoría. Probablemente será por el hecho de que sólo las historias rocambolescas se acaban contando y extendiendo, pero es que a veces me da la impresión de que una gran genialidad suele ir acompañada de una gran carencia en otros sentidos. Hace ya mucho que a los artistas y escritores no los tengo por héroes, pero hay veces que no sé si tenerlos por villanos.
Normal Mailer, al que ya vimos dando un cabezazo a Gore Vidal, apuñaló dos veces a su mujer en 1960. No sólo se defendió diciendo que era una especie de experimento artístico sino que también le dijo a un amigo, que intentaba ayudar a su mujer, que se alejara de ella, que dejara que «la perra muriera». Y no hace mucho también hablaba por otros lares de V.S. Naipaul, premio Nobel famoso por considerar sin tapujos que ninguna escritora puede llegar a ser jamás su igual, literariamente hablando. Considera que las mujeres sufren exceso de sentimentalismo y una visión estrecha del mundo.
Cuando no se trata de ser capullos, se trata de ser raros y aquí la lista se vuelve interminable. Yo no sé cómo serían sus últimas Navidades, pero Dickens pasó alguna ‒y la Nochevieja también‒, en la morgue. Él mismo reconocía que ejercía sobre él una poderosa atracción observar los cuerpos acuchillados o hinchados por la muerte, así que por allí rondaba a menudo. A veces miraba el río buscando cuerpos y debatía con interés sobre suicidios y formas.
Pero a rarezas nadie va a ganar a Hunter S. Thompson, nadie. Famoso por escribir Miedo y asco en Las Vegas, su vida era su historia más alucinógena.
Casi ahoga a Bill Murray en los 80 y a Johnny Depp estuvo a punto de volarlo por los aires. Cuando estaba rodando la película de su libro más famoso, Thompson ofreció a Depp alojamiento en su casa. Para ello acondicionó el sótano y, cuando el actor se acomodó y fumaba en la cama, se fijó más a fondo en la caja sobre la que se apoyaba el cenicero. Era una caja de dinamita. Thompson explicó que era para hacer bombas, que ya se sabe: «si uno quiere hacer pastel, necesita harina».
Thompson merece artículo propio. Cuando Hemingway se suicidó en 1961 le afectó profundamente, había muerto su ídolo. En 1964 Thompson viajó a Ketchum, Idaho, para visitar la casa en la que Hemingway se retiró los dos últimos años de su vida. Quería escribir un artículo de investigación para el National Observer titulado «Qué atrajo a Hemingway hasta Ketchum». Escribió con pasión sobre su icono literario, pero, ya se sabe, era Thompson.
Mientras estaba investigando vio dos majestuosos cuernos de alce sobre la puerta de la cabaña de Ernest, así que decidió homenajear a quien tanto le dio, robándolos. Por supuesto concluyó su elegía con el veredicto de que Hemingway «era un viejo, enfermo y con muchos problemas». Muchos problemas, una acertada definición de quien prendió fuego a la America’s Cup con una pistola de bengalas, tras querer escribir, ciego de drogas, «fuck the Pope» en uno de los yates amarrados. Aún tendría tiempo de hacer mucho más, como en el viaje a Zaire como corresponsal de Rolling Stone para cubrir la legendaria pelea de boxeo entre Alí y Foreman. Por supuesto pasó olímpicamente del encargo. Vendió las entradas por marihuana según su compañero de viaje y se internó en la jungla. ¿Por qué? Porque buscaba al criminal de guerra nazi Martin Bormann y también pigmeos.
Les quería preguntar si era posible que fueran comidos por cobras.
Al final Thompson se suicidó a los 67 años y sus cenizas descansaron como siempre quiso, disparadas por un cañón. Fue Johnny Deep el custodio de hacer realidad ese sueño.
Impresionante personaje. Debe ser uno de los últimos bohemios. Entre los escritores que siguen vivos es cada vez más difícil encontrarte a autores de vidas tan canallas. Al menos, ahora mismo, no se me vienen muchos nombres a la cabeza. ¿Será que el escritor se está liberando de ese halo de malditismo que lleva arrantrando desde el romanticismo?
Hombre, el calvorota loco. Si es que ya lo lleva en el nombre: Cazador (por hunter) S. (por Stockton; ciudad de pistoleros) y marca de ametralladoras, antes que de televisores (por Thompsom).
Le encantaba disparar armas de fuego descomunales, puesto de todo hasta la cencerreta, en medio del desierto de Nevada.
Una de sus bromas preferidas consitía en dejar que algún novato disparase un cuarenta y cuatro largo, para que, con el tremendo retroceso, se diese con el cañón en la cara.
Qué joya de hombre.
Lo cierto es que a mí todas las personas me parecen peculiares, independientemente de a qué se dediquen u ocupen su tiempo…, pero estoy de acuerdo respecto a la tendencia de algunos artistas, en general, y escritores, en particular, a ser bastante canallas… No sé si es el afán de vivir más intensamente o fuera de la tosca realidad lo que empuja a ciertos escritores a cometer verdaderas barbaridades, de lo que sí estoy segura es de que a Thompson no le preocupaba, ni poco ni mucho, ser un auténtico personaje de novela, sobre la marcha y sin guión… Gracias. Me ha encantado tu artículo. Un saludo.
Creo que personas extravagantes (o incluso locas) las hay en todos los ámbitos, artísticos o no, pero el hecho de haber pasado a ser «personajes» reconocidos da mayor publicidad a sus gestos. Eso cuando no forman parte de su pose de artistas o famosos, que también los hay. Y ahí queda la tan baqueteada cuestión sobre el gramo de locura de los artistas.
Un artículo genial. Gracias.
El ejemplo paradigmático de eso que comentas, Zazou, es Dalí, con talento más que sobrado y convertido en un producto de marketing. Aunque es verdad que el arte, o más bien que el arte la genialidad, casi siempre conllevan una pizca de locura, o por lo menos de rareza. Y digo genialidad porque estoy pensando que no solo los grandes artistas son excéntricos, también hay, por ejemplo, científicos o matemáticos. Por eso, más que del arte creo que habría que hablar de la genialidad.
[…] que se encuentra en una encrucijada, y le pide consejo vital. A thompson. Ya sabes, al tipo que estuvo a punto de volar por los aires a Johnny Depp, robó borracho perdido en la casa de Hemingway cuando fue a hacer un reportaje y, en general, […]