Situación en las áreas coloniales de Sudamérica a mediados del s. XVIII

Situación en las áreas coloniales de Sudamérica a mediados del s. XVIII

   Fernando VI, movido por su afán de neutralidad ‒y por la influencia de su esposa portuguesa y de su ministro Carvajal‒, firmó junto a Juan V de Portugal, el Tratado de Madrid en 1750, también conocido como el tratado de Permuta. En el texto, entre otras disposiciones, se acordó el canje entre las dos coronas ibéricas del extenso territorio en el curso alto del río Uruguay donde se asentaban varias y boyantes reducciones jesuíticas bajo el poder borbónico, por la colonia del Sacramento situada en la desembocadura del Río de la Plata, que había sido ocupada por los portugueses. Los habitantes de estas misiones, se veían obligados a salir con sus bienes o en caso de quedarse, a someterse a la soberanía lusa.

   Las dos potencias coloniales europeas, trataron de poner fin a toda la cadena de fricciones que se venían dando en el proceso de delimitación de sus respectivas esferas de influencia en el continente americano. Se pretendió revisar de manera definitiva los ideales límites establecidos en el Tratado de Tordesillas (1494) Pero el nuevo texto firmado en 1750, no logró conseguirlo esencialmente por tres motivos: la voluntad e intereses cambiantes de los gobernantes españoles y portugueses y sus consejeros, la reacción de los habitantes de aquellas tierras que las coronas ibéricas se repartían a conveniencia sobre un mapa y desde la distancia, y los cambio que se dieron en el panorama internacional.

   ¿Pero quienes eran los pobladores de aquellos territorios? Antes de la llegada de los conquistadores, allí vivían varios pueblos indígenas como los guaraníes, entre otros. En sucesivas oleadas, fueron arribando españoles y establecieron varios núcleos bajo la denominada Gobernación del Río de la Plata y del Paraguay, que en 1617 acabaría por dividirse en dos. La primera misión guaranítica, San Ignacio Guazú, fue fundada en 1609. Los principales agentes de estas acciones pobladoras, fueron los miembros de la Compañía de Jesús que valiéndose del modelo de las reducciones, crearon varios pueblos gestionados por ellos mismos que alcanzaron bastante prosperidad. Este desarrollo, despertó suspicacias en las coronas europeas y en el seno del papado. Tanto los reyes como el Vaticano, querían su parte de aquellas riquezas y el obispo de Roma, además, deseaba la absoluta obediencia de la Compañía de Jesús, que de hecho era uno de sus votos, el que la caracterizaba y diferenciaba de las demás órdenes.

Lámina del Códice Kingsborough en la que se representa los malos tratos dispensados por los encomenderos a los indígenas

Lámina del Códice Kingsborough en la que se representa los malos tratos dispensados por los encomenderos a los indígenas

   La supuesta independencia con la actuaban los jesuitas, inquietaba hasta el punto de que se iniciase una campaña de desprestigio en Europa, tachándoles de ejercer un poder absoluto y autónomo, cuyo único fin era lucrarse explotando a los indios y lo que es aún peor, no repartir sus beneficios con sus superiores o gobiernos. No fueron pocos quienes alentaron el sentimiento anti-jesuita. Entre ellos encontramos algunos nombres tan insignes como el ilustrado Voltaire, en cuya obra Cándido (1759), dedica un satírico pasaje a la Compañía en el Paraguay. El papa Benedicto XIV –que ya había chocado anteriormente con ellos a causa de sus métodos evangelizadores en Asia, en opinión del pontífice demasiado permisivos con las creencias paganas de los chinos–, creyó o quiso creer no solo en la autonomía de la Compañía en tierras sudamericanas, sino en la instauración de un reino jesuítico bajo un tal Antonio I. Como era de esperar, las fuentes jesuíticas refieren una realidad bien distinta, describiendo utópicas comunidades en las que convivían en armonía jesuitas y guaraníes, en una especie de simbiosis al margen del feroz colonialismo imperante. Según su versión, aquellas reducciones eran oasis espirituales donde los indígenas vivían y trabajaban a salvo de los temibles bandeirantes, y eran educados, religiosamente formados y dignamente tratados. Los estudios más recientes, nos proponen un punto de vista a medio camino entre las dos perspectivas comentadas, despojado de hipérboles y bastante más imparcial Como siempre ocurre, ese género fantástico que es la historiografía, nos ofrece distintos relatos para un mismo suceso.

   La cuestión de las reducciones, ha sido ampliamente estudiada y son muchas y muy variadas los teorías propuestas para tratar de explicarla. ¿Cuales serían las auténticas motivaciones de los jesuitas? ¿Pretendían instalar el Reino de Dios en la Tierra o más bien sintieron la tentación terrenal de establecer un dominio propio al margen de cualquier poder? Al parecer, al menos en primera instancia, sus intenciones debieron ser nobles. Muchos de ellos se ofrecieron como voluntarios para ser enviados como misioneros y garantizar la dignidad de los indígenas, tal y como nos explica el profesor Miguel Ángel Petty en este artículo. Lo que también parece claro, es que además del humanismo, la acción catequética y evangelizadora ‒o proselitista, según como se mire‒, fue el gran motivo que impulsó a los miembros de la Compañía. Otro punto en el que observamos gran disparidad de opiniones, es la denominación que se ha dado al fenómeno. Se ha hablado de Reino o Imperio Jesuítico, República –en sus vertientes platónica e ideal o proto-comunista y funcional‒ o sencillamente misiones. Aquí, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, nos ofrece algunas interesantes reflexiones a este respecto.

   Hablemos de las características de las reducciones, con el fin de acercarnos a la comprensión de su realidad. Basándose en un modelo comunal, desarrollaron eficientes economías autárquicas que se apoyaban en la agricultura y se complementaban con la ganadería, la pesca o la artesanía. Fueron capaces de integrarse en redes comerciales y dar salida a sus manufacturas y excedentes al tiempo que adquirían productos de los que no disponían y se lucraban. Algunos historiadores hablan incluso de una cierta vocación de sostenibilidad y respetuosa integración medioambiental, ideas de impensable aplicación en el s. XVIII. Resulta difícil de imaginar cómo pudieron salir adelante y mantenerse ‒aunque no fuese por demasiado tiempo‒, en un contexto en el que los imperios coloniales explotaban sin contemplaciones sus dominios y no dudaban en valerse de instrumentos con métodos tan expeditivos, como los de las bandeiras o los de los las encomiendas.

Ruinas de la reducción guaranítica de San Ignacio Miní, en la actual Argentina

Ruinas de la reducción guaranítica de San Ignacio Miní, en la actual Argentina

   La Guerra Guaranítica (1754-1756) terminaría con el sueño de las reducciones. Los habitantes de las poblaciones que habrían de pasar a manos portuguesas, según lo estipulado en el Tratado de Madrid, se declararon en rebeldía y tomaron las armas. No estaban dispuestos a someter sus intereses a los de los portugueses. Queda en duda la auténtica función de los jesuitas en estas revueltas y su posible papel como instigadores, fuera velada o activamente. Las coronas ibéricas, se aliaron para hacer cumplir lo que habían acordado e hicieron valer su supremacía militar, aunque los guaraníes ofrecieron una cierta resistencia. Se perpetraron grandes masacres de indígenas. A pesar de la victoria de la alianza europea, la Guerra de los Siete Años (1756-1763), alejó las posturas de España y Portugal y el acuerdo de Madrid de 1750, no se llegó a cumplir, quedando invalidado por el Tratado del Pardo de 1961. La Compañía de Jesús, también sufrió las consecuencias de estos acontecimientos. Considerada desde hacía tiempo como un peligroso estado dentro del estado, fue expulsada de Portugal en 1759, de España en 1767 y suprimida en 1773, bajo Clemente XIV, tras muchas presiones. Más información, aquí.

   Posiblemente, el éxito de las reducciones fuese favorecido por el intercambio que se produjo entre los dos mundos que las conformaban. Mientras que los padres jesuitas, aprendieron la lengua indígena y sus costumbres, también supieron adaptar la doctrina cristiana a los mitos ancestrales de los guaraníes ‒La Tierra sin males guaraní y el paraíso cristiano, o Ñamandú y el dios cristiano‒, consiguiendo que esta fuera mucho más compatible y asimilable a sus creencias. Por su parte, los indígenas adoptaron la organización, las técnicas y las tecnologías europeas. De esta sincretismo, surgió un modelo con identidad propia, gran eficiencia e integración ambiental.

   A pesar de todo, las reducciones cayeron pronto en el olvido. Como señala Roa Bastos, «los guaraníes contemporáneos nada saben, nada recuerdan de aquel reino, de aquel “disimulado cautiverio”, en el que fueron perdiendo su ser natural mientras se iban “humanando”, según clamó uno de sus chamanes disidentes» Todo lo que nos quedan son los libros en los archivos y las bibliotecas y las ruinas en la selva. Son los vestigios de ese esquivo reino que hace siglos fue levantado en el corazón de Sudamérica, ad maiorem Dei gloriam.

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