Hace tiempo, conocí a un tipo que pertenecía a MENSA; organización cuyo requisito es obtener un resultado por encima del noventa y ocho por ciento de la población en un test inteligencia acreditado.
Según pone en su web: una de cada cincuenta personas tiene un cociente intelectual –no coeficiente– para ser «mensista» y técnicamente se le considera superdotado.
El cometido de dicha organización consiste en poner en contacto a estas personas entre sí.
A este tipo en cuestión, al que llamaré ASM, porque no es un personaje sino una persona que tenía entonces treinta y cinco años, lo conocí jugando al ajedrez.
Entonces trabajaba como contable aunque es psicólogo.
Fue él quien me confesó que iba a las reuniones semanales de MENSA en Madrid antes de ser miembro, y que no hacían otra cosa que charlar y beber; sobre todo beber –según sus propias palabras–.
Pasado un tiempo, cuando ya había hecho amistades dentro, quiso ingresar oficialmente y tuvo que hacer el examen –puedes hacer un test de prueba en su página web; previo pago de diez euros–, pero en vez de presentarse sin más, hizo tests similares durante meses hasta dominar las diferentes mecánicas de secuencia y relación de los ejercicios, y entonces, cuando se vio preparado, lo hizo y lo aprobó por los pelos –siempre según sus propias palabras–. Así que cuando nos conocimos ya podía considerarse oficialmente un superdotado intelectual.
Llevábamos semanas jugando al ajedrez, y, al decirle que esa tarde no podía entretenerme porque estaba citado con una chica, dijo: qué suerte, y me confesó a bocajarro que todavía era virgen a sus treinta y cinco años.
Recuerdo que ni me sorprendí, ni me escandalicé: ¿Es una elección personal? –le dije, a sabiendas de que ese «qué suerte» me estaba dando parte de la respuesta–. «No, claro que no. No sé por qué no consigo que las chicas se interesen por mí».
No me extrañó, porque pude constatar que era una persona sin los filtros sociales que se le presuponen a alguien de su edad; esos que te permiten relacionarte evitando conflictos propios de la adolescencia.
Con las chicas, claro, su comportamiento no era diferente y de ahí que no se le acercasen a un radio de veinte metros; y no era mal parecido.
ASM no es la primera persona que me encuentro así: individuos que pese tener un CI por encima de la media, son incapaces de detectar que son groseros, impertinentes… en una palabra: asociales.
El mejor cliché para ilustrarlo que se ocurre es Sheldon Cooper; el personaje de la serie The Big Bang Theory; es el que más inteligencia mecánica tiene de todos los protagonistas, pero carece por completo de la emocional.
Tengo otro amigo –éste de toda la vida– capaz de resolver rompecabezas de nivel seis, de esos que venden en Naipe –por encima del cuatro ya son considerados difíciles, y si te rindes puedes comprar la solución–. Sin embargo, es incapaz de detectar que su novia le está diciendo lo contrario, cuando él le pregunta: ¿Cariño, te molesta que Carlos se quede a cenar? y ella le responde un «no» que descuelga los cuadros. «Lo ves, no pasa nada» –me dice, y sigue jugando a la consola; lo que agrava el cabreo de la que pronto será su exnovia–; porque si hay algo que cabrea a una mujer más que lo que sea que hayas podido hacer, es que no sepas que lo has hecho.
Mi amigo es un ejemplo viviente de que hay quien tiene mucha inteligencia mecánica, pero poca emocional; que es la que te permite detectar –entre otras muchas cosas– que alguien está molesto, pese a que lo niegue; incluso cuando hay indicios más sutiles que los que acabo de exponer.
La inteligencia emocional te permite, aparte de detectar e interpretar correctamente las emociones de otro, ponerte en su lugar y modular las propias para sintonizarlas con las de cualquiera. Y esto, de momento, no se tiene en cuenta a la hora de valorar la inteligencia de una persona; puesto que el CI sólo cuantifica la capacidad intelectual mecánica.
¿Para qué sirve tener inteligencia emocional? –Para todo, si tenemos en cuenta que estamos en una crisis financiera mundial por permitir que personas con mucha inteligencia mecánica, y ninguna emocional, dirijan los mercados convirtiendo el dinero en un ente fantasmagórico que lo desestabiliza todo.
Digamos que la inteligencia mecánica es propia de matemáticos, informáticos, economistas, banqueros…, y la emocional de: escritores, filósofos, actores y artistas en general.
No hay que olvidar que no se puede tener inteligencia emocional sin una base mecánica; aunque si se puede tener mecánica sin un ápice de la emocional.
Bien, el tercer tipo de inteligencia es la ejecutiva, propia de aquellas personas que son capaces de llevar a cabo todo lo que se proponen, sí o sí; que no está nada mal, siempre que lo que no sea algo pernicioso para ellos o cualquier otro.
Hay quien puede decir que la inteligencia ejecutiva es una mezcla equilibrada de las otras dos, y, si lo dice, estará en un error.
El pensamiento intruso es aquel que irrumpe en tu mente haciendo que te cuestiones un objetivo: «¿Pero para qué va a servirme memorizar la tabla periódica de los elementos?»; así es cómo provoca que te cuestiones la utilidad del fin y sabotea la intención.
La persona que tiene inteligencia ejecutiva no padece este tipo de intromisiones mentales y una vez que se ha fijado una meta «nada» podrá impedir que la alcance, porque «hará lo que sea necesario»; esto es ideal para quien quiere sacarse la licenciatura de Historia del Arte summa cum laude, por ejemplo.
El problema es que hay veces que el pensamiento intruso es lo único que puede impedir que revises un anhelo que te lleva al desastre.
Y aquí es donde entra otro de mis amiguetes:
Alguien capaz de conseguir que se rueden sus películas –alguna con el metraje de Ben Hur–, incluso que las proyecten en un cine de la periferia de Madrid, para sufrimiento de los asistentes.
Todo eso, claro, sin una buena historia que contar –que le podría escribir alguien con más inteligencia emocional– y sin un apartado técnico y financiero eficaz –que le podría haber solventado alguien con más inteligencia mecánica–.
El caso es que las películas están ahí y aunque sea para proyectarlas una tarde en una sala sólo para familiares y amigos, eso no impide que siga tramando otros proyectos del mismo calibre.
No le importan las críticas, ni se plantea si está torturando a sus obligados espectadores, porque ha conseguido lo que quería y eso le hace feliz. De hecho, nunca te pregunta «¿Qué te ha parecido?», sino: «¿A que está genial?».
Ayer, precisamente, llegó la invitación a su próximo estreno en ciento cincuenta butacas y como ya asistí a su primera película y me ha enviado el guión más el trailer de la nueva, sé lo que me espera y voy a escaquearme sin remordimientos.
¿Supongo que ya habéis llegado a la conclusión de que el verdadero superdotado es quien tiene capacidad y equilibrio entre los tres tipos de inteligencia? El problema es cómo cuantificarlo mediante un test.
[…] Hace tiempo, conocí a un tipo que pertenecía a MENSA; organización cuyo requisito es obtener un resultado por encima del noventa y ocho por ciento de la población en un test inteligencia acreditado. Según pone en su web: una de cada cincuenta personas tiene un cociente intelectual –no coeficiente– para ser «mensista» y técnicamente se le considera superdotado. El cometido de dicha organización consiste en poner en contacto a estas personas entre sí. A este tipo en cuestión, al que llamaré ASM, porque no es un personaje sino una persona que tenía entonces treinta y cinco años, lo conocí jugando al ajedrez (leer más). […]
Me siento identificado con todos los tipos de inteligencia, pero sin duda con el matemático más que con ninguna. Yo sería un vulcaniano feliz. No es que carezca de inteligencia emocional, lo cierto es que soy empático de manera natural y comprendo muy bien los pensamientos de la gente de mi alrededor. Pero sí que he decidido potenciar una especie de pensamiento ejecutivo, llamémoslo ingenieril.
No me considero un tipo inteligente, a pesar de que muchos me han calificado de ese modo, pero es cierto que he llegado a sentir desprecio por inteligencias sin esfuerzo (que no mediocres, el que nace bobo no tiene culpa), pero el que no usa el cerebro me da ganas de pasarle por encima sin metáfora ninguna. Tengo fobia a la estupidez por elección, y casi todas las personas que conozco se encuentran confortablentes sentadas en ese rol.
De modo que sí, hago comentarios que otros consideran impertinentes, pero a mi me suelen parecer impertinentes cuando se gritan e insultan, cuando compran algo que no pueden pagar, cuando la pereza forma parte de sus vidas,…
Y he sido calificado como asocial. Curiosamente casi todos mis amigos entran en ese saco, hasta el punto en que en una empresa yo comía en la «mesa de los bordes». En realidad no éramoz bordes, pero en la mesa no se hablaba de deporte, famosos o trabajo. Por ejemplo el contenido de este blog habría sido catalogado como apto para la mesa borde por los de fuera.
Como persona que quiere ser inteligente me siento (y menos mal) marginado por quien sé a ciencia cierta que no lo es.
Menuda parrafada. Me ha gustado mucho tu artículo, Carlos
=]
Qué honor ser el tema de conversación de la mesa de los bordes 😉
Estoy totalmente de acuerdo en cuanto a «que no se puede tener una inteligencia emocional sin una base mecánica». En mi caso no hace falta ni decirlo (pero por si alguien no se había percatado aún): no soy superdotada… (tampoco me he hecho el examen, ni un examen a la inversa para saber si soy todo lo contrario, pero confío en que andaré sobre la media…) Y estoy muy contenta (bueno, a veces no) con mi cociente intelectual y la serie de taras que voy creando y que merman mi intelecto, si cabe, aún más… pues la única finalidad que persigo en esta vida es, ni más ni menos, que la mera felicidad…
Gracias, a mí también me ha gustado el artículo… Un saludo.
La media está muy bien. Además, cualquier carencia puede compensarse con otras cualidades o, en su defecto, con trabajo duro. Al menos así quiero pensarlo.
Bueno, hay algo que no he incluido, porque el artículo se me iba de madre, y es: que una cosa es “ser inteligente” –tener capacidad, mecánica o del tipo que sea– y otra ser listo o astuto –no son sinónimos, pese a la RAE–: que es cómo administras la poca o mucha capacidad que tengas.
Cuando le dices a alguien “la verdad”, por ejemplo: “Claro, cómo vas a tener dinero si te has comprado un coche que no te puedes permitir sólo por fardar”; posiblemente tengas razón, pero para quien ya lo ha hecho –y todos podemos dejarnos arrastrar por cierto comportamiento irreflexivo de vez en cuando–, es un algo así como un ataque personal; porque es lo mismo que ponerle a su torpeza un rótulo de neón. Ahora imagina en la misma situación a otro que ha visto el mismo problema, pero dice: Oye, ¿y no ha pensado en vender el coche nuevo, porque uno así deber ser carísimo, no? En la misma frase evidencia el problema y aporta una solución; aunque en este ejemplo sea un obviedad.
Gracias a Rachael y Marcos por sus nutritivos comentarios.
Antes de nada, me ha gustado mucho el artículo.
Siempre me ha interesado el tema de la inteligencia, aunque mi aproximación es muy minimalista en eso. De hecho muchas veces no divido en tipos de inteligencia. Para mí es la capacidad de resolver el problema o desafío que tengas delante, sea escribir un artículo, vadear un río, encontrar comida o acabar un conflicto. Si me veo obligado a dividir, suelo pensar en inteligencia intelectual (capacidad de encontrar una solución) e inteligencia social (capaz de encontrar una solución más o menos adecuada para una mayoría).
Reconozco que no distingo la inteligencia social de la emocional, porque para manejarnos en sociedad y encajar con el resto, es una cuestión de gestión de emociones, propias y ajenas.
De manera natural estamos preparados para poseer esa inteligencia social a través de las neuronas espejo, porque evolucionamos como seres sociales y dependemos de los demás y los demás de nosotros (incluso esos que somos más «asociales» 😉 pero curiosamente nos juntamos por estos lugares).
Lo que ocurre es que, como las demás neuronas, no usarlas (o que vengan con defecto de fábrica como ocurre en algunos casos) hace que no creen nuevas conexiones o se atrofien y así nos va a veces, especialmente cuando ya no estamos tan atentos a los demás cuando estamos con ellos y nos perdemos miles de señales que deberíamos captar por defecto.
Muy interesante el artículo, Carlos, la nueva Piedra sigue en forma. Éste siempre es un tema sobre el que creo que nunca lo aprenderé todo.
Isaac
Hola a todos.
Interesante post, Carlos, muy interesante.
El tema de la inteligencia siempre me ha atraído mucho y siempre da para debatir de manera profunda y abundante.
Hasta hace un tiempo la reina de las inteligencias era la mecánica o intelectual. Sin embargo, como sabéis, existen siete u ocho tipos. ¿Quién es el guapo o afortunado que las tienes todas en el nivel correcto o suficiente? Nadie. Todos pecamos de alguna deficiencia o varias.
¿Quién es más inteligente: aquél que tan pronto te resuelve una integral dificilísima como encuentra la demostración de un teorema de hace cien años o el que es capaz de formar una familia y ser feliz, con sus altos y bajos, a lo largo de su vida? La respuesta es clara.
Es algo conocido que personas muy brillantes a nivel intelectual son un desastre en las relaciones humanas y viven vidas solitarias y tristes. O no tan plenas como podrían serlo. Conclusión: no se puede tener todo.
Por último, es importante saber que más relevante que la capacidad que tengas es cómo la gestionas, la trabajas y la potencias. Con frecuencia, llegan más lejos aquellos que trabajan dura y apasionadamente en algo, con una inteligencia media, que los que con un talento descomunal se dejan llevar por el sumidero de la pereza. El famoso filósofo José Antonio Marina tiene un libro titulado «El fracaso de la inteligencia». No lo leí, pero una vez le escuché decir (y se me quedó grabado) que él le daba clase a un chaval de COU, si mal no recuerdo el curso era ése, muy brillante. Podría haber hecho lo que hubiese querido con el potencial que tenía. Al final, ese chico se metió por caminos nada deseables y acabó en la cárcel. Un ejemplo duro, pero muy ilustrativo.
Un saludo y perdonad la extensión.
PD: Winston Churcill (ese hombre insignificante al que le daba por beber de lo lindo y fumar puros) es autor de un montón de frases memorables. Una vez dijo que las personas más inteligentes son aquellas que muestran compasión. Al principio no era capaz de ver la relación entre ambos conceptos: «inteligencia» y «compasión». Pensando una vez en ello llegué a la conclusión de que si eres compasivo con alguien en apuros y en el futuro te ves metido en problemas, la persona a la que ayudaste probablemente (no siempre) te echará un cable al haberte portado bien con ella. Si pasaste de ella, a no ser que sea muy generosa, no moverá un dedo por ti. No sé si estoy acertado con esta explicación. ¿Qué pensáis?
Que buen articulo.
Bueno, la compasión denota empatía, por eso estoy de acuerdo con Winston Churchill, aunque sin duda se refería al inteligencia emocional; él tenía bastante.
Adolf Hitler, por ejemplo, tenía “ejecutiva”: capaz de llevar a cabo un proyecto ejecutando a quien sea; más allá de lo que suponga moralmente o económicamente; determinación adquirida cuando era soldado en la Primera Guerra Mundial llevando correo entre obuses. Y junto con Benito Mussolini y Francisco Franco, mal que me pese reconocerlo, también tenía la suficiente inteligencia emocional –una pizca– para saber que enardeciendo ciertos principios iba a obtener el apoyo de los más vehementes; ponerse en el lugar del otro para saber qué necesita y prometérselo.
Iósif Vissariónovich Stalin, sin embargo, tenía una variante que me voy a sacar de la manga ahora mismo, con el permiso de ustedes y la voy a llamar inteligencia siniestra; propia de quien es capaz detectar los puntos débiles del otros y explotarlos mediante el miedo; como sé lo que necesitas, no sólo no te lo voy a dar, sino que voy a hacer que temas perder lo poco que tienes.
Quien es compasivo no creo que lo sea para tener un beneficio futuro, sino porque comprende la situación del otro; no es que sea vea en el lugar de “quien sea” que lo esté pasando mal, sino que en ese momento es capaz de ser “quien sea”; si ves que a un perro lo tienen encerrado en un sótano medio ciego y lleno de heridas, le ayudas, no por si algún día tú te ves en esa situación poco probable y el perro te echa una para –menos probable todavía–, sino porque entiendes y compartes su sufrimiento.
Muy bueno el análisis de los tipos de inteligencias de los dirigentes políticos. ¿No habría que meter aquí en juego una especie de inteligencia estratégica o ya queda incluida en alguna de las mencionadas? Me refiero a la capacidad de calcular con frialdad las consecuencias de las acciones. Y, por supuesto, la capacidad de manipular. Por desgracia, el miedo es la gran baza de aquellos que han llegado al poder por la fuerza y gobiernan por narices.
La inteligencia estratégica es inteligencia emocional, para reconocer las fortalezas y carencias de tu adversario, más inteligencia creativa, para tramar una fórmula que te permita sacar partido a esa información, y ejecutiva y mecánica para llevarlo a cabo con eficacia, ¿no?
Tienes razón. Supongo que cuando realmente se potencian es cuando se combinan unas con otras. Tener mucho de una y poco o ninguna de otra es como ser una mesa con una pata coja.