La leyenda urbana de la leyenda urbana es mi amiga

La leyenda urbana de la leyenda urbana es mi amiga

  El otro día hablaba sobre las malinterpretaciones históricas por errores cometidos. Pero, ¿qué ocurre si una leyenda urbana catalogada como tal durante años se demuestra cierta?

   Pues no ocurre nada. Si ha calado lo suficiente en la población se seguirá viendo como una leyenda urbana. Es el caso de las pruebas de los álabes de los aviones. Un álabe es una de esas cosas que gira dentro del motor de un avión ‒foto‒.

   Resulta que desde siempre ‒desde que se usan los álabes para aviones, vaya‒ los aviones han tenido el problema de los pájaros en pista. Al despegar y aterrizar estos se metían ‒y se siguen metiendo, de hecho‒ dentro de la tobera del motor en una explosión de carne y huesos mediante laminado. Y, se espera, que no haya también una explosión de fuego y carburante. Además es de agradecer que el motor no se abra en canal o arranque el ala del avión de cuajo. Evita quejas de viajeros el no tener que limpiar la pista de cadáveres.

   Nadie entiende cómo es posible que los pájaros no aprendan que los aviones son malos. De hecho debería estar escrito en su ADN. Le temen a todos los pájaros grandes, a los sonidos de las armas de fuego y al hombre; pero cuando un hombre arranca el motor más ruidoso del mundo y se lanza a toda velocidad sobre algo que sin duda parece un enorme depredador de metal ruidoso de varios cientos de toneladas los pájaros se lanzan a darle la bienvenida.

   Para que los álabes no se rompan cuando un pájaro decide averiguar si sobrevivirá al impacto, éstos han de ser diseñados, fabricados y probados a prueba de impactos. Y es de ahí de donde nace la leyenda de la leyenda.

   Para probar los motores se comenzó, allá a principios del siglo XX, a lanzar cientos de pollos con algo muy parecido a una catapulta directamente a un motor arrancado. Eso nos enseñó, como especie, muchísimo sobre motores con álabes resistentes al lanzamiento de pollos en catapulta. Pero esto tocó la fibra a los protectores de animales, vaya usted a saber por qué. De modo que se pasó a lanzar pollos totalmente congelados y asesinados brutal y previamente en otro lugar diferente, lo cual es mucho más humano. Para visualizar la diferencia, un pollo sin congelar lanzado a 50 km/h es capaz de atravesar dos cristales similares a los que tienes tú en tu casa haciendo de ventanas. Uno congelado rompe más de dieciséis seguidos. No se sabe cuántos más, porque el experimento se diseñó con dieciséis cristales, y a nadie nunca en ningún momento de los últimos cincuenta años se le ha ocurrido poner más, de modo que el pollo revienta todos y acaba empotrado en la pared de enfrente del cañón según varios experimentos contrastados de lanzamiento de pollo con cañón.

   Como esto es más o menos igual que lanzar una piedra con la forma de un pollo la idea se desechó bastante rápido. Ahora se lanzan pollos muertos minutos antes, con lo que hace falta contratar a alguien que se encarga de arrearles el golpe de suerte durante la prueba en sí.

   Pero ocurre que todavía a día de hoy la historia de los pollos congelados parece un mito, a pesar del hecho de reproducirse el vídeo en todas y cada una de las clases de turbomáquinas en las universidades desde que existe el proyector ‒ayuda mucho a conseguir la atención de los alumnos‒. El caso es que si algo se le mete entre ceja y ceja a la humanidad, no parece salir con facilidad de nuestra mente colectiva.

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