No hay modo más profundo y apasionante de conocer a un escritor que a través de su obra. Aunque no es el único. Para muchos amantes de los libros cualquier recurso es lícito: desde recurrir al puro y duro chisme biográfico hasta la visita de lugares significativos, como puedan ser sus hogares o sus tumbas. Y qué lugar más significativo que sus dormitorios, un sitio donde los escritores pasan una buena parte de su tiempo, no solo durmiendo ‒aquí puedes echar un vistazo a las rutinas de sueño de algunos escritores‒ sino, en muchos casos, cuando la cama comparte habitación con el escritorio, trabajando, como ocurre con Flannery O’Connor, Henry David Thoreau o Emily Dickinson. A veces, incluso, la urgencia de la escritura puede hacer que la propia cama se convierta en el escritorio, caso de Michael Morpurgo.
Algunos dormitorios pueden llegar a decirnos de un autor casi tanto como su escritura. Al fin y al cabo son el espacio más íntimo de una persona. Un ejemplo claro es el dormitorio de William Faulkner, que solía anotar ideas para sus novelas en las paredes. Por su parte, el de la casa de playa de Truman Capote en Hamptons denota ser el lugar de paso de un inquieto inquilino. La sencillez del dormitorio de Thoreau frente al estilo romántico y sobrecargado de Víctor Hugo. La pulcritud de Dickinson frente al desorden de Alexander Masters. Las estanterías llenas de libros de Virginia Woolf o la luminosidad del dormitorio de Hemingway de su casa de Key West. Todo comunica.
A continuación te dejo quince dormitorios de escritores para que puedas conocer un poco mejor a sus inquilinos. A ver qué información puedes sacar de ellos.
Curioso post! la mayoría de las habitaciones como las que aparecen cuando se busca habitación en piso compartido de Barcelona: fotos que huelen a personilla durmiendo.
Saludos
Pues a mí lo que de verdad me extraña de esas imágenes es, precisamente, la falta de vida que se «respira» en ellas. No parecen estar habitadas (no porque no lo estén ya, obviamente, sino porque…) parece que nunca las ocupó un escritor. Los escritores pueden ser muy distintos entre sí, qué duda cabe, pero despistados son un rato…
Estas habitaciones recogidas, ordenadas y desprovistas del encanto (porque lo tienen) que acompaña a los despistes propios del escritor dejan unas imágenes frías, superficiales, que no inspiran ni evocan las maravillosas vidas de quienes las habitaron (la maldita costumbre de recogerlo todo…) Puede entenderse que no se conserve el café de la taza, pero… En fin, el artículo está bien, pero para el futuro (mensaje a los que adquieran las habitaciones de quienes escribieron y aún escriben): «No recojan el cuarto (si acaso los alimentos, si los hubiera). Faltan libros desperdigados, papeles por doquier, ropa mal e incluso colocada encima de la mesa… No se olviden, por favor.»
Gracias. Un saludo.