Hace unas semanas, un amigo antropólogo me dijo, mientras pasábamos unos días en su casa en medio de la montaña, que la mejor palabra para explicar la amistad es: reciprocidad. Y lo dijo a sabiendas de que estamos acostumbrados a oír, una y mil veces, que no hay que esperar nada de los amigos y que hay que aceptarlos tal y como son. En definitiva, aguantarles todo tipo de fechorías porque para eso son lo que son: amigos.
Lo cierto es que desde la Prehistoria, en la que ya establecíamos relaciones basadas en el interés para hacernos la vida más fácil y menos peligrosa, la amistad no es otra cosa que una alianza que se ha ido desarrollando con el resto de parámetros evolutivos. Y sólo es útil, para todos los que participan de ella, si es justa y positiva.
Es cierto que hoy la amistad tiene muchos más rasgos y matices que van más allá de cazar en equipo y repartir de forma equitativa la carne, pero también lo es que si tú respetas a un amigo pero él a ti no, la amistad pierde su efecto de alianza. Por tanto, si falla la reciprocidad el lazo afectivo se resiente y, por supuesto, si existe algún tipo de perjuicio no es recomendable mantenerlo; no he conocido a nadie que quiera tener «amigos» para que lo utilicen o le causen daño.
Por otra parte, hay que ser muy ingenuo para pensar que cualquiera de nuestros amigos, incluso los que creemos mejores, van a hacer cualquier cosa que les pidamos.
Cada amistad es un compromiso personalizado por sus propias reglas peculiaridades y límites.
Es absurdo pretender que nuestros amigos se atengan al patrón que comprende todo lo que hemos decidido que define el concepto de amistad. El único parámetro que ha de mantenerse inalterado es que ningún tipo de amistad debe perjudicarnos.
Está claro que cualquiera puede equivocarse y cometer un error, es cierto, y podemos perdonarle o aspirar a su perdón si es el caso contrario. Por supuesto, previa disculpa argumentada; que es la única muestra de que está entendida la mecánica que ha causado el daño. Esa es la mejor garantía para seguir confiando en ese lazo social genuino. Fuera de esto, la parte que ha sido perjudicada pierde la confianza y sin ella la amistad es como un pastel de cumpleaños sólo con las velitas.
¿Qué ocurre cuando un amigo no deja de pedirnos dinero, pero nunca nos lo devuelve? – Que tarde o temprano —mejor temprano— dejamos de prestárselo. Sencillamente, porque dejamos de confiar en que nos lo devolverá. «Oiga, es que con los amigos no se debe andar mirando el dinero» – Ya, bueno, según, porque, por mucho dinero que tengas, llega un momento en que prestarlo deja de ser una cuestión de dinero y se convierte en una cuestión de respeto y confianza.
La amistad nos concede ciertas libertades que nunca deben transformarse en abuso.
Cuando conocemos a alguien con el que trabamos amistad, consciente o inconscientemente, construimos varios pilares básicos apenas sin darnos cuenta, pero que son el sustento de la estructura emocional interactiva de dicha relación. Son cinco: respeto, interés —puede interesarte alguien y no tenerle respeto—, afecto, deferencia y confianza.
1. Deferencia: Estamos dispuestos a socorrer a nuestro amigo, haciendo cosas que no haríamos por otros que no comparten con nosotros ese grado de amistad y compromiso; no tienen que ser cosas malas o ilegales, por cierto.
También estamos dispuestos a aceptar su ayuda sin sentirnos humillados o en deuda por ello. Pero cuidado, no nos engañemos, una cosa es que no nos sintamos en deuda y otra muy diferente es que no lo estemos. Si un amigo siempre se muestra dispuesto a apoyarnos pero nosotros a él no, la relación pierde el equilibrio.
2. Afecto: Necesitamos darlo tanto como recibirlo. Casi siempre, es el lubricante de cualquier amistad y nos concede algunas libertades, que en la relación con otras personas serían consideradas excesos. Por ejemplo, tolerar que se inmiscuyan o inmiscuirnos en ciertos temas personales, si sabemos que es por el bien común o el de nuestro amigo.
3. Interés: Si el afecto es el lubricante, el interés es el combustible. No sólo nos interesa la amistad con una persona determinada por lo que podemos ofrecerle, también por lo que nos ofrece; y no hablo de cosas materiales. El apoyo las opiniones y consejos de los amigos, por tener otra perspectiva de lo que nos está pasando, son activos valiosos. Hay que aceptar que no todas las amistades nos interesan en el mismo grado y eso es por algo.
Quiero que quede claro: cuando hablo de interés no me refiero sólo a la utilidad. Hay personas que nos interesan, intrigan, e incluso pueden hacer que nos sintamos bien, sólo por la forma tan particular y diferente que tienen de vivir: no son divertidos, o útiles… simplemente —y no es algo tan simple— son peculiares y nos inspiran con su mera presencia.
4. Respeto: Es el esqueleto, la estructura de toda relación emocional que se precie. Se gana o se pierde. Debemos hacernos respetar con respeto y lo reivindicamos desde lo mismo; nunca imponiéndolo desde el miedo o por la fuerza.
5. Confianza: ¿Qué puedo decir sobre este punto que no se haya dicho ya? – Igual que ocurre con el respeto, hay personas que te la conceden nada más conocerte y la refuerzan o te la van retirando si estiman que no la mereces. Con otras, sin embargo, hay que ganarla poco a poco con mucho esfuerzo, desde el primer contacto.
Cuando traicionamos a un amigo, no sólo le hacemos sentirse mal, también conseguimos que se sienta ingenuo y manipulable y eso es humillante para cualquiera, porque es un ataque directo al ego; que pese a lo que dice la mayoría de expertos en el tema: sí debe estar presente y visible por ambas partes en toda relación amistosa. El «yo» es necesario, sin que tenga que prevalecer sobre el «tú».
Digamos que interés afecto y deferencia son factores que pueden pasar por estadios en los que varían de intensidad, pero el respeto y la confianza, que son mucho más delicados, precisamente porque necesitan protección y mantenimiento constante, no.
Al combinar estos cinco factores, te darás cuenta de que no son pilares rectos e independientes, sino que están trenzados, unos con otros, como columnas ofídicas. De modo que si se hace una fisura en una, se resienten todas las demás. Justo por eso, es fácil que si falla la deferencia o el interés, se acabe por perder el afecto y, tarde o temprano, caerán el respeto y la confianza.
No ofrezcamos nuestra amistad como si fuese una paquete de intenciones y bondades determinadas, ofrezcamos un trato personalizado «orgánico» y fértil que se adecue a cada individuo, sin que por ello perdamos un ápice de identidad.
El tema de la amistad, bien entendida, es tan complicado…
Si bien es cierto que los pilares básicos que mencionas pueden ayudar bastante a mantener en pie la fortaleza de la amistad —de quien no tiene claros los parámetros que la conforman y delimitan—, también lo es que cada amistad supone un código, paulatinamente renovado con cada nueva incorporación que asumimos (lo dices tú mismo, arriba, de un modo semejante, en no sé qué párrafo…)
«Cada amistad es un compromiso personalizado por sus propias reglas peculiaridades y límites…» (sic)
Ya sé que es de perogrullo, pero la amistad es la relación más importante de todas, porque, sin ella, ninguna otra se conserva… o no de la manera sana en que debiera hacerlo. El caso, Carlos, es que tu artículo me ha recordado las solemnes clases de ética de BUP (que, sin embargo, no iban más allá de intentar que reflexionásemos los allí congregados), aunque también me ha parecido un poco «memorandum»: «voy a ver si nos entendemos, que parece que la gente ha perdido por completo todos los malditos valores…» 🙂 Gracias. Un saludo.
Rachael, no entiendo muy bien tu comentario, sobre todo el último párrafo. Y no sé si suscribes lo que digo, lo rebates, quieres señalar que me contradigo, que es simplista por estar a la altura de una clase de ética de BUP, o es doctrinal por lo del memorandum (¿?).
No me parece simplista (tampoco me lo parecieron en su día las clases de ética de BUP). Lo que sí me parece es un poco doctrinal, en cuanto que trata de dar pautas de conducta… Soy perfectamente consciente de cuál es la intención que subyace tras la lectura del artículo —a saber, una reflexión sobre el valor de la amistad y el concepto erróneo que se tiene al respecto—, pero sí, sí que me parece un poco doctrinal… Por supuesto, para eso están los que saben, para corregirme… Siento que hayas inferido de mi comentario algo que pudiera resultar ofensivo. De hech, ignoro si el que yo lo considere doctrinal también supone un agravio de algún tipo. De ser así, disculpa. Rachael.
No, sólo quería entenderlo y ya lo entiendo. Gracias.
Hola.
Estoy de acuerdo con lo que comenta Carlos en su artículo. De hecho, yo mismo tengo varios amigos y sé que cada uno es amigo en diferente grado y de forma distinta. Y eso no es malo porque parece que todos tus amigos tienen que ser amigos íntimos o del alma y no es (y no debe ser) así. Evidentemente, hay que tener cuidado con los interesados y aprovechados que cuando te necesitan, muy bien. Pero si tú les pides ayuda, comienzan a echar balones fuera. La amistad es la base de cualquier relación. Incluso del amor. Porque una relación de pareja tiene más probabilidades de sobrevivir (al menos, para mí) si antes los dos componentes han generado una amistad verdadera.
Un saludo.