Uno de los primeros relatos de adultos que leí en mi vida fue «El artista del hambre» de Franz Kafka en un viejo libro donde se incluían otros cuentos además de la Metamorfosis. La imagen de un artista experto en ayunar que se muere de hambre dentro de una jaula después de ser sistemáticamente ignorado por el público y que más tarde es sustituido por un exitoso tigre tiene más lecturas de las que entonces siquiera podía imaginar. Tras este precedente kafkiano de 1922 muchos han sido los artistas que parecen sacados de uno de los relatos del escritor checo, demostrando que la idea de la realidad que supera a la ficción no es solo una frase hecha. En alguna ocasión he hecho alguna recopilación de las obras de arte dolorosas y autodestructivas más famosas.
En una entrevista Marina Abramovic, «la abuela del arte performance» y una artista que ha trabajado mucho el dolor como componente dentro de su obra, ha declarado sobre este que la clave no es el dolor físico en sí mismo sino la forma en la que puede controlarse. Sin embargo, puede que incluso la artista que en 1974 desplegó sobre una mesa en una galería de Belgrado 72 objetos, entre los que había una pistola cargada, e invitó al público a usarlos con ella de la forma en que cada uno quisiera, no llegue a los niveles de dolor de He Yunchang, que ha convertido este elemento en la esencia última de su obra.
He Yunchang ha declarado que hará cualquier cosa en nombre del arte siempre y cuando no conlleve la muerte. Eso le deja un margen de acción bastante amplio, como demuestra su cuerpo lleno de cicatrices. El 8 de agosto de 2008, por ejemplo, para celebrar el comienzo de los Juegos Olímpicos en Pekín, decidió sacarse una de sus costillas para fabricarse un collar con ella y demostrar así su capacidad para tomar decisiones. Aunque en 2010 fue todavía más lejos en su obra One Metre Democracy, cuando reunió a 25 personas para preguntarles si pensaban si él sería capaz de aguantar el dolor de un corte de cuchillo desde la clavícula hasta la rodilla sin anestesia. La idea fue aprobada por doce a diez, con tres abstenciones, y a continuación un médico realizó la incisión en un procedimiento que duró varios minutos. El momento quedó inmortalizado con una foto de grupo en la que Yunchang posa en la cama, ensangrentado y desnudo.
En otras obras llevadas a cabo por Yunchang el artista ha mirado fijamente paneles de bombillas de 10.000 voltios para dañar su vista, se ha encajonado a sí mismo en un cubo de hormigón, ha quemado su ropa mientras la llevaba puesta o ha pintado las uñas de las manos y de los pies de diez maniquíes con su propia sangre. No es extraño que sus performances sobrepasen la línea de lo permitido. En 2005 las autoridades frustraron su intento de permanecer desnudo en una roca encima de las cataratas del Niágara durante 24 horas.
Para Judith Neilson, fundadora de la Galería White Rabbit en Sydney y especialista en arte chino contemporáneo, Yunchang es un «alquimista del dolor». Según la experta, en la obra de Yunchang el dolor y las situaciones extremas tienen una «cualidad trascendente» y plantean una «crítica silenciosa» a la sociedad china contemporánea, que puede ser aplicable a la sociedad en general. Pero al mismo tiempo Yunchang pone al público en una difícil e incómoda tesitura, la de asistir como espectador pasivo al sufrimiento humano. Un sufrimiento voluntario, y casi podría decirse gozoso.
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