Oscar Wilde y Walt Whitman

Oscar Wilde y Walt Whitman

   Cuando uno vuelve la vista a la cara más morbosa de la historia de la literatura, a veces sorprenden las relaciones que se establecen entre algunos escritores. Hay encuentros tan fugaces que son muy poco conocidos. Encuentros de una noche loca de sexo sin ataduras ni compromisos, como la que posiblemente tuvieron Walt Whitman y Oscar Wilde. Aunque se admiraban mutuamente no se conocieron en profundidad, lo que no les impidió compartir sábanas durante unas cuantas horas, como relata Neil McKenna en su ensayo La vida secreta de Oscar Wilde.

   En enero de 1882 Oscar Wilde inicia una gira de conferencias por todo Estados Unidos. En principio cabría pensar que el puritanismo del país no encajaría bien el excéntrico modo de entender la vida del dandy irlandés, pero al hacer la primera parada en Nueva York, una ciudad más cosmopolita y abierta de miras, Wilde entró con buen pie en el nuevo continente. Como su siguiente destino era Filadelfia, Wilde no dejó pasar la oportunidad de visitar a Walt Whitman, que vivía cerca de Candem, en Nueva Jersey. Wilde, que conocía y admiraba no solo la poesía de Whitman sino al personaje que había detrás, en ese momento tenía 28 años, era joven, alto, delgado, bien afeitado, elegante y estaba en pleno apogeo de su estética más lánguida; Whitman, por su parte, tenía 63 años, aunque parecía mucho mayor, sobre todo a consecuencia de su larga y tupida barba blanca y de su desaliñado aspecto.

   De esta manera lo refiere Neil McKenna: «Oscar quería conocer a Walt Whitman, a quien él y muchos otros consideraban el mayor poeta vivo de América. La poesía de Whitman hablaba del poder de la amistad y del amor entre los hombres, sobre todo entre los hombres de la clase trabajadora, y rezumaba homoerotismo desesperadamente».

   Así que Wilde aprovechó que el prestigioso editor John Marshall Stoddart conocía a Whitman para concertar una cena con el poeta en su residencia de Candem. Wilde, educado y humilde, se presentó de la siguiente manera: «He venido a usted como con los que se han conocido casi desde la cuna». Y no era para menos, según le contó Wilde a continuación, su madre le había leído Hojas de hierba en voz alta cuando no era más que un niño. Más tarde Stoddart describiría el encuentro de esta manera: «Después de abrazarse y presentarse como Oscar y Walt hablaron de hombres, de lo insípido que era el amor de las mujeres y de lo que otros poetas, en concreto Swinburne, tenían que decir sobre sus gustos».

   Whitman abrió una botella de vino de saúco de su cuñada y entre ambos escritores dieron buena cuenta de ella. Una vez acabada, Whitman le propuso a Wilde que subiera a la tercera planta para estar más íntimos. Al ver la situación Stoddart, con mucha prudencia, se ofreció a darse una vuelta y a dejarlos solos durante una hora, a lo que Whitman respondió que no se sintiera obligado a volver en una hora, que podría dejarlos solos incluso dos o tres horas.

   De lo que ocurrió en ese íntimo encuentro no se tienen muchos más detalles, pero no es difícil de imaginar. Unos días más tarde Whitman concedió una entrevista al diario Philadelphia Press en la que describió su encuentro con Oscar Wilde con esta franqueza: «Una de las primeras cosas que me dijo fue que lo llamara ‘Oscar’. «Esto me gusta mucho», me dijo, poniendo su mano en mi rodilla. Me pareció un gran muchacho. Es tan franco, abierto y varonil. No veo por qué se escriben tales burlas sobre él». Wilde fue todavía más explícito al describir la reunión a su amigo George Ives con estas palabras, recogidas en su diario: «Aún tengo el beso de Walt Whitman en mis labios».

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