Hay libros cuyas tramas están tan asumidas que es imposible pensar que fueran de otra manera. Imagina, por ejemplo, que Romeo se retrasa al llegar a la tumba de Julieta, que a ella le da tiempo a despertar, que ambos se reencuentran, que nadie muere y que el plan de Fray Lorenzo llega a buen puerto, consiguiéndose la paz entre las familias Capuleto y Montesco. Tal vez sea algo impensable, pero así fue como se representó Romeo y Julieta durante décadas en la versión de James Howard. Y para el público de la época, que ignoraba la versión original, lo inimaginable hubiera sido un final trágico. De hecho, desde el siglo XVII muchas de las tragedias de Shakespeare fueron consideradas poco apropiadas y versionadas en clave de comedia. Uno de los casos más llamativos fue el de El rey Lear, que durante siglo y medio hizo desaparecer de los escenarios por completo El rey Lear que hoy en día todos conocemos.
El rey Lear fue representada por vez primera en la corte del rey Jaime I el 26 de diciembre 1606 y según parece ‒existen escasas referencias‒ no fue muy bien recibida por el público. En 1681, setenta y cinco años después y con solo dos representaciones más además de la primera, el texto cayó en manos de Nahum Tate. Este poeta irlandés, que ya había adaptado otras obras de Shakespeare como Ricardo II, llegó a considerar El rey Lear como un diamante en bruto que era necesario pulir.
Así que, decidido a sacarle todo el brillo posible, Tate hizo algunos cambios en la versión original, entre los que destaca precisamente el haber convertido la tragedia en una comedia con final feliz. De esta manera, en la versión de Tate encontraremos que Lear recupera su trono y que Cordelia se casa con Edgar. En realidad, Tate mantiene gran parte del texto original, modificando solo algunas partes y eliminando otras ‒unas ochocientas líneas menos‒. Resulta curioso que en la nueva versión Tate decidiera prescindir del personaje del bufón, que se ha considerado uno de los bufones mejor logrados de la literatura y que además tiene una función fundamental dentro de la obra desvelando la lógica oculta de los acontecimientos. Tan importante es el bufón en el drama de Shakespeare que el escritor Christopher Moore publicó una novela en 2009, El bufón, en la que volvía a narrar los hechos de El rey Lear poniendo a este personaje en el centro de la historia.
En fin, la nueva versión de El rey Lear podría haber pasado a la historia como una simple curiosidad ‒como las demás versiones de Shakespeare o como, por ejemplo, las innumerables continuaciones del Quijote‒ pero cuando se representó por primera vez tuvo tanto éxito que sustituyó de forma definitiva a la versión original hasta 1838. Incluso Samuel Johnson, cuya edición de las obras de Shakespeare se considera canónica, dio su visto bueno a la versión de Tate. El prestigioso crítico inglés, que confesó que la muerte de Cordelia le resultaba tan insoportable que había sido incapaz de releer el final de El rey Lear hasta que tuvo que editarlo, escribió: «En este caso el público ha decidido».
Pero aunque el público había decidido, muchos actores y críticos teatrales se mostraban cada vez más reticentes a la versión de Tate. Es un «empobrecimiento miserable y una desfiguración de la sublime tragedia de Shakespeare», en palabras de William Charles Macready, un actor cuyas interpretaciones llegaron a convertir un teatro en una batalla campal. En 1823 el también actor Edmund Kean restaura el final trágico y en 1838 el propio Macready vuelve también al original de Shakespeare. Aunque no será hasta 1845 cuando Samuel Phelps restaure el texto shakespeariano completo. A pesar de ello, la de Tate será la versión oficial del drama en Estados Unidos hasta 1875, año en que Edwin Booth se atrevió a actuar con la obra original. A partir de ese momento la versión de Tate solo se representará puntualmente y a modo de curiosidad, como la puesta en escena que se hizo en Nueva York en 1985 conocida como El rey Lear para optimistas.
Lo que nos enseña este curioso episodio de la literatura es la manera en la que las obras clásicas discurren muchas veces por la historia. Durante muchos siglos Shakespeare no era la autoridad que es hoy en día y modificar sus piezas teatrales no suponía irreverencia alguna. Al fin y al cabo, lo que se hizo fue adaptar sus tramas a las circunstancias del momento, concretamente a las de la Restauración inglesa. Pero al mismo tiempo sirve de reflexión para notar hasta qué punto es flexible y perdurable un clásico y hasta qué punto es incidental el que conozcamos la literatura tal y como la conocemos.
¿Por muy alarmante que pueda resultar una obra, no debería ser fielmente representada? Entiendo que pudieran escogerse ciertas piezas teatrales, en sustitución de otras, quizá demasiado impactantes para los impresionables espectadores de la época (¿qué época se libra de ser impresionable?); pero, de ahí a que se versionaran y tergiversasen, cometiendo el imperdonable sacrilegio de variar partes, suprimir personajes y modificar por completo su final… ¿Qué decir de «El rey Lear»? Me parece fatal lo de Tate -aún no he leído a Moore, pero no descarto hacerlo (me tengo que aislar del mundo ya y empezar a leer todos los libros que he anotado este mes de octubre)-. Por otra parte, no quiero ni imaginar cuántas obras han llegado hasta nosotros trafulcadas…Lo peor es pensar que pueda ser alguna de las obras que más me gustan. No voy a pensarlo, porque sufro. Gracias. Me ha encantado el artículo (sobre todo la reflexión final). Quizá habría tenido que comentar alguna cosilla más, con respecto a los años que transcurrieron hasta que fue representada íntegramente, y acerca del tiempo que se mantuvo sobre los escenarios la falsa función, pero, la verdad es que ya me he extendido mucho. Debo aprender a decir lo mismo utilizando la mitad de líneas. Un saludo.
Ten en cuenta que los derechos de autor y el respeto a la propiedad intelectual son inventos modernos. Que yo sepa en el caso de España en el siglo XVI el editor explotaba a los escritores. Cuando el editor pagaba al autor por una obra la estaba comprando, con derechos includos, y podía hacer con ella lo que quisiera, dejaba de pertenecerle al escritor. Incluso tergiversarla. Cualquier cosa era válida para aumentar ventas.
Se hace difícil pensar en cuánto se ha podido perder y cambiar por el camino y una acaba imaginando si no pudo haber sido distinto lo que ha llegado a nosotros…
Tengo ese bufón de Moore apuntado en la lista. También hay un bufón y muchos guiños «shakesperianos» en Pratchett, por cierto (cada loco con su tema).
(¿No te abruma la tremenda profundidad de mis comentarios estos días? Creo que voy a meter la cabeza en un barril de lo que sea?)
Me ha encantado el artículo, porque desconocía todos estos datos. Gracias por enseñarme un poco más cada día.
Creo que esto es cada vez más difícil que pase, sobre todo gracias a la labor de estudiosos y filólogos, empeñados en hacernos llegar los textos tal y como fueron concebidos. Pero eso no quiere decir que sea algo completamente imposible. Por cierto, Pratchett es un autor que tengo pendiente y al que le tengo muchas ganas. ¡Pero la verdad es que puedo decir esto mismo de tantos escritores!
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