Paria Z de Bob Fingerman

Paria Z de Bob Fingerman

   Aunque estén planteadas para atrapar al lector, lo cierto es que las sinopsis de los libros ‒esa suerte de trailer de papel‒ no siempre consiguen generar la inquietud o las expectativas suficientes como para inducirnos a consumir el libro. En el caso de Paria Z de Bob Fingerman, sin embargo, esa breve síntesis de historia debidamente recortada y adornada cumple sobradamente con su objetivo. Nos encontramos en un mundo poscapocalípstico en el que la raza humana casi se ha extinguido dejando paso a unos ocho millones de zombis que vagan por las calles ávidos de carne. Pero no es que esos millones y millones de muertos vivientes desfilen por las páginas de la novela. En realidad nos vamos a centrar en un pequeño grupo de supervivientes de un edificio del Uper East Side y en sus avatares por alargar sus víveres. Pero he aquí que Fingerman introduce ese detalle que hará que no puedas dejar de leer el libro si te gusta la temática zombi. Cuando todo parece perdido, entra en escena, por la calle, a lo lejos, «una adolescente solitaria que camina sin miedo entre los muertos vivientes, sin armas ni protección». Suficiente, por lo menos para mí.

   Lo primero que uno percibe al leer Paria Z es que se encuentra ante una novela de zombis atípica. No es que no tenga su fin del mundo, sus zombis corriendo de acá para allá comiendo carne humana, su poquito de gore o sus supervivientes subsistiendo al límite. Pero uno intuye que lo de los zombis es un simple pretexto para desarrollar una trama bien distinta. Las habituales escenas en las que los muertos vivientes hacen acto de presencia por primera vez y comienza el caos se reducen al mínimo y se desarrollan a una velocidad trepidante, solo para explicar cómo llegan algunos de los inquilinos al complejo de apartamentos donde se va a desarrollar toda la novela.

   Porque más que de zombis Paria Z es una novela de confinamiento. En realidad poco importa lo que haya fuera del edificio porque lo más importante va a transcurrir de puertas para adentro. Lo único que hacía falta era una excusa para prohibir la salida. Podrían ser extraterrestres, pájaros asesinos o un virus mortal que se activa cuando se pisa el exterior. El caso es que el exiguo grupo de supervivientes no podrá poner un pie en la calle porque hacerlo significa una muerte segura. Si digo que Paria Z es una novela de zombis atípica es porque es, tal vez, demasiado realista: no hay nadie que huya de los muertos vivientes, ni hay personas que de repente hayan desarrollado una habilidad insólita en el manejo de las armas de fuego ‒especialmente para acertar en las cabezas‒. Exponerse al zombi es una muerte segura. Y punto. Incluso algo tan sencillo como cruzar la avenida para explorar el supermercado que se encuentra en la acera de enfrente se convierte en una odisea de la que es imposible salir con vida.

   En algunos momentos la novela es un poco lenta, sobre todo en la primera parte. Al fin y al cabo, el catálogo de entretenimientos durante el fin del mundo es algo reducido y el día a día de los supervivientes se acaba volviendo un tanto repetitivo. A medida que los días van transcurriendo y los víveres se agotan vamos asistiendo a la degradación física de unos personajes que son, todo hay que decirlo, un tanto estereotipados. Entre ellos encontraremos al italiano machista, conservador y homofóbico ‒que en realidad es homosexual‒, a la mujer hermosa pero egoísta y manipuladora, al artista bohemio y algo misántropo, al hombre negro sensato, al chico inocente y estúpido que acaba convirtiéndose en fanático religioso ‒que no falte este tipo de personaje en un apocalipsis‒ o al viejo judío cascarrabias y descreído. Un cocktail que en algunos momentos roza lo caricaturesco.

   Aunque Paria Z es más que una novela donde vemos a un grupo de personas desfalleciendo lentamente por inanición. En ella se cumple una de las grandes máximas de las historias de zombis: en muchas ocasiones, más que el muerto viviente, es el ser humano la mayor amenaza para el propio ser humano. Así, si en principio podríamos pensar que el peligro se encuentra fuera del edificio no tardaremos en descubrir que también se haya dentro.

   Es en este contexto, a mitad de la novela, en el que aparece Mona, la adolescente que tiene el don de caminar entre los zombis haciendo que estos se aparten a su paso. Su llegada, cuando ya todo se daba por perdido, es providencial. La joven, símbolo de su conexión con el exterior, es recibida con los brazos abiertos porque su presencia implica volver a llenar los estómagos y, por qué no, volver a tener una serie de pequeños lujos que ya estaban olvidados ‒como poder utilizar medicinas o disfrutar de aparatos electrónicos a pilas‒. Pero Mona no es una joven al uso. Comunicarse con ella no es mucho más fácil que hacerlo con cualquiera de los muertos de la calle. Y el conflicto no tarda en aparecer.

   Saciados al fin, las inquietudes y preocupaciones de los inquilinos del Uper East Side toman otros derroteros bien distintos. Asistimos entonces a la degradación psicológica de los personajes, algo que, por otra parte, tiene bastante sentido, porque es difícil creer que alguien atravesara por un escenario apocalíptico y continuara cuerdo. En ese momento comienza un complot en contra de Mona para descubrir qué secreto permite a la muchacha pasearse entre los muertos con total impunidad, poniendo en peligro el delicado bienestar de los supervivientes. Es, quizá, el interés por desvelar este misterio lo que el lector no pierda interés, aunque, aviso ya, el resultado final casi roza lo gratuito e irrelevante.

   Un punto a favor de la novela ‒o más bien de la edición‒ es que Fingerman es dibujante de cómics y ha repartido a lo largo de su historia unas cuantas ilustraciones de zombis que merecen bastante la pena. No creo que, más allá de ese detalle, el hecho de que dibuje cómics se deje notar en su manera de narrar ‒que nadie espere una versión novelada de The Walking Dead‒.

   Ahora bien, a pesar de que Paria Z tenga altibajos, no puedo dejar de recomendarla. Seguramente, no puedo evitarlo, es por lo de atípico por lo que me llama tanto la atención. Las historias de zombis juegan tanto con los mismos clichés que encontrarse algo distinto es como un soplo de aire fresco. Puede que la novela hubiera quedado mejor si Fingerman hubiera logrado que algunas partes fueran más ágiles, si hubiera dotado a los personajes con una mayor profundidad psicológica y si hubiera trabajado un poco más el final pero, de cualquier modo, nunca viene mal una dosis de realidad entre tanta historia de zombis poblada por superhéroes.

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