Septiembre zombie de David Moody

Septiembre zombie de David Moody

   Tal vez pensemos que el fenómeno zombi es bastante reciente en literatura ‒no así en el cine‒, pero lo cierto es que tiene un recorrido más largo de lo que cabría esperar. Allá por 2001, cuando Internet aún no era lo que es hoy en día, el todavía autor novel David Moody ya estaba publicando online su novela Septiembre zombie, cuyo título original es Autumn. Mientras tanto, aquí, en España, tuvimos que esperar hasta 2007 para ver algo parecido, concretamente con Manel Loureiro y su Apocalipsis Z, que tuvo tanto éxito en su publicación en una página web que poco tiempo después fue editado por Dolmen y posteriormente reeditado por Plaza & Janés. Ahora bien, salvo este detalle, quizá no haya mayores coincidencias entre ambas novelas.

   La de Moody no es la típica novela de zombis, o al menos, no en principio. No hay un despertar zombi, con todo lo que eso conlleva de apocalipsis y caos. Una violenta enfermedad mata de forma repentina al menos al 99% de la población mundial. Sin ningún tipo de aviso, miles de millones de víctimas sufren una dolorosa agonía para caer muertos segundos después. Hasta aquí no hay peligro de desvelar nada, ya que esto ocurre en la primera página, con una velocidad que parece como si la devastación se produjera al mismo tiempo en todos los rincones del planeta. Solo un puñado de personas logra sobrevivir, en un principio aislados y enfrentados al traumático acontecimiento de haber perdido su mundo para siempre.

   Después de acompañar a sus protagonistas en solitario durante unos cuantos capítulos, poco a poco van convergiendo en un centro comunitario, donde vemos cómo los escasos supervivientes que quedan se debaten entre la perplejidad, el desconcierto y la negación ante lo ocurrido. Unos dos días más tarde del comienzo de la tragedia aproximadamente un tercio de los muertos se levantan y empiezan a caminar desorientados y, muy poco a poco, empiezan a representar un peligro, al principio muy vago e impreciso. Este hecho lleva a sus tres protagonistas, Michael, Carl y Emma, a abandonar el centro comunitario y continuar su camino en busca de un refugio más seguro, una granja aislada que recuerda mucho al ambiente de La noche de los muertos vivientes de George A. Romero ‒tampoco es ninguna sorpresa porque se pone de manifiesto en la contraportada de la novela‒. Situados en esta escena, apenas ocurre nada y Moody emplea una enorme cantidad de páginas en describir el día a día de los tres supervivientes, quizá para plasmar la monotonía de la situación, aunque, llegados a este punto, se corre el riesgo de aburrir al lector.

   Y es que teniendo en cuenta la repentina apertura de la novela ‒el desastre se propaga en menos de 24 horas‒ se podría pensar que la acción de la novela es bastante rápida, pero nada más lejos de la realidad. De entrada, los muertos tardan dos días en ponerse en marcha y, en un principio, son tan lentos y pacíficos que no parecen representar un peligro. A pesar de esto, los supervivientes sienten un miedo mortal hacia ellos. A medida que los días van pasando se producen algunos cambios en los muertos vivientes y cada vez es más evidente que suponen una amenaza, aunque en realidad nunca llegan a percibirse como tal, o por lo menos no hasta las últimas páginas de la novela. Aparentemente lo único que hacen esas débiles carcasas vacías de vida es pasearse y dirigirse en dirección a los vivos, pero ‒para sorpresa del lector‒ no hay ni una sola escena de violencia explícita en toda la novela. Es más, ni siquiera queda claro que los seres creados por la imaginación de Moody, más allá de una ira irracional hacia los vivos, se alimenten de carne humana. Lo más fuerte que llega a verse es que agarren a alguien.

   Además, hasta que los muertos se muestran agresivos transcurre más de un tercio de la novela, lo que hace que la historia carezca de la rapidez característica del género. E, incluso, podría decirse que su ritmo es excesivamente lento. Por último, para agregar que tampoco se logra que haya empatía con los personajes, que están, acaso, excesivamente estereotipados.

   Una de los detalles que más me ha llamado la atención del libro es la traducción de su título, que bien podría incluirse en la lista de novelas con traducciones traidoras de títulos. Como ya he dicho, la novela originariamente se titula Autumn, es decir, Otoño, pero su traductor, Francisco García Lorenzana, ha decidido cambiarle ese poco llamativo nombre por el de Septiembre zombie ‒dicho sea de paso que la palabra aceptada por la RAE es zombi y no zombie‒. Aparte de que el hecho de haber cambiado el título de esta manera condiciona al lector frente a la historia incluso antes de leer la primera página, me parece una decisión curiosa por la sencilla razón de que la palabra zombie no aparece en ninguna parte de la novela. En todo momento se hablan de muertos, de criaturas, de infectados, pero en ningún caso de zombis, como si Moody hubiera querido evitar de forma consciente el utilizar esta palabra.

   A pesar de que pueda parecer por mis palabra que Septiembre zombie me ha aburrido, en absoluto ha sido así. Aunque sea poco creíble y lenta en algunos momentos llega a entretener, sin ser una novela de zombis destacable. Por cierto, la novela cuenta con una adaptación cinematográfica ‒bastante pobre para mi gusto‒ de 2009. Si te gusta la temática zombi y todavía no estás demasiado seguro de si merece la pena o no leer esta novela siempre puedes darle una oportunidad a la película. O tal vez seas de los que prefiere leer primero el libro.

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