Dexter

Dexter

   Mal que nos pese puede que la realidad no sea aquello que nos contaban nuestros padres antes de dormir. Es posible que se parezca más a eso otro que leían los niños hace varios siglos, al estilo de los hermanos Grimm; cuentos terribles en los que las cosas no termiaban bien y los protagonistas no recibían alabanzas por su carácter heróico. Puede que la historia tenga algo que nos oculta y que aún no queramos desvelar ‒revelarnos a nosotros mismos‒ por doloroso. Como sucede en los cuentos, queremos creer que la historia de las grandes creaciones y descubrimientos ‒en música, la literatura, la pintura, las ciencias, la tecnología‒ ocultan un ser humano de altos valores, una persona alejada de la mezquindad conocida por todos nosotros. Nada más alejado de la realidad. El ser humano crea arte al estilo del que hablara Ortega y Gasset, con esa necesidad enfermiza de conseguir una perfección que nunca podrá experimentar en sí mismo. Así es como las personas tienen hijos sin la sociedad necesitarlos, buscando algo parecido a ellos pero perfeccionado ‒o eso es lo que creen‒. Para el artista o para el científico su obra es la representación de su concepto de lo perfecto. Y, no nos engañemos, cuanto más cuesta algo, cuantos más años, esfuerzo y sacrificio se invierte en algo, algo inanimado, algo que no tiene más voluntad que la que uno mismo le imprime, más posibilidades de que esto llegue a ser una obra maestra. Pero, ¿y si te dijéramos que los psicópatas han sido la clave de que ahora estés leyendo esto? ¿Y si, en realidad, la obsesión, la ausencia de empatía y el carácter poco o nada social son las características que definen la perfección, una perfección deshumanizada?

Psicopatía y genialidad: «todo genio tiene algo de psicópata»

   Algunos recordarán a los suyos propios. Todos admiramos la obra de algunos artistas «un poco psicópatas» que, sin embargo, nos inspiran simpatía. En la farándula, por ejemplo, deberíamos recordar al querídismo Charles Chaplin que según aseguraron numerosas voces era un maltratador de mujeres y una de esas personas que habían dejado lo mejor de sí mismas en el celuloide ‒porque fuera de él eran un verdadero infierno‒. Otro ejemplo muy claro sería Alfred Hitchcock, quien torturaba psicológica ‒y a veces físicamente‒ a los actores.

   Y esto es solo la punta del Iceberg ya que la ciencia, especialmente en el campo de la cirugía e investigación, es el campo en el cual se encuentra el mayor volumen de psicópatas según Kevin Datton, psicólogo que se ha pasado media vida estudiando el comportamiento de la psicopatía. La medicina es un campo que atrae enormemente al psicópata, especialmente en las especialidades que tratan de cortar carne ajena. Jack El Destripador es el nombre que a todos se nos viene a la cabeza, seguramente porque comics como «From Hell» reavivaron la llama de la curiosidad en torno a este personaje.

   Sin embargo, lejos del mito, hay algunos casos de científicos que realizaron experimentos atroces en personas o animales y que no sintieron el menor remordimiento. Ian Oswald, por ejemplo, quería averiguar cuál era la fórmula para acabar con el insomnio ‒y, de hecho, descubrió una técnica que, a día de hoy, continúa dando resultados y que consiste en crear un estímulo monótono sin altibajos sonoros‒. En sí mismo el hallazgo es positivo y ayudó a miles de personas. Sin embargo, mantuvo a los «voluntarios» en unas condiciones de tortura constantes durante los experimentos que le llevarían a la conclusión. No es el único y todos conoceremos al Doctor Mengele gracias a cuyas atrocidas tuvieron lugar grandes avances en el ámbito de la genética.

La psicopatía y su relación con la genialidad

   Que la genialidad y la locura van parejas no es ninguna sorpresa ‒si es que algún ser humano tiene las agallas de considerarse plenamente cuerdo‒. Si vamos un poco más lejos, quizás el genio sea una combinación entre obsesión, compulsión, megalomanía, histrionismo y narcisismo. Con estos ingredientes estamos creando a un psicópata. Y es que todo comienza con una obsesión, la de crear algo. El genio no puede pensar en otra cosa que en lo que quiere lograr. Pero, ¿por qué haría esto? Porque cree que está haciendo algo grande ‒de ahí la barrera entre un genio y monstruo‒ y que sin su aportación a la humanidad, esta estará perdida.

   El genio tampoco está dotado de cierto carácter teatral, en muchos casos por la poca inversión de tiempo que ha hecho en mejorar sus habilidades sociales. También el narcisismo es determinante. La empatía ha sido, históricamente, antagónica a la genialidad (especialmente en el campo de las ciencias) por una sencilla razón: el fin nunca justifica los medios para las personas empáticas. La ausencia de empatía es lo que convierte al genio en genio. Que su prioridad no sea ni su familia, ni ninguna relación humana que no sirva al objetivo final. El pensamiento del psicópata es muy similar al del genio y, en ocasiones, convergen . Cuando esto ha sucedido en la historia, el hecho meritorio ha conseguido que quede velada la historia del psicópata en favor del noble hallazgo.

Un ejemplo muy ilustrativo de psicopatía en TV

   Quizás una de las escenas más chocantes de la serie Dexter fue en la que la doctora que, junto a su padrastro, se había encargado de educarle en el asesinato selectivo, le responde a una afirmación que el hace: «soy un monstruo». La respuesta a esta confesión es: «No, eres perfecto». ¿Es posible que la psicopatía no sea, si no, un medio adaptativo en otro tiempo ahora desfasado? ¿Qué le hubiera ocurrido en otro tiempo al ser humano si hubiera sido excesivamente empático? ¿Y si no lo hubiera sido nada? Si eliminamos todas las trabas morales y éticas en las que nos educan para vivir en sociedad, ¿es posible que, realmente, la supervivencia sea más óptima en el caso de la psicopatía, del egoismo, que en el caso del colaboracionismo? ¿Sirve de algo la cooperación entre los empáticos cuando el tiburón acecha a cada paso que damos? Y lo que es más importante, ¿por qué existen depredadores y depredados en una misma especie?

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