Compra la Mona Lisa con objego de triturarla

Compra la Mona Lisa con objego de triturarla

   No, tranquilos, no es un titular de verdad. Lo cierto es que está hecho con Photoshop y que la Mona Lisa se encuentra a salvo, según dicen los del Louvre, en el Louvre. Aunque hubiese sido un puntazo poder ver las caras de aquellos que habéis leído la noticia y, como yo, apreciáis el arte lo suficiente como para apreciar ese cuadro en concreto.

   Pero hace una semana recibí como retweet el siguiente tweet, que hablaba sobre la conservación de edificios japoneses del siglo pasado, aun por encima de las decisiones de los propietarios, y lo que he venido a discutir hoy aquí es qué ocurriría si poseemos algún tipo de arte y queremos destruirlo por el motivo que sea.

   Vamos a ponernos en situación porque, aunque todos tengamos una opinión preconcebida de lo que alguien puede o no hacer con sus propiedades o con el arte, ocurre como la Teoría M y la Gravitación Universal: cada una parece tener un campo de aplicación. La Gravitación Universal sirve para ver cómo se mueven los cuerpos grandes, mientras que la Teoría M lo hace con los pequeños, pero, ¿y qué pasa en el núcleo de un agujero negro, donde muy poca materia tiene mucha masa? Pues esto es lo que ocurre en la intersección propiedad-arte. ¿Puedo romper una obra de arte que sea mía?

   Evidentemente, la respuesta es sí, aunque una vez adquirida una pieza cara es posible que, tras su ruptura, te acabe cayendo alguna que otra multa por destrozos culturales o contra el patrimonio. Este es el problema que nos ocupa hoy, ¿quién tiene razón en este tema? Voy a explicarlo sobre la iniciativa que plantea Tomas Maier.

Este pañuelo (90x90 cm) cuesta 290 euros

Este pañuelo (90×90 cm) cuesta 290 euros

   Tomas Maier es un director creativo de origen alemán que lleva algo más de trece años encargándose de la firma de lujo Bottega Veneta, propiedad del Grupo Kering. Ahora me gustaría que hicieseis clic en ese último enlace, el del Grupo Kering. Es importante. Este grupo es, como toda agrupación empresarial, una búsqueda del beneficio privado. De hecho, en la web, en la esquina superior izquierda, lo primero que se ve de la página es un pequeño gráfico sobre sus valores en bolsa, valores que han dado pingües beneficios en años pasados, aun a pesar de la recesión económica que ha sufrido Europa.

   No me entendáis mal, soy un defensor acérrimo del mercado de valores, y yo mismo he hecho mis pinitos con eso, pero me gustaría destacar la perspectiva desde la que Tomas Maier nos está hablando. Imagino que, como director creativo de una marca de marcas de lujo, su sueldo no será el de un mileurista, y que no pasará apuros para comer. Dicho esto, pasemos a ver qué es lo que propone y por qué lo hace.

Hall del Hotel Okura (Japón)

Hall del Hotel Okura (Japón)

   En un vídeo publicado recientemente, comentó «Estoy preocupado por todo lo que está pasando: edificios demolidos, otros amenazados… Queremos hacer que la gente aprecie la arquitectura del movimiento moderno en Japón». Una idea con la que estoy de acuerdo, pero, ¿a qué se está refiriendo exactamente? A la no demolición de determinados edificios arquitectónicos que han destacado en la cultura nipona en el siglo pasado, como puede ser el Hotel Okura. La idea del vídeo es apoyar su proyecto de conservación.

   El Hotel Okura fue durante mucho tiempo una de las joyas de la capital japonesa, y su hall ha sido calificado como obra de arte y modelo representativo de la cultura japonesa del siglo XX. Sin duda se trata de una obra arquitectónica única, con una historia de superación post-guerra irremplazable, un modelo de arte, de personalidad nipona y un espacio que no puede repetirse en ninguna otra parte del mundo. Es, como cualquier otra pieza de arte, única. Salvo por el hecho de que, cuando se construyó, no buscaba ser una obra de arte, sino un referente monetario: un modo de hacer pasta, vamos.

   El Hotel Okura fue levantado en mayo de 1962, y en las propias palabras de sus representantes «se ha ganado una reputación sin igual tanto aquí [Japón] como en el extranjero como hotel de lujo para representar Japón». Los propios dueños actuales del hotel son conscientes de la importancia de su edificio y, valorando este punto, han decidido demoler el ala principal para su restauración. Restauración es la palabra que los japoneses usan para tirar y construir encima, este es un dato japonés importante. ¿Cómo va a quedar al final el hotel? Pues en su propia página web existe un comunicado público con un escueto boceto del acabado, que podrá, o no, ser como se vea el edificio finalmente.

Antes y después de la reforma

Antes y después de la reforma

   En la imagen superior ‒haced clic para ampliar‒ se observa a la izquierda una imagen tomada en mayo de 2006 desde las inmediaciones del edificio principal. Como orientación: el edificio que aparece a la izquierda del boceto es el mismo de cuya contrafachada puede observarse en la fotografía, y el coche amarillo dibujado se encuentra, aproximadamente, en la posición del coche gris fotografiado. Como veis, la palabra reforma, en japonés, no significa lo mismo que en castellano, y lo que van a hacer es una demolición total y construcción posterior.

   Particularmente a mí me gusta más el estilo americano acristalado que el rápido japonés. (El edificio principal fue decorado interiormente tras una serie de reformas, pero como puede observarse por su exterior, la buena presencia no estaba dentro de sus puntos fuertes originales). Aunque, por supuesto, todo es cuestión de gustos. Y a los dueños del hotel les gustaría echarlo abajo y construir un edificio más cercano al concepto de hotel del siglo XIX: hacia arriba y con mucha luz.

   Y es en este punto donde la propuesta del empresario Tomas Maier choca con los derechos de los propietarios del edificio. La propuesta de Maier pasa por que el edificio se deje como está, así como otros edificios de Japón, debido a que se trata de obras de arte, mientras que los dueños del hotel desean adaptar su propiedad a los Juegos Olímpicos de 2020 que se realizarán en su ciudad, Tokyo.

   Resulta evidente que la toma de una decisión como la de demoler un hotel con tanto pasado para modernizar el solar no se realiza de la noche a la mañana. Sin duda se ha tomado con duras y frías condiciones económicas, balances, esperanzas y un capital inicial para el proyecto nada desdeñable. Recordemos que el hotel no es una ONG y, aunque tampoco creo que sus dueños pasen hambre, es de su propiedad y lo levantaron para hacer dinero. También resulta obvio que la propuesta de Maier perjudica económicamente los intereses del hotel, y que a menos que les pague un dinero mensual con la diferencia en ingresos estimados, la reforma acabará por imponerse antes de 2020.

   Porque ambas ideas ‒la de dejar el hotel como está y la de renovarlo‒ son incompatibles y excluyentes, y un punto medio parece poco prometedor teniendo en cuenta la esperanza del hotel en levantar el triple de plantas de las actuales. Una reforma en la cimentación ‒y por tanto un necesario derribo‒ es obligatoria con la idea. De modo que, ¿quién tiene la razón? ¿Maier o la dirección del Hotel Okura?

   Pues el debate no resulta tan sencillo como parece, y se suman otros problemas como que el hotel no cumple la última normativa anti-sísmica, propuesta en 1995 tras la llegada del terremoto de Kobe, donde más de 100.000 edificios colapsaron o fueron destruidos por los incendios posteriores, y en el que murieron más de 5.000 personas. El hotel cumple la normativa de 1.950, radicalmente suave para facilitar las construcciones. El problema tras la guerra es que se disparó la construcción en todo Japón, y arquitectos sin experiencia y que trabajaban con materiales de baja calidad levantaron edificios por todo Tokyo de dudosa estabilidad, muchos de ellos caídos debido a los persistentes terremotos que sufre el país. El hecho de que el hotel no haya colapsado aún es debido a su baja altura. Pero cualquier tipo de reforma del edificio en el futuro necesitaría su demolición, ya que el hotel no cuenta con amortiguadores anti-sísmicos de última categoría, como los que poseen los edificios de este vídeo, que llegan a acercarse y alejarse varios metros entre ellos durante un terremoto. Sugiero verlo, aunque sea solo por morbosa curiosidad.

   Pero solo he hablado de un edificio, y la campaña de Maier pretende conservar muchísimos más, entre los que se encuentran la Torre de Cápsulas de Nakagin, el Estadio Nacional de Yoyogi, el «Edificio de Oficinas» de la Prefectura de Kagawa o el Teatro Nissay. Todos obras de arte con dueños que puede que no quieran pagar por tener los edificios en pie, o que incluso deseen demolerlos como ha sido el caso del Hotel Okura.

La vuelta de tuerca. Doblando cerebros

   El que me conozca sabe que me encanta captar debates, generar polémica y lanzar sentencias que escandalizan a la gente y la hacen reaccionar. Llegado a este punto todos tenemos una opinión de qué es lo que se debería hacer con esos edificios. Sin duda la parte artística de nosotros se pregunta cómo es posible que se permita la demolición de estas obras de arte. Porque, de ser así, acabaremos paseando en ciudades homogéneas.

   Luego está la parte lógica, que dice que si va a salvar vidas adaptando edificios para que un terremoto no los tire abajo, se trata de una acción necesaria, porque, ¿de verdad el arte vale más que la vida? Y eso sin contar la actividad económica.

   Pero, como ya he dicho antes, me gusta causar polémica, y voy a enfrentarme a Maier de frente, en una contrapropuesta imaginaria contra su capital y riqueza. Voy a imaginar que este tal Maier tiene hijos o, al menos, herederos a los que legar su dinero y empresas ‒tiene varias, además de dirigir un par de ellas para terceras partes‒.

   Cogeré el ejemplo de su marca personal, tomas maier. Como no podía ser de otro modo, una marca dedicada a las telas de lujo para el que se lo pueda permitir. Imaginemos ahora, que es gratis, que Maier diseña un traje que se pone de moda con un estilo único. Un estilo inigualable, original, y que con los años se vuelve «típico», y entra dentro de la cultura urbana. Es decir, crea un estilo de moda que se convierte en cultura popular y, dueño de la patente del diseño, es el único que puede fabricarlo. Si esto os parece raro, suponed que se trata de un traje inteligente, similar a los smartphones modernos pero wearable. Dado que es el primero en lanzar el traje, es dueño exclusivo de su tecnología.

   Pero resulta que ve un nicho textil dentro de, por ejemplo, treinta años, y decide cerrar las plantas de costura que diseñan este inigualable traje que forma parte de la vida de las personas al igual que los edificios, las canciones o los cuadros. Maier se enfrenta a la decisión de dejar de lado EL traje para confeccionar otro en su lugar o seguir con el mismo que tan arraigado está en la sociedad. Pero hay un problema económico: ganaría más dedicando la planta textil a la nueva colección. De modo que toma la decisión de suspender la antigua línea de costura para dar el salto al futuro: un traje de una calidad superior que cumple con las necesidades de un mercado no previstas treinta años antes. Además, este traje nuevo tiene particularidades como avisar a emergencias en caso de lesiones en la persona, algo que, en materia de seguridad, le faltaba a su conocido predecesor.

   Aparece entonces un análogo al actual Maier, llamémoslo Reiam, un conocido gerente de hoteles que alza las manos al cielo y clama por un poco de cordura: ¿Cómo vamos a permitir que la línea textir inteligente que marcó a varias generaciones desaparezca? Se trata de un signo cultural, una muestra de la sociedad que hay que conservar. Sin ella, pasearemos por ciudades donde todo el mundo vista igual, y donde la tradición no se tenga en cuenta por encima del dinero. Sus tres hijos se han criado con esos trajes, y forma parte de su cultura. ¿Se la va a quitar Maier solo para lucrarse?

   Al igual que los actuales dueños del Hotel Okura, las prendas que Maier diseñó en nuestro ejercicio mental eran para ganar dinero, y no se plantearon como futuras muestras culturales. Y, no obstante, Reiam organiza una asociación o movimiento que pretende que siga conservando esa muestra cultural, aun por encima de sus legítimos intereses económicos y de la seguridad de una franja de la sociedad. Porque, al tener Maier los derechos de fabricación de la prenda en extinción, nadie más puede fabricarla ‒algo así como la fórmula de la Coca-Cola‒.

   Por supuesto que la Mona Lisa está a salvo de ser triturada, pero, ¿y si tú fueses autor de algo considerado arte y te vieses obligado a mantenerlo económicamente el resto de tu vida y la de tus hijos? Sin duda un debate que no se resolverá de manera automática en el que entran en juego derechos básicos de la sociedad, como el derecho a la propiedad. ¿Es que vale menos tu derecho a poseer que una obra de arte no intencionada? Por mi parte, siendo la directiva del hotel, provocaría sin querer una pequeña inundación más incendio, o viceversa, que hiciesen absurdo el querer conservar la obra de arte.

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