Elogio de la lectura lenta

Elogio de la lectura lenta

   Hace unos días hablaba de la fotolectura, un método de lectura que te permite leer nada más y nada menos que la friolera de 25.000 palabras por minuto. El modo de vida acelerado y la tecnología ‏‒correos electrónicos, móviles, tuits, mensajes de texto, etc.‒ han contribuido a que el ritual de leer se convierta en una actividad apresurada y, por desgracia, superficial. Son numerosas las aplicaciones que han aparecido para permitir acelerar la velocidad de lectura y así, quizá, poder dedicar el tiempo que se gana a otras cosas o, con un poco de suerte, a otras lecturas ligeras. Sin embargo, aunque parezca que la velocidad y la eficiencia sean lo más habitual, siguen existiendo lectores lentos o, como es mi caso, extremadamente lentos.

   Es cierto que cada lector tiene su propio ritmo de lectura y que este puede variar en función de lo que se esté leyendo, pero debo confesar que mi velocidad suele estar muy por debajo de lo que se considera normal. Tengo, al menos, dos costumbres que prácticamente me obligan a que así sea: muchas veces después de leer un fragmento que me ha sorprendido vuelvo atrás y lo releo, o también, cuando una lectura me está gustando mucho, bajo el ritmo de forma consciente casi para paladear cada palabra y al mismo tiempo evitar que la sensación placentera que esto me produce se disipe. Todo está inventado y en realidad este tipo de lectura que venía practicando desde hace años tiene un nombre. Se la conoce como lectura slow.

   La lectura slow surge a partir de una corriente mucho más amplia, el movimiento slow, fundado en 1986 por el periodista Carlo Petrini ‒dedicado en principio a la comida‒ y divulgado sobre todo por Carl Honoré y su ensayo Elogio de la lentitud. Este modo de vida defiende el tomarse las cosas con calma, los pequeños detalles ‒un paseo, una conversación, un rato más en la cama‒, priorizar lo que verdaderamente tiene importancia, saborear todo lo que se haga y hacer una sola cosa al mismo tiempo.

   En 2007 Lindsay Waters, editora de Harvard University Press, se refería al problema como una crisis de lectura mundial, resultado de la imposición de un modelo que prima la productividad, algo que se inicia ya en el sistema educativo. Cuando se enseña a los niños a leer se les enseña a leer rápido, poniendo el énfasis en el contenido más que en la forma. Así mismo, Waters aconsejaba introducir el factor tiempo en la lectura. Conocedora de la filosofía slow, la editora proponía rehabilitar una lectura lenta. Finalmente la propuesta cuajó y en noviembre de 2009 el escritor Alexander I. Olchowski decidió fundar en Nueva York el movimiento de lectura slow, cuyo objetivo principal era el de promover una lectura más reposada y calmada de los libros.

   En realidad, más que una permanente lectura lenta lo que propone el movimiento es que el lector sea capaz de graduar su ritmo en función de sus necesidades. No significa leerlo todo despacio sino tomarse su tiempo cuando lo que se lee merece la pena o se está disfrutando de la actividad. Ejemplos de este tipo de lectura serían la literapia y la biblioterapia, que parten del poder terapéutico de la palabra escrita.

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