Muchas son las personas que, en determinados momentos, sienten que las vidas que llevan no les satisfacen. Que se sienten obligados por las circunstancias, por los miedos o por aquellos que les rodean a hacer lo que se espera de ellos en lugar de tomar las riendas de sus vidas. Muchos los que fantasean con escapar y empezar desde cero, con montar una nueva vida de acuerdo a sus sueños, esperanzas y deseos, aunque pocos son los que se atreven a dejar a un lado la rígida y anodina cotidianidad de lo que convenimos en llamar una vida normal. A esta sensación se la conoce como «síndrome de Walter Mitty», en honor al personaje creado por el humorista norteamericano James Thurber en su novela La vida secreta de Walter Mitty.
Si hay alguien que encarne a la perfección esta situación es el profesor Charles Boas. Boas abandonó la seguridad de su puesto como profesor de economía en la universidad de Michigan para hacer su sueño realidad: convertirse en payaso de circo. Durante dos veranos consecutivos Boas aprovechó sus vacaciones para probar la experiencia y quedó tan fascinado que en 1961 abandonó su trabajo, se compró un remolque y partió, junto con su mujer y sus cuatro hijos, con el Circo de los hermanos Penny, convertido ya en Cebollas el payaso. No es que Boas se sintiera aprisionado en el mundo de la enseñanza, pero según él convertirse en payaso le daba la oportunidad de hacer cosas con las que todo el mundo sueña.
Ante una decisión como esta uno no puede dejar de preguntarse hasta qué punto es deseable dejarse llevar por el síndrome de Walter Mitty. Boas se llevó a su familia con él, haciéndolos partícipe de una decisión que indudablemente era personal. La otra opción hubiera sido abandonarlos en pos de sus sueños. Aunque todavía se me ocurre una tercera opción: arrastrar la insatisfacción vital de llevar una existencia que no es la que quieres. De cualquier modo, jodido eso del síndrome de Walter Mitty.
A mí me parece que si uno está trastornado o no, pero feliz y desea hacer realidad su sueño es muy libre de hacerlo. Ahora bien, si arrastra e involucra a otros en su aventura sin tener en cuenta los sueños que aquellos tienen, la cosa cambia y mucho. Siempre habrá que elegir, y apostar por un sueño no es malo; pero, a veces, ese sueño tiene un precio que no estamos dispuestos a asumir. En el caso de Boas, lo más considerado habría sido no arrastrar a su familia, salvo que quisieran unirse al Circo (lo dudo). Incapaz de asumir esto, su egoísmo decidió por él.
P.D.: Hay una palabra malsonante en tu artículo… (Por supuesto no es una crítica, es una observación)
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Lo de cumplir los sueños es muy bonito, pero ante todo están las responsabilidades que uno se echa encima. Y no me refiero tanto a la mujer (que al fin y al cabo es adulta y puede decidir qué hacer con su vida) como a sus hijos, que se ven metidos en una historia que ni les va ni les viene y condicionados de por vida. Un saludo.
Muy buen artículo, las razones y circunstancias de la familia no las conocemos, a lo mejor, el amor de la mujer por su marido era tan inmensamente grande que su realización personal residía en ayudarle a conseguir su sueño. Y los niños guardan un recuerdo sensacional de vivir una experiencia circense, la cual no la cambiarían por nada del mundo y les ha hecho crecer como personas de una forma que una vida más tradicional no hubiese hecho.
PD: En mi opinión el colofón del último verbo que usas me parece idóneo, no encuentro otro verbo que exprese mejor el sentimiento y el punto de vista de lo que quieres transmitir en el artículo, menos mal que sale en la RAE, sino yo sí que estaría fastidiado, lo uso cada dos por tres.
«El amor de la mujer por su marido era tan inmensamente grande que su realización personal residía en ayudarle a conseguir su sueño.» Esta frase es muy interesante…
P.D.: Disculpad, he olvidado dar las gracias por el artículo. Un saludo.
Además, abandonar un puesto de profesor universitario, eso sí que es echarle un par. Biquiños!