Palabras

Palabras

   Sin saberlo, a diario utilizamos infinidad de palabras cuyos orígenes nos sorprenderían. No es de extrañar que un pequeño grupo de ellas provenga de la literatura. Al fin y al cabo, para ser un buen escritor hay que tener un dominio de la lengua tan excepcional que inventar unas cuantas palabras no debería ser tarea difícil. Los hay, incluso, que se atreven a crear idiomas completos. Aunque una cosa es inventar una palabra y otra bien distinta que esta acabe cuajando en el lenguaje cotidiano. Si bien es más extraño, no es imposible. De Shakespeare, por ejemplo, se dice que llegó a acuñar un vocabulario de unas 1.700 palabras que pasaron a la lengua inglesa, aunque es muy probable que se trate de una exageración.

   Recientemente Lovereading ha diseñado una infografía donde se descubren quince palabras que comparten génesis literaria. Como es lógico, al tratarse de palabras inglesas al traducirlas al castellano se pierde toda la magia, aunque hay algunas que se pueden mantener intactas porque han pasado a nuestro idioma a través de préstamos. Es el caso de «nerd», que describe a una persona excesivamente intelectual y con pocas habilidades sociales y que apareció por primera vez en 1950 en el libro Si yo dirigiera el Zoológico de Dr. Seuss. O de «yahoo» que a pesar de no ser una palabra de nuestro idioma es bien conocida por ser el nombre de un portal de Internet. En su origen la palabra aparece en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, donde designa a una criatura salvaje y sucia parecida a los seres humanos, y más tarde aparecerá en un relato de Borges, El informe de Brodie, como homenaje.

   Muy llamativo es el origen del término «freelance», el tan sufrido autónomo que trabaja por cuenta propia. Cuesta creer que la palabra provenga del siglo XIX, y concretamente del Ivanhoe de Walter Scott, donde se usa para describir a un guerrero medieval mercenario. La palabra «cojones», en cambio, ya existía en español, aunque adquiere un nuevo significado, menos literal, a partir de la novela Muerte en la tarde de Ernest Hemingway. Nunca antes se había usado para referirse al valor.

   Aunque si hay un género por excelencia que ha dado neologismos a la lengua cotidiana es el de la ciencia ficción. Tiene sentido, teniendo en cuenta que se trata de un género de anticipación y que en él aparecen por primera vez multitud de elementos que no existirán en la realidad hasta mucho después y para los que todavía no existían nombres. La más conocida de estas palabras es «robot», que aparece como «robotnik» en la obra R.U.R.Rossum’s Universal Robots‒ del dramaturgo checo Karel Čapek, que se estrenó en 1921. La palabra «robótica», en cambio, fue acuñada por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov años más tarde. Otras palabras aportadas por el género serían «ingeniería genética», «gravedad cero», «espacio exterior», «traje presurizado», «virus informático», «gusano informático» o «ciberespacio».

   La palabra «quark», en cambio, podría parecer que proviene de la ciencia ficción, aunque en realidad no sea así. El término que el físico Murray Gell-Mann eligió para designar a la partícula elemental y componente fundamental de la materia aparece por primera vez en el Finnegans Wake de James Joyce, otro de esos escritores con una facilidad pasmosa para inventar palabras. Algo parecido ocurre con «distopía». Como es bien sabido, el término «utopía» fue creado en el siglo XVII por Tomás Moro en una obra de nombre homónimo. Lo que no es tan conocido es que su concepto opuesto, la «distopía», no fue inventada por ninguna novela de anticipación catastrófica del siglo XX. El término fue acuñado a finales del siglo XIX por el filósofo John Stuart Mill, que también empleaba el sinónimo «cacotopía».

   Hasta aquí parece que ha sido sobre todo el inglés el idioma beneficiado por este tipo de creaciones. Sin embargo, también es posible encontrar multitud de palabras castellanas de orígenes literarios. Ocurre con los epónimos, palabras derivadas de nombres de escritores o de personajes ‒y a las que ya dediqué un artículo‒. Algunos de los epónimos más curiosos son «anfitrión», «pantalón», «quevedos», «narcisismo», «tendón de Aquiles» o «rocambolesco».

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