La recuperación de algunas lecturas debería ser una obligación. Sin embargo, que El Anticristo de Friedrich Nietzsche volviera a caer en mis manos después de tres lustros de descubrirlo en una biblioteca municipal perdida en un pueblo de Cantabria, fue una completa casualidad. También lo fue que me pusiera a leerlo inmediatamente porque, en ese tipo de encuentros furtivos con viejos amigos, intervienen más factores emocionales que racionales. La nostalgia es uno de los más poderosos y, si se une a otras casualidades, como que recientemente haya revisado mis lecturas de El Crepúsculo de los Ídolos o de Así habló Zaratustra, la necesidad brutal y completamente irracional de leer El Anticristo de Nietzsche se convierte en poco menos que una revisión de mi pasado, de lo que aprendí de este ensayo ‒y de lo que no‒. Releyendo, he descubierto algo que me encantaría compartir con vosotros, no tanto por un deseo narcisista de demostraros lo que sé sino por una necesidad de sentirme un poco más cerca del resto de la humanidad. Al menos de ese «resto de la humanidad» que está, al estilo de Krishnamurti, «poco adaptada a esta sociedad enferma».
Las tres listezas del cristianismo por Friedrich Nietzsche
Para quienes no hayan leído aún El anticristo de Nietzsche, uno de los últimos escritos del filósofo que fue rescatado por Franz Overbeck (teólogo y amigo del filósofo) de un manojo de papeles de un pensador loco. En 1889 Friedrich deliraba en sus conversaciones, no así en su literatura que fue cobrando una concisión brutal, tal vez la concisión que caracteriza al genio maduro. Esta es una de las obras que, personalmente, más me enseñarían acerca de la religión ‒o, más bien, a desconfiar de ella‒ y es también uno de los ensayos más perspicaces del autor. En él se analiza la religión cristiana y se compara con otras, otórgandola el lugar de honor en cuanto a desnaturalización del ser humano se refiere. Para Nietzsche el cristianismo era y es la religión de la debilidad y de la vergüenza, en la cual se reprimen y se tratan de eliminar las pulsiones humanas que, justamente, enaltecen al ser humano de la misma manera que lo pueden condenar al ostracismo. Opiniones personales aparte de una servidora que leyó por primera vez este libro un siglo después de su producción, no se puede por menos que aplaudir el ensayo teológico-filosófico más desgarrador de fines del siglo XIX.
¿Qué son las listezas del cristianismo para Nietzsche?
Para que nos entendamos, se trataría de los mecanismos de manipulación que una religión puede utilizar para mantener a la población sujeta a la moral judeocristiana.
Primera listeza: la fe
Texto literal: «El cristianismo (…) sabe que en sí es completamente indiferente a que algo sea verdadero, pero que es de suma importancia con tal que se crea que es verdadero. La verdad y la creencia de que algo es verdadero son completamente divergentes en cuanto a intereses se refiere. Si, por ejemplo, hay felicidad en creerse redimido del pecado, no se necesita como presupuesto de eso que el hombre sea pecador sino que se sienta pecador. Pero si lo que necesita en general ante todo es fe, entonces hay que desacreditar la razón, el conocimiento, la investigación: el camino que conduce a la verdad se convierte en el camino prohibido».
La fe es un poderoso mecanismo de control social debido a que, si algo se tiene que creer porque se tiene que creer, se da una tautología que la razón no concibe y que, por ende, no se puede explicar con argumentos racionales. Con la religión sucede algo similar que con las hadas, los unicornios, etc. en la niñez. No se cuestiona la existencia de Dios porque desde el nacimiento se nos ha dicho que «existe porque existe». Nietzsche señala la gran importancia que tiene para la religión, la creación de un cisma entre la fe y el método científico. Al tratarse de una cualidad metafísica, la religión «se libra» de estar sujeta al escrutinio de la ciencia.
Segunda listeza: la esperanza
Texto literal: «La esperanza firme es un estimulante mucho mayor de la vida que cualquier felicidad acontecida en realidad. A los que sufren hay que mantenerlos en pie con una esperanza que no pueda ser contradicha por ninguna realidad».
Imagínate que cada mañana tienes que madrugar para trabajar en algo que odias, pasar varias horas aguantando a un patrón y después debes pagarle un tanto por ciento de tu trabajo para que te proteja. ¡Ah! ¿Qué no te lo tienes que imaginar? En ese caso es mucho más sencillo el proceso de darse cuenta de que la esperanza es el mayor mecanismo ‒mucho mayor que cualquier otro‒ que existe en una sociedad para darle a la población un sentido de vida. Regala esperanza a los esclavos de que mejorarán, de que les espera el paraíso o de que Dios les gratificará por ser sumisos y honrados ‒o idiotas, según se mire‒ y ellos solos se autocensurarán y censurarán al resto de sus iguales en la escala económica. Una tarea menos para el patrón.
Tercera listeza: el amor
Texto literal: «Para que el amor sea posible (en el cristianismo) Dios tiene que ser una persona (…) El amor es el estado en el cual, la mayoría de las veces, el hombre ve las cosas como no son. Aquí se encuentra en su cumbre la fuerza ilusoria, lo mismo que la fuerza endulzadora, transfiguradora. En el amor se soportan más cosas que en cualquier otra situación, se tolera todo. Había que inventar una religión en que se pudiera ser amado; así se está más allá de lo peor que hay en la vida».
Y, del mismo modo, que tanto mujeres como hombres deben amar ‒es decir, sufrir‒ por amor a Dios, la mujer ha de amar ‒es decir, sufrir‒ por amor al hombre, principal imagen de Dios, y los hijos deben amar ‒es decir, sufrir‒ por la voluntad de sus padres. Y así todos han de ser igual de irracionales y sufridores por la gracia de Dios. Lo curioso es que este amor hacia Dios es un amor inmaduro, propio de una sociedad en estado larvario en lo que a filosofías de vida se refiere. O, como diría, Erich Fromm: «En contraste con la unión simbiótica, el amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la individualidad».
Los cristianos deberíamos llamarnos jesusistas porque idolatramos a un semidios como Hércules.
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