Un hotel en ninguna parte de Mónica Gutiérrez

Un hotel en ninguna parte de Mónica Gutiérrez

   Si te gusta acercarte a las novedades editoriales ‒y no tan novedades‒ con alguna que otra referencia es muy posible que ya conozcas el blog Serendipia, toda una eminencia en el mundo de las reseñas literarias. Pues bien, su autora, Mónica Gutiérrez, además de tener la capacidad de captar la esencia de los libros que lee y de transmitirla con una prosa exquisita, ha decidido lanzarse a la aventura de ser novelista. Su primera obra de 2012, Cuéntame una noctalia, ya fue recibida con unánime entusiasmo prácticamente por la totalidad sus lectores y con su segundo título, Un hotel en ninguna parte, editado en 2014, parece que vuelve a cosechar éxitos. De pocos libros autoeditados se pueden encontrar tantas reseñas positivas y tantas buenas críticas en Internet, en parte gracias a la lectura conjunta que Isis planteó en su blog poco después de la publicación del libro. Aquí hay algunas de ellas, pero seguro que si se busca en Google aparecerán muchas más.

   En Un hotel en ninguna parte Mónica nos cuenta la historia de una joven llamada Emma Voltarás, violista profesional, que lo ha perdido todo ‒su casa, su pareja y su trabajo‒ y que se ve obligada a volver a empezar desde cero trabajando como camarera de habitaciones durante la época invernal en El bosc de les fades, un antiguo monasterio benedictino del siglo X reformado y convertido en un hotel, escondido en mitad de un espeso y antiguo bosque cerca de un pueblecito llamado Mirall de Mar, en la costa catalana. Al poco de llegar al hotel, regentado por los hermanos Brooks, Emma logra empatizar con los personajes que lo habitan hasta el punto de sentirlo como su hogar.

   Uno de los aspectos más destacables de la novela es la capacidad de Mónica para evocar ambientes con un gusto exquisito, con una prosa cuidada y elegante, y un deleite sensorial que fascinará a los lectores por su sensualidad. Para conseguirlo la autora no abusa de las descripciones sino que se limita a potenciar los sentidos cuidando hasta el más minucioso detalle. Leer Un hoter en ninguna parte es como el olor a mantequilla en un cruasán caliente o como el olor de las sábanas de algodón recién lavadas. Un verdadero banquete para los sentidos donde el arte ‒sobre todo la literatura y la música‒ hace las veces de plato principal. Las referencias son constantes: Mozart, Chopin, Debussy, Byron, Shelley, Rushdie o Dickens, solo por mencionar algunos.

   Así se construye, bajo un nombre tan sugerente como el de El bosc de les fades, un espacio mágico poblado por seres fantásticos como duendes y hadas, ajeno al tiempo y al espacio, sumido en una especie de hechizo aislante que incluso lo hace invisible a cualquier GPS, un detalle tan crucial en la historia que se subraya desde el propio título del libro. Como dice Emma en una ocasión, «las leyes físicas rigen aquí sus propios veredictos».

   El relato está escrito a la manera epistolar, aunque en clave moderna, a través de correos electrónicos. Como suele ocurrir en el género, el argumento se construye de forma fragmentaria, completándose como las piezas de un puzle, gracias al punto de vista parcial que los personajes ofrecen en su correspondencia, siempre en un tono cercano e intimista. En esta narración coral los correos de Emma van dirigidos a su mejor amiga Anna, que es la que le consiguió el trabajo, mientras que los hermanos Brooks escriben a su madre, que vive en Londres. La diferencia entre unos y otros salta a la vista: los mensajes de Emma tienden a ser más extensos y a veces llevan por título el nombre de una canción o sinfonía y su intérprete; a diferencia de Emma, los hermanos Brooks alternan mensajes breves con otros más largos, consiguiendo un ritmo bastante fluido que consigue huir de la monotonía. Eso sí, la respuesta de sus confidentes es casi inexistente, solo insinuado a través de unas referencias imprecisas que dan a entender que suelen contestar con un par de líneas escasas.

   No falta, a pesar de ser una novela romántica, un componente metaliterario, representado por el novelista William Lexington, nada más y nada menos que ganador del Premio Nobel de Literatura en 2009 ‒otorgado en realidad a Herta Müller‒. Los caminos de Emma y del laureado escritor corren paralelos: a fuerza de atenciones la joven irá abriéndose paso en el corazón del quisquilloso Lexington, que al igual ella ha conocido los sinsabores de la pérdida y que finalmente descubrirá en los placeres más sencillos, una taza de té, una confesión a medianoche o una merienda en el invernadero, una paz y una felicidad inesperadas, además de una vía de escape al tan temido bloqueo de artista. Ahora bien, la genialidad también está presente en la novela en su cara menos amable, representada en Il Maestro, excéntrica personalidad y antigua pareja de Emma, de cuya sombra consigue escapar.

   Lo único que se le puede reprochar a Mónica por Un hotel en ninguna parte es su brevedad. Sus escasas 186 páginas hacen que la novela se lea del tirón, prácticamente de una sentada, y no es extraña la sensación de haberse quedado con ganas de más. Por lo demás, la historia cierra con una vitalidad y un optimismo que hacen de la novela una lectura fresca, muy recomendable para recuperar el bienestar y la energía que el estrés del día a día nos va robando.

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