Seamos honestos: casi nadie lee los términos y condiciones de nada. Ni de los contratos de licencia de usuario antes de usar cualquier software o programa de los que solemos instalar en el ordenador. Como descargo hay que decir que su formato, con aburridas parrafadas en lenguaje técnico, no está precisamente hecho para facilitar su lectura.
Sin embargo, la artista Florence Meunier se armó de paciencia y se atrevió a bucear por los entresijos de los términos y condiciones de Apple para iCloud. Aunque su objetivo no era desentrañar los misterios del documento para darle al botón final de «Aceptar» con propiedad, sino algo bien distinto. Meunier encontró entre la maleza técnica una historia singular que nos recuerda, precisamente, la importancia de leer esos contratos antes de apretar el botón de confirmación. Para ello la artista fue borrando palabras al documento en un estilo que recuerda mucho a las censuras practicadas por la CIA.
Bajo el título de «El hombre que aceptó», Meunier pretende con su experimento generar interés por la lectura de este tipo de documentos, ya sea haciendo que el usuario se sienta culpable o, lo más probable, arrancándole una sonrisa. El relato, muy breve, es el siguiente: «Esta es la historia de un hombre que un día estaba muy ocupado o que tal vez fue tan perezoso que él, muy rápidamente, dio click en Acepto. Lo que éste último no pudo prever es que ya nunca podría no estar de acuerdo. La lección de esta historia es que uno no debe aceptar algo que no lea».
No es, desde luego, la primera vez que alguien utiliza este procedimiento para escribir una historia. Antonio Orihuela ya había escrito un libro borrando palabras con su novela experimental X, publicada en 2005, pero el mérito en este caso en que Orihuela partía de una novela previa ‒que por muy mala que fuera ya era literatura‒, mientras que Meunier consigue construir su relato a partir de algo tan anodino como un contrato de licencia de iCloud.
Dejo aquí la historia completa, en fragmentos, tal como lo hizo la artista.
Cierto, no sólo los contratos, también los prospectos farmacéuticos y de otros productos (aunque no posean un lenguaje técnico, basta que el volumen de hojas sea grande, que las líneas del párrafo sean más de diez o que tengas prisa por terminar la tarea…), e incluso los artículos que se comparten, si nos ponemos, apenas se leen por ahorrar tiempo (esto es un hecho: el tiempo apremia o eso parece).
Provenga de donde provenga la información, el texto, no se hace el esfuerzo de leer con detenimiento casi nada -en mi caso como soy muy meticulosa con el lenguaje, lo que leo lo leo entero (y lo corrijo y pregunto si no entiendo, soy, de hecho, muy insoportable en este aspecto… y en muchos otros…)-. Pero está claro, no debería bastar que un producto esté avalado por una marca o nombre representativo de calidad ya demostrada, porque nada ni nadie puede garantizar que jamás se hallará en ellos algo que pudiera ser contrario a los principios, valores o ideas de uno (y muchos dan a «aceptar», «compartir», a «estoy de acuerdo con» cuando podría tratarse hasta de su de su propia condena…) Reconozco que el factor tiempo juega un papel fundamental en estos tiempos en los que la información (ya sea textual, en imágenes, etcétera) es desmesurada; pero, nos guste o no, lo que no leamos nos lo perdemos y tratándose de asuntos relevantes… la cosa puede ponerse muy seria. Es importante e instructivo leer los folletos de aquello que nos atañe de manera cotidiana.
Como idea es creativa y me parece genial que uno pueda construir una historia a partir de un texto lineal y descriptivo, sin rastro de protagonista, salvo el producto al que hace referencia y su relación con otros productos, servicios, empresas… Convertir esta clase de texto en una narración que atraiga la atención del lector y consiga que termine la lectura del mismo, tiene mérito… Me ha gustado el artículo. Gracias. Me pregunto si ello significará que acortar es necesario aunque se pierda información y si enriquecer la narración a medida que se informa es posible en muchos casos. Un saludo. (Disculpa la extensión.)
Me encanta tu comentario. Tienes muchísima razón. Muchas veces tenemos demasiada prisa y no leemos las cosas con la profundidad necesaria, si es que las leemos. Yo también me incluyo, sobre todo si se trata de condiciones de contrato o de manuales de instrucciones. Creo que sobre esto trata precisamente esta historia, aunque hay que hacer un matiz importante en todo esto. Una cosa es leer por encima un artículo que vemos compartido por las redes sociales o el manual de instrucciones del móvil y otra muy distinta es hacerlo (o no leer directamente) un contrato. Al darle al botón de aceptar es como si estuviéramos firmando, nos estamos comprometiendo a algo, en cierto modo estamos cediendo algo (lo más probable, si estamos en Internet, es que sea nuestra intimidad) y esa es una situación muy seria que no debería hacerse a la ligera. No sé si en ese caso es tanto la falta de tiempo como el desinterés ante el hecho de que podamos estar comprometiéndonos a algo sin saber a qué. Un saludo.